Desde
la cama en la posada podía ver a Joseph dormir, pero mi mirada era de desprecio.
—Revólveres…
—susurré. No podía dejar de escuchar el resonar de sus disparos en el bosque.
Era
como si el latido de un revólver me causara el efecto contrario al alcohol. Un
sonido frío, sintético, metálico. Sombra. Era el sonido que creaban las armas de mi hermano.
Desde
aquellos disparos me sentía diferente. La sombra había actuado en mis
pulsaciones, y ahora se sucedían despacio y con miedo. No había dicho palabra
desde entonces, ni quise cenar. Dormí profundamente, sin pensar realmente en
nada.
No
desayuné más que un vaso de agua. Salí afuera a esperar a los demás. El cielo continuaba
nublado y había bastante humedad. Todos estuvieron listos para salir una hora y
media más tarde, y Cregh se puso delante de todos. El hechicero se mostraba fastidiado,
con mucho que probar. Quería una revancha respecto a su hechizo de
transportación.
—Realmente creo que puedo hacerlo. Ya estamos
fuera de Veringrad; lo que sea que haya interferido con el hechizo está lejos
de nosotros.
Todos
lo pensamos dos veces, temiendo caer de nuevo, pero terminamos cediendo. Era
importante para él, y ahora que habíamos perdido a los caballos necesitábamos
ahorrar tiempo. Cada día contaba. Cregh se concentró y junto fuerzas. Entonces
chasqueó los dedos, un brillo salió de sus dedos, y el mismo blanco nos cubrió.
Volvió la adrenalina, y sentir estar de nuevo en el aire.
Habíamos
llegado a Laertes.
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