Era
pura madrugada. Pronto iba a amanecer y me sentía más sola que nunca, rodeada
de gente que no conocía. Todos parecían descansar muy tranquilos, pero, ¿cómo
podían?
Recostada
en un callejón frío y húmedo, con solo una manta para cubrirme, no podía más
que evocar todo lo que estuvo pasando esos días. El sueño no iba a visitarme.
No
podía decirse que extrañaba mi casa, con el aliento alcohólico de mi madre
saludándome cada mañana. Pero sí extrañaba otras cosas. Me vino a la cabeza un
recuerdo muy especial. En el estupor que viene justo antes del sueño, apenas
despierta, me llegó una voz…
—Yo sé que algún día me vas a olvidar,
pero no te preocupes por ahora, linda.
—¿Cómo podría? —recuerdo decir—. Sos
como un padre para mí.
—No, nena, nadie va a poder reemplazar
a Alfonso. Contame, ¿cuántos años tenés ya?
—Nueve.
—Bueno. Aunque pasen otros nueve voy a
volver, Lali. Esperame.
Esa
voz sonaba increíblemente familiar, pero… ¿de dónde…? ¿Sería acaso posible…?
—Arriba, Aldara. No
tenemos tiempo que perder.
Joseph me sacó de
mi ensoñación. Con todo el resto desperezándose, me puse de pie y no tardamos
en ponernos en marcha.
El
grupo seguía cansado, pero teníamos que movernos si queríamos saber algo sobre
el cuervo. Buscamos un puesto de comida, y noté que Joseph pidió una leche y
pan. Entonces pidió un whisky para Malo.
—Mejor
nos vamos antes de que se ponga odioso —dijo, haciéndome reír.
Para ese punto, ya
había olvidado mi recuerdo.
No hay comentarios :
Publicar un comentario