—¿Qué te parece,
Dalia? —me preguntó Ítalo. Frente a nosotros, la carretera hacía Craster
levantaba polvo, y un cielo muy colorado nos cubría.
—¿Eh? —murmuré,
distraída por el movimiento de la carreta—. Las cosas parecen estar mejor, ¿no?
—Sí… Casi parecería
que sí. Las festividades van a levantarle el ánimo al grupo —pausó, y me miró a
los ojos—. ¿Seguís pensando en volver a la capital?
Recordé que
habíamos acordado llegar a Craster, al menos, antes de decidir si íbamos a
volver. Apreté el puño.
—Habíamos ido a
Laertes para ocuparnos del cuervo, Ítalo… Pero no pudimos arreglar nada.
—Ey… Nuestro
encargo no es salvar gente. Solo viajar. No te sientas tan mal.
—Pero estoy segura
de que también lo sentiste. Estuvimos los cinco frente a él, y nos derribó con
un movimiento. Podríamos haber muerto, eso realmente fue así. —Bajé la voz, ahogándome
en mis pensamientos— Nunca había estado en ese tipo de situación antes. Ítalo,
apenas solía alejarme de mi casa.
—Dalia… —Ítalo
parecía reticente a hablar, pero suspiró y lo hizo—. Sí, yo también tuve miedo.
Pero vos tenés esa espada. Yo tengo las anymas.
Dice algo sobre mí, un Del Valle; dice algo sobre mis capacidades. Y yo sé eso.
Si no confías en vos misma, al menos confía en tu espada.
Sonreí
perdidamente.
—Cuando decidí
dejar mi casa, creía que Destino había querido que esta espada llegara a mí.
Tanteé sus bordes
negros. El momento de silencio no duró demasiado.
—Destino siempre
alcanza a todos —dijo Ítalo, repitiendo el dicho popular—. El cuervo dijo algo
raro respecto a eso.
—¿Que habían
escrito sobre nosotros en un “Antiguo Testamento,” ¿no? —dije—. Nunca había
oído hablar de algo así en las clases de mi mamá.
—Yo tampoco lo
conozco. —Ítalo se quedó pensativo, y gruñó—. Dijo que estaban trayendo a un Deus…
—Sí, tampoco vi esa
raza en mi enciclopedia… —Levanté la cabeza hacía Ítalo—. El cuervo nos llamó
de formas extrañas cuando estábamos en la oficina. Yo era un Caballero, y vos
un Cazador.
—Debía estar loco.
De cualquier manera, su Deus debe ser
el demonio que tenemos que cazar.
—Seguro…
—¿Estuviste soñando
con algo más? —preguntó de pronto. Me sobresalté, recordando mi sueño, y mi
ánimo bajó aún más.
—Eh… No pude dormir
mucho la otra noche… —balbuceé, insegura de hablar—. Vi a mis padres, y… algo
parecía ir mal. En fin… —Eso no debía interesarle—.
—Entiendo —suspiró—.
No voy a preguntar más.
—Vos podrías contar
un poco sobre tu familia, para variar —dije, hablando sin pensarlo mucho. Solo
estaba haciendo tiempo, mientras mis recuerdos volvían a ese sueño.
Wendagon me había
dado sus habilidades para no estar tan alejada de mis padres durante mi viaje,
pero solo parecía traerme malas noticias. Ningún sueño era preciso, solían
componerse de un conjunto de sensaciones… Y estas solo habían sido oscuras.
Había visto a mamá, comiendo sola. Papá no estaba por ningún lado, y todo
estaba cubierto en sombras. Todo era sombrío.
Antes de poder ver
más había despertado sobresaltada… como si mi cabeza no hubiera querido ver
más.
—Sí, no estoy tan
seguro de eso —respondió Ítalo; me devolvió a la realidad.
Bajé la mirada. No
estaba segura de cómo continuar la conversación.
—Ey, ¿y qué hay de
ayer? —dijo Ítalo—. En el campamento cerca del rio.
—Ah… Sí, soñé algo
ese día. Pero todavía no estoy segura de que fue, y quería esperar a enterarme
de algo más antes de comentárselo a todos.
—Dalia, ¿qué viste?
—Una casa empedrada…Tuvo
que ser la casa de Wendagon, estoy segura. —Ítalo pareció mostrarse
interesado—. Pero las escaleras hacia arriba, hacia los cuartos, llevaban hacia
una oscuridad. Como si no hubiera nada más allá. No sé. Adonde sea que miro,
solo veo oscuridad.
Recordé que
Wendagon había dicho que la sola existencia del demonio influenciaba todas las
cosas en pos de la destrucción… Pero el cuervo había dicho que el demonio ni
siquiera había despertado. ¿Y ya pasaban cosas como la crisis de Laertes?
Tragué saliva. No
quería pensar en lo que mis sueños podían significar.
Ítalo pareció ver
mi expresión, y cambió de tema hacía algo más alegre. Empezó a describirme
Craster, y la tradición del carnaval. Como una versión en miniatura de nuestro
mismo viaje, dejar de hablar de Laertes para hablar de Craster aligeró el
ambiente, y pronto hasta llegamos a reír.
Ítalo no parecía el
mismo cuando hablaba de la ciudad; sus ojos brillaban como si fuera alguien más
joven.
—Por cierto, ¿creés
que podrías enseñarme algo sobre cómo usar esto? —le pregunté, mostrándole mi
espada.
—Bueno, yo solo sé
del arco —rió—. ¿Esa espada es mágica, no? ¿No temés que alguien la robe?
—No pasa nada, su
efecto solo me protege a mí. Creo que Wendagon me lo explico así… —Y hablamos
durante algún tiempo más.
El cielo del
atardecer llego a su rojo más fuerte, y pronto se oscureció.
Seguía necesitando
sueño, así que me hice una almohada con mi bolso y me acosté por unos minutos…
Minutos que terminaron extendiéndose mucho más.
Tuve otro sueño. Un
vidrio multicolor ocupaba todo mi rango de visión. Todo se encontraba borroso,
las figuras mezclándose entre sí; pero pronto un pie se puso sobre el vidrio, y
más y más gente apareció. El vidrio eran luces; estaba habiendo una fiesta. La
gente, que ahora era una multitud, iba y venía con antifaces; mascaras que
resaltaban en sus cuerpos oscurecidos detrás de todas esas luces. Pero una
máscara era oscura por sí misma. Un ser que era todo negro.
Caminaba entre
todos los demás desapercibidos. Caminaba tranquilo, sin apuro.
Y el cuervo empezó
a darse vuelta hacía mí.
Una mano me estaba
zarandeando; era Ítalo. Noté que yo estaba llena de transpiración, mientras él
me gritaba que ya debíamos bajar. Habíamos llegado a Craster. Intenté contarle
mi sueño, que el cuervo debía estar en la ciudad, pero él solo me arrastró
adentro de la ciudad. Nos puso un antifaz a los dos, y antes de que pudiera explicarle
encontramos a los otros.
Todos habían
llegado bien; Cregh estaba llamándonos escribiendo nuestros nombres en el
suelo.
—¡Qué gran fiesta
que se aproxima! —exclamó cuando nos acercamos. Debía decirlo ahora.
—No estoy tan
segura… Esta acá. No podemos perder su rastro de nuevo.
—¿El cuervo? —preguntó
Aldara.
Las caras de todos
se oscurecieron, y bajaron la mirada. Lo del huginn era personal, estaba más
que claro; debía serlo para todos.
—Ey, ¿pero por qué
escribiste el nombre de Ítalo con su apellido…? —intercedió Lang, de repente—.
Mejor movámonos de acá antes de que venga gente.
Efectivamente, ya
toda una multitud se había formado; pero no era alrededor de nosotros, sino en
toda la calle principal. Las carretas seguían llegando, y nosotros bloqueábamos
el camino. Salimos como pudimos del lugar, haciéndonos paso entre la gente;
habían muchos bichos entre los humanos, y noté especies de las que nunca había
oído hablar.
Estaba sintiéndome
un poco asustada, y sin darme cuenta acabe junto a Aldara. Pensé en saludarla,
pero era imposible entre todo el estruendo de la ciudad; en cambio, noté que
una serie de alforjas de cuero colgaban de su cintura.
—Aldara, ¿eso…?
—Tienen… agua. Las
conseguí en Valle Hondo. Pensé, ya sabés, que podía ser útil…
Quedé encantada.
Recordaba esa magia que había hecho con el agua en Laertes; si esa era su
especialidad, definitivamente era una buena idea.
—¡Bien pensado! —exclamé,
embriagada por el ánimo de la ciudad, dándole una palmada en la espalda.
Aldara se sorprendió
y cayó sobre otra persona, empujándola. Todo el grupo se detuvo.
—¡EH! ¿QUÉ HACÉS? —Exclamo
la mole, mientras se giraba hacía nosotras. Las dos nos quedamos petrificadas.
Era un bicho.
Verde, con dos metros de altura y el pecho al descubierto, inspiraba temor; su
rostro parecía el de una rana y tenía dos cuernos enormes que sobresalían de su
cabeza.
—¡Un troll! —susurró
Lang.
—P-Perdón —mascullé,
mientras alcanzaba mi espada. Aldara ya se había recompuesto, y su mano estaba
sobre una de sus bolsas…
—¿PERDÓN? SE ME
CAYERON TODOS MIS COBRES.
—¡Eh, anda para
atrás, bicho! —exclamé.
—Ey, Dalia, no le
digas bicho —dijo Cregh—. Tiene derecho a estar molesto.
—SUPONGO QUE… —empezó
a decir el troll, pero levanto la cabeza y vio a Ítalo apuntándole con el arco.
Su capucha estaba caída—. EY, UN DEL VALLE…
—Ah, carajo —dijo
Ítalo.
—SABEN, QUIZÁ
DEBERÍAN DEVOLVERME TODO LO QUE SE ME CAYÓ, ¿NO? USTEDES TIENEN DE TODO.
—Eh, eh, ¡para atrás!
Y de repente, antes
de que todo fuera a peor, Ítalo bajó su arma. Estaba mirando sorprendido hacía
su derecha.
Una mano se apoyó
sobre el troll.
—Bueno, bueno. Yo
estaría feliz de pagar por todo.
—¿EH? MMM… SUPONGO
QUE POR MÍ ESTÁ BIEN; BIEN.
—Perfecto.
A los pocos
minutos, el troll se estaba yendo por la dirección contraria. El hombre se
quedó en el lugar y nos miró a todos.
—Tanto tiempo,
Marco —dijo Ítalo.
—Tanto tiempo —respondió
él. Paseo otra vez la mirada por nuestro grupo—. Por cierto… ¿Qué estás
haciendo viajando con el tipo que quemo un pueblo…?
El tal Marco estaba
mirando a Cregh. El mago bufó… a la vez que esa persona que parecía ser amigo
de un del Valle nos invitaba a acompañarlo a su casa.
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