No
había nada mejor que las noches así. No visitaba Craster desde mi accidente con
el fuego; pero la ciudad no me había olvidado. Mientras caminábamos a la casa
del primo de Ítalo, Dalia se me acercó.
—¿Quemaste un
pueblo?
—No —declaré. El
vagabundo también se unió.
—Pero aquel tipo
dijo…
—Quiero decir, solo
fueron un par de edificios y uno estaba abandonado. La verdad es que no fue la
gran cosa…
—Quemaste una
posada —dijo el tal Marco, de pronto—. Y no hubiese sido gran cosa si no
hubiese estado al lado de un almacén de cervezas, totalmente cargado para el
festival de esas fechas… Y si no hubiese estado en medio del pueblo. Y como si
eso no hubiese sido suficiente, quemaste una granja en construcción mientras
tratabas de demostrarles a los oficiales que todo había sido un accidente. Si
no recuerdo mal, la única razón por la que no estás preso es porque la
universidad de Silis no podía dejar que mancharas el nombre de su institución.
Exhalé un largo
suspiro. Vaya que sí lo recordaba bien.
—Bueno, al menos no
murió nadie —dije—. No cualquiera puede quemar un pueblo y no matar a nadie.
—Eso fue porque todos
estaban en la ceremonia de la llegada del rey. De todas maneras, un anciano
murió en la semana siguiente por todo el humo que tragó ese día. Ese año
arruinaste el festival. Hay cosas que no podés quitarle a una persona, y esas
son las fiestas y el alcohol. Vos lograste quitar ambas en un solo día.
Pronto llegamos a
la casa de Marco, aunque esa palabra quedaba corta. Era como una mansión. A
pesar de alejarnos del centro de la ciudad aún se podía escuchar la música y la
celebración. El mismo Marco tenía una fiesta en su propiedad; su patio estaba
repleto de gente. El grupo subió hasta un cuarto en el segundo piso, mientras
Ítalo y su primo hablaban a solas. Volvieron tras unos momentos.
—Estamos buscando
un cuervo en la ciudad —dijo Dalia.
—Les va a ser
imposible esta noche —dijo Marco—. Mejor esperen a mañana. Pero siéntanse como
en casa, si viajan con Ítalo son básicamente de la familia.
Marco salió de la
habitación, Ítalo lo siguió.
—Disfruten del
lugar —nos dijo, y se fue.
—Aunque no podamos
buscar al cuervo, por lo menos deberíamos estar ahí afuera, en la ciudad, por
si vemos algo —dijo Dalia. Todos estuvimos de acuerdo.
Mientras salíamos,
vi un sirviente particular. Llevaba una bandeja con copas de Agua de pantano. El
líquido verde parecía brillar, llamándome. Lang tomó una copa, la olió y me la
dio, con cara de repulsión.
—No… yo no…
—Cregh, hace lo que
quieras con ella. El pis de Malo huele mejor.
Un trago no iba a
hacerme mal. Además, si íbamos al festival iba a necesitarlo.
Decidí llevar un
par más para el camino.
Desperté en un
charco de lodo. Desde el suelo podía ver la casa de Marco a la distancia.
Cuando traté de levantarme, algo saltó de mi espalda; el gato de Lang. Me
levanté y noté que mi franela y pantalón habían sido reemplazados por un
vestido verde con flores. De corte corto, de paso. El gato se acercó a mí, y orinó
en mis pies. Pude ver que tenía la cola quemada.
—Oh. No de nuevo
—dije.
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