martes, 12 de noviembre de 2013

Dos Noches de Verano — 5 — Clay: Matar a Henry

>Clay: Matar a Henry.


La melodía de la Ciudad se rompió con el crujir de un vidrio. Antes de eso había gritado alguien, pero no lo había notado. Luego, una frenada fuerte de un auto, y justo después más vidrios rotos. Sonó un segundo grito, y este sí lo escuché, y me giré a la izquierda. La calle estaba congestionada, y varios autos habían chocado. 
Un choque en la Ciudad; eso era raro. Ya podía escuchar las sirenas acercándose. Llegué a la esquina y vi como la ambulancia doblaba a toda velocidad. Volteé la cabeza, y entre los coches que pasaban pude ver un charco de sangre junto a la fila de autos chocados. 
Sangre. 
Sacudí mi cabeza y cerré los ojos. Seguí caminando hacía la universidad. Varias personas me chocaron, pero no le di más importancia. 
Al llegar a la otra esquina tuve que esperar a que el semáforo cambiara. Otro idiota que venía corriendo chocó conmigo y casi vuelo hacía la calle.
—¡Cuidado, imbécil! 
Me acomodé la ropa. Empecé a escuchar la melodía de la ciudad de nuevo. Dejo de ser un Adaggio para ser un frenético Prestissimo. Escuché otro grito, y otro más. Empecé a escuchar que los pasos de las personas aumentaban su velocidad. Más vidrios rotos, más gritos. Chirridos de metal quebrándose. 
No entendía qué estaba pasando. Cerré los ojos. 
Los gritos. Los pasos. Los vidrios. Los autos. Aun en completo caos, la Ciudad tenía una melodía. 
Entonces un disparo rasgó el ambiente. Por un momento no hubo más pasos, ni vidrios, ni autos. 
Abrí los ojos y vi como un hombre que estaba arrodillado se desplomaba frente a mí. La sangre no tardó en volver a manchar la Ciudad. Sus ojos eran blancos, y del ojo derecho le salía un líquido negro. No pude dejar de mirarlo hasta que terminó de morir y cerró los ojos. 
Mi corazón se comprimió. Luego de eso empezó a latir descontroladamente, y empecé a correr junto a todo el mundo. Corría sin dirección, en el sentido de la corriente. Quería estar lejos, lejos de la puta Ciudad. 
Sin darme cuenta, esa infinidad de gritos y violencia dispusieron el nuevo orden de la Ciudad. Corrí, y corrí, y corrí sin parar, más de lo que aguantaba mi cuerpo. Pero la gente me empujaba y no me dejaban parar. 
Quise doblar en una esquina, pero solo logré caerme, y que me pisaran incontables pies. Pareció una eternidad hasta que pude arrastrarme fuera de la corriente humana. 
La parte derecha de mi cara estaba raspada y sangrante. Mi camisa blanca era un desastre. Ah, y mi espalda y costillas dolían como la puta madre. Podría tener alguna fisura, también una fractura, pero quién sabía. Me arrastré hasta un lugar un poco más escondido y seguro. Estaba pegado a la entrada de un edificio. Veía a todo el mundo corriendo, a autos chocando entre su apuro. Ya me estaba acostumbrado. Aunque todavía no tuviera la más puta idea de qué estaba pasando. 
Me acerqué a un rincón, donde estaba casi oculto por una planta. Varias personas me vieron sin darme más atención, hasta que una persona si me notó. Tenía un brazo consumido, como si se lo hubieran drenado; solo era huesos recubiertos por piel. Y también tenía ese líquido negro cayendo de uno sus ojos. Empezó acercarse a mí lentamente. Esa cosa no podía ser buena. 
—No… No —balbuceé—. Por favor, ¡no!
Empecé a patear el vidrio de la entrada al edificio. Pero no era suficiente. Se empezó a rasgar, pero no llegaría a tiempo. 
Entonces llegó un auto a velocidad infernal. Giró hacía mi rincón y chocó contra el edificio de frente. Atropelló al sujeto y destruyó la entrada. Sin perder un segundo, me arrastré hacia adentro. Había muchos cristales en el piso; traté de correrlos como podía, pero era imposible evitar clavarme alguno. Dolían, pero de alguna manera también distraían del dolor en mis costillas y espalda. Llegué hasta el ascensor. El botón estaba muy lejos y, al no poder pararme, tuve que sacarme una zapatilla y tirarla. No tarde mucho; al final escuché el clic del ascensor y la puerta se abrió. Escuché un grito que proveía del auto. No era dolor; parecía rabia. No tenía ninguna intención de saber qué era.
Me metí en el ascensor y traté de apuntar a los pisos de más arriba. Acerté al primer tiro. Piso 9. Era bueno, pero no lo suficiente. Tenía que llegar a la terraza. No fue fácil. Del 9 baje al 4, del 4 al 2. Me tomé unos momentos y me concentré en apuntar a lo más alto. Le di al 8. Al final, la quinta fue la vencida. 
Cuando el ascensor se abrió quedaba un último obstáculo; las escaleras. 
Después de veinte minutos y un esfuerzo enorme llegue a la puerta, que abrí con otro tiro preciso de mi zapatilla. Me arrastré hasta atrás de un tanque de agua y me dormí al instante. 
Desperté de la siesta bastante recuperado. Me pude parar sin mayor esfuerzo, pero caminar no fue tan fácil. Me apoyé en la pared de la terraza. 
Mi corazón se comprimió y latió muy despacio. 
Eso era la Ciudad. Después de tanto soñarla por tanto tiempo, eso era la realidad que me daba. Una puta masacre. 
Era un desastre, y estaba justo en el medio. De lo que fuese que se tratase. 
Varios helicópteros sobrevolaron la ciudad. Hacían oír un mensaje; iba a hacerse un rescate dentro de dos días en la zona norte de la Ciudad.
Tendría que ponerme en marcha de inmediato. 
Necesitaría medicamentos, antes que todo. Había una farmacia en la calle de enfrente, llegando a la esquina. El sol había bajado, y había menos ruidos en la calle. Esperé hasta asegurarme que todo se había tranquilizado y baje. 
En el primer piso seguía estando el auto y los cristales con los que me había cortado. 
La puerta del coche estaba abierta, y podían verse huellas que llevaban hacía afuera. Estaban repletas de manchas negras y de sangre. 
Fui caminando lo más rápido que pude hacía la farmacia. Busque rápido un puto analgésico, y volví a la calle. Ahora necesitaba agua. Pero era muy peligroso andar por la calle. 
Volví al edificio y mire el estado del auto. Parecía en buenas condiciones para haber chocado contra un edificio. Tal vez funcionara.
Y así fue. Puse marcha atrás, y busqué cualquier lado donde pudiera haber agua. Necesitaba tomar esos medicamentos rápido. La manera en la que estaba sentado para evitar tocar la sangre no era muy cómoda, y no le hacía bien a mis costillas. Al final encontré un kiosco. Abrí una de las heladeras y robé una botella de agua mineral. Volví al coche. El sol se empezaba a poner. Tenía que buscar un lugar donde dormir. Decidí seguir hasta la esquina. El motor se paró, pero lo logré volver a poner en funcionamiento. Doble a la izquierda. 
El motor se volvió a apagar. Empezó a salir humo del capó. No sabía nada de motores, así que solo podía esperar adentro del auto. Intente varias veces cada cinco minutos. Mientras tanto vi a varios autos pasar, incluso al lado mío, pero no quisieron detenerse. 
Aproveché a tomar dos píldoras del analgésico. Solo con el placebo me sentía genial. 
Intenté una vez más, pero el motor no respondía. Tal vez el radiador necesitaba agua; era lo único que podía hacer. Ya era de noche. Volví al auto, use la botella y encendí el motor, pero no funciono. Insistí. Casi arrancó. Intente una vez más y funciono. 
Decidí volver a casa, aunque eso fuera en el sur. 
Dormí bastante bien. Al despertar busqué agua y tome otra doble dosis de mi analgésico. Busqué un poco de comida y la puse en una mochila. No tenía casi nada; recién me había mudado. 
Bajé y me subí al auto. La sangre ya estaba seca, así que era inútil limpiarla. 
Me detuve dos segundos para pensar cómo llegar al norte. No conocía la ciudad. Avancé hacía donde creía que estaría.
La ciudad estaba plagada de cuerpos; gente tirada por todas partes. Algunos estaban cubiertos por un charco negro. No era nada bonito, pero lo manejé bien. Vi bastante actividad humana. Era perfectamente no hospitalaria, pero la vida seguía; aunque todas las actividades se habían cancelado en pos de alcanzar la evacuación. Ni siquiera nos habían dicho cuál era la razón de la emergencia.
Me di cuenta que iba hacía el norte por la gente; vi a muchos caminando en la misma dirección. Muchos estaban armados, y no solo cuchillos de cocina. Vi a varios con escopetas y rifles. Quizá era fácil conseguirlas en la Ciudad. Vi varias veces como cuando aparecían esas cosas, esa gente monstruosa, lo armados solían ayudar a las demás personas. Aunque más de una vez vi como usaban sus armas para robar las pertenencias ajenas. 
Seguí adelante, manteniendo cierta distancia. 
Mi panza empezó a rugir. Tenía que encontrar un lugar donde dormir, y también buscar más comida de la que traía. Al hacer unas cuadras más vi un local de comida y me acerque con el auto. Tal vez tenían alguna puerta abierta en la parte de atrás. 
Llegue hasta la vidriera donde se encargaban las comidas por auto. Empecé a buscar alguna puerta o algo; casi me meó en los pantalones cuando el puto parlante habló.
¿Qué desea? 
—Un vuelo a Kenia —respondí, sin esperar respuesta. Pensé que se trataba de algún robot. 
Vendemos hamburguesas.
—¿Qué? 
Comida, idiota. 
Esos hijos de puta estaban atendiendo en una situación así. 
Pero no iba a desaprovechar esta oportunidad. Abrí la guantera del auto, porque en la guantera siempre hay algo que sirve, siempre hay una pistola, o la llave necesaria… o dinero, como en esta ocasión. 
Había una billetera. No tenía mucha plata; tal vez unos cincuenta dólares. 
—¿Qué me das por cuarenta y ocho dólares? 
Una hamburguesa doble, con refresco y papas comunes. 
—Dije cuarenta y ocho dólares, no ocho. 
Escuche bien, señor. 
Había sextuplicado los precios… Sabían que necesitábamos comida. Que hijos de puta. 
—Dámela, entonces.
Tomé mi comida y les deje su sucio dinero. Comí tranquilo. Tomé un analgésico más. 
Se hacía de noche, y tenía que apurarme a encontrar un lugar. Salí de local y me puse en marcha hacía el norte. Ya no había mucha actividad en las calles. 
Luego de unas cuadras el indicador de gasolina estaba en rojo. De todas maneras, no me quedaban más que unos kilómetros. 
A lo lejos vi a un hombre, uno de los cambiados, persiguiendo a una mujer. Aceleré a fondo y atropellé al hombre, logrando no tocar a la chica. Recibí algunas turbulencias, pero controlé el auto. Me bajé para ver si la chica estaba bien. Parecía que estaba corriendo hacía una casa; entonces, la puerta de esta se abrió, y de adentro salieron dos hombres. Los tipos miraron hacía el cuerpo que atropellé y parecían atónitos. Se miraron y fueron a dedicarse a la chica, que estaba llorando. 

De repente, esta me miró. Pensé que la expresión en su rostro iba a ser de agradecimiento, pero parecía enojada. La chica se paró, y se lanzó hacia mí.

lunes, 11 de noviembre de 2013

Dos Noches de Verano — 4 — Henry: Anunciar Presencia

>Henry: Anunciar presencia.

El sol del mediodía va a quemarnos la piel y apenas correrá el viento. No va a ser más que un día normal de verano. Caminaremos por la ciudad hacia la zona norte, donde un equipo de rescate va a prometer ir por nosotros. Solo va a haber que aguantar por un día. 
Va a haber pasado una hora desde que escuché el primer mensaje por radio y salí de la casa con algunas cosas. Agua y comida. Para defenderme no voy a tener más que un abrelatas. Por suerte, Luis tendrá una pistola. 
Él también va a haber oído el mensaje, e ira en la misma dirección que yo, pero manteniendo cierta distancia. No voy a culparlo; las crisis sacan lo peor de todos, y el verdadero altruismo no va a ser más presente que en algunos toques entremedio. De todas formas, ese viaje voy a hacerlo para salir de la ciudad, no para hacer amigos. 
La zona norte no estará demasiado lejos de nosotros, así que podremos llegar a pie. Eso va a ser una suerte, pues ninguno de los dos tendrá auto ni sabrá como robar uno.
Aun así, serán cinco horas de camino bajo el sol. 
En un momento, Luis se detendrá en mitad de la calle. Cuando me gire a verlo notare que tiene los ojos vidriosos, y está mirando al infinito. Luego caerá al suelo entre convulsiones. No será un ataque epiléptico. No. Estará cambiando. Me alejare de él tan rápido como pueda, antes de que pueda ir por mí. 
Pero eso no va a ser una buena idea. Él tenía la pistola. 
Me detendré a dos cuadras, en una tienda de ropa, para descansar. Adentro estará fresco y beberé un poco de mi agua para quitarme el calor. Tendré sueño ese día, y apreciare la idea de dormir en el suelo helado de cerámica. Pero no lo hare. Porque aun tendré que llegar a la zona norte antes de que anochezca, o estaré en problemas. 
Saldré de la tienda al cuarto de hora y caminaré a paso rápido. No sabré por donde voy, pero sabré que solo habrán casas y que tendré que estar por ahí. 
Avanzaré solo por las calles vacías, viendo en los edificios cómo la gente me observa desde las ventanas. Será en una esquina que me encontrare con uno de esos monstruos de cerca. Me verá con su único ojo; él correrá tras mi carne y yo correré por mi vida. Y aunque la gente va a ver, nadie actuará en mi defensa. Nadie vendrá por mí ni me ayudara. La gente de la Ciudad, ellos que se pensaban buenos samaritanos y que creyeron que nunca ignorarían los gritos de quien esté en peligro. Pero no los culpare, porque seremos iguales. 
El monstruo no se cansará, mas yo sí lo hare y será una cuestión de tiempo. Pero una mujer se cruzará en mi camino. Aparecerá en una esquina y aunque la evitaré, ella no podrá evitar al monstruo que me sigue de cerca. Este me dejara en paz y seré libre. 
La culpa caerá cuando la adrenalina me abandone. Cada mirada desde las ventanas va a juzgarme y condenarme, pero seguiré mi camino.
Cuando llegué a la intersección en la gran avenida, me encontrare con otra mujer que viaja en la misma dirección que yo. 
Entonces caminaremos en la misma dirección, pero no juntos, como con Luis. Durante la primera hora no hablaremos y no nos miraremos. En la vereda habrá un árbol viejo y pequeño, pero duro. Me acercaré a él y me colgaré para sacar una de sus ramas. Cuando la quiebre la mujer se girara a ver. Quitaré las hojas y las otras ramas que tenga y tendré un arma para defenderme. La mujer hará lo mismo y entonces le preguntare su nombre. Empezaremos a hablar, poco a poco. Cosas como el nombre y la edad darán paso a qué haremos si aparecen esas criaturas. 
Seguiremos andando y nos defenderemos el uno al otro. Y es que es difícil escapar y dejar al otro atrás cuando han hablado por más de unos momentos. Uno de esos monstruos aparecerá en nuestro camino y los dos estaremos en posición; entonces usaremos las ramas hasta matarlo. Hasta que la amenaza se vea reducida a una pila fracturada de jugo negro. Luego seguiremos nuestro camino. 
El sol se empezará a poner. Las sombras de los edificios cubrirán calles enteras, pero el concreto seguirá caliente hasta la noche. Caminando aun, contemplaremos la idea de buscar donde dormir y seguir mañana. Decidiremos seguir un poco más. 
Analizaremos a cada monstruo, desde lejos. Ellos nos verán, pero no nos perseguirán si no nos movemos ni hacemos ruido. Tienen mala vista, deduciremos. No estarán por encima de las personas normales. Solo empeorarán con su transformación. Iremos con más calma por las calles, contentos con la idea de que no nos enfrentamos a animales perceptivos. 
Seguiremos andando, ahora en silencio. Pero será un silencio cómodo, agradable. Ocasionalmente saldrán algunas preguntas, pero no requerirán más que un sí o que un no. Y luego de una hora dejaremos de ver los altos edificios sobre la ciudad. No faltara mucho para el anochecer, pero alcanzaremos la zona norte. Caminaremos durante varias cuadras más para asegurarnos de estar en el lugar que buscábamos. 
Pero oiremos disparos. Miraremos en dirección del lejano sonido, y nos preguntaremos sobre su origen. Pero poco va a importarnos, y va a ser que no nos involucramos. Seguiremos nuestro camino indefinido hasta que uno de esos hombres monstruo vaya a empezar a correr tras nosotros. 
No todos serán cortos de vista. 
Vamos a prepararnos para pelear, determinados, pero vamos a dudar cuando detrás se aparezca otro monstruo más. Ella me dirá que será mejor correr, pero titubearé. Serán tan rápidos como nosotros. Aun así, correremos, y no servirá. Solo agravará el problema. Se sumará otra criatura más. Empezamos a cansarnos y, cuando una cuarta se agregue, concluiremos que escapar no nos servirá de nada. 
Superados en número; no tendremos posibilidad de superarlos. Ella hará lo único que podremos hacer en ese momento. Gritar por ayuda. 
Nos detendremos y giraremos hacía los monstruos. Con las ramas en la mano, nos preparemos para perder la vida. 
Entonces dos personas saldrán de una de las casas, y uno de ellos usara su pistola para matar a tres de las criaturas. Acabaremos con la última y les daremos las gracias. La luna se estará alzando por sobre las casas y por precaución pediremos quedarnos con ellos, prometiendo dejarlos en la mañana si así lo desean. Ellos hablaran durante un momento antes de respondernos con un sí y dejarnos pasar. 
Pasaremos sobre una gran mancha de sangre en la alfombra, pero no preguntaremos sobre eso. Ellos serán los únicos en ayudarnos, después de todo.

Ellos nos dirán sus nombres, Croft y Nick. Y preguntaran por los nuestros. Ella dirá su nombre, y yo diré el mío... 

Dos Noches de Verano — 3 — Nick: Entrar en la casa

>Nick: Entrar en la casa.

Nadie estaba esperándolo. Nadie pudo prepararse, nadie podía prevenir algo así.
Había empezado dos días antes.    
El domingo todo había sido normal. Me había encontrado con Jack, nos juntamos a tomar algo y volví a casa un poco borracho. Sabía que no podía presentarme en el trabajo en malas condiciones, así que me había vuelto del bar temprano. Eso había sido todo. Entonces, así como así, al día siguiente se desencadenó todo. Pasó de un momento a otro, como cuando el despertador interrumpe un sueño placido.
Estaba en el quinto piso de las oficinas de Lagorod, haciendo papeleo. Había dejado mi último trabajo por el bien de mis nervios, pero la Ciudad había sabido encomendarme el trabajo que más se ajustaba a lo que necesitaba. Una oficina, un lugar que siempre sería tranquilo. Y pagaba bien; Lagorod era la empresa más importante de la ciudad.
Pero ese día no era tranquilo. Noté que todos se habían puesto de pie y estaban corriendo, alejándose de la puerta del ascensor. No podía entender que pasaba, pero me levanté también. Todo era un tumulto. Entendía que había una emergencia, pero, ¿qué…? De repente, más gritos. Alguien puso una mano sobre mi hombro. Mi compañero del cubículo de al lado, hablándome por sobre los gritos. Exclamó que buscáramos otro camino… que esas cosas también estaban atrás.
—¿Quiénes están atrás?
Pude ver la respuesta yo mismo. Un grupo de personas cayeron al suelo, y presencié lo que les había saltado encima. Gente deforme, errónea, como vistas en un espejo de circo; con pedazos carnosos sobre el cuerpo y extremidades deformadas; estaban estirados, fundidos o contraídos tanto que ni siquiera parecían personas en ese punto. A una de ellas le faltaba todo el rostro, y su cuello se unía a su hombro como si su piel se hubiera derretido. Otra tenía un brazo excesivamente largo; llegaba hasta el piso y parecía en descomposición, atravesado por un agujero que dejaba ver la oficina del otro lado. Se movían como animales salvajes, rabiosos, y perseguían a la gente con furia. Tiraban mesas y sillas en su camino, y todo el mundo corría. Sin entender aun qué estaba pasando, me di vuelta y empecé a correr hacia la puerta de las escaleras. Concentrado solo en mis pies, empezaron a llegarme más sonidos de mis alrededores… sonidos que venían de afuera del edificio. Gritos. La gente abajo estaba gritando. Por un instante desesperado pensé en quedarme en las oficinas, pensé que abajo solo habría más salvajes. Pero logré entender que ahí íbamos a estar encerrados. Salté por encima de una mesa y crucé el espacio hacia la salida.
Tomé las escaleras. Noté que alguien me llamaba al celular, pero lo ignoré. Quería ignorarlo todo. No parecía haber nadie en las escaleras, y empecé a bajar… hasta que vi a un hombre que parecía haberse caído en un apuro. Me acerque a él. Estaba boca arriba, sin moverse. Muerto. Lleno de pánico, mi mente llegó a preguntarse si pudo haber muerto solo por un tropiezo, y entonces miré la gran herida en su cuello, y mi mano se empapó con su sangre. Bajé corriendo, solo corriendo hasta llegar abajo y abandonar el edificio.
Justo como había escuchado, las calles estaban peor. Una masa de gente llenaba el camino corriendo, con esas cosas saltando sobre los autos y las personas. Como tigres con piel humana. Saltaban sobre las personas y las despedazaban, como indignados ante los que podían seguir siendo normales… ¿De dónde habían salido? ¿Qué había pasado? No podía entenderlo. Bocinazos de autos, estruendos y más alaridos cubrían la escena y me hacían perder el juicio. ¿Qué hacer? Seguí corriendo. Solo corrí, corrí y corrí, ignorando a las personas muriendo a mí alrededor. 
Antes de que me diera cuenta el sol se había escondido. Me había ocultado en una estación de servicio, esperando a que la situación se calmara. Todo fue un frenesí de caos durante las primeras horas, pero las criaturas parecieron calmarse medio día después. Y tomaría un día más para que las autoridades entraran en acción. De repente, mi celular volvió a sonar. 
Era Jack. Se encontraba bien. Contesté el servicio de mensajería. 

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JD: nik 
JD: nick 
NS: ¿Jack? ¿Dónde estás? 
JD: en un refugio 
JD: podes creer lo que paso? 
NS: No. Esas personas… aquellas cosas… 
JD: si 
JD: ya se. no son solo cosas, no pueden serlo 
JD: nick 
JD: tenemos que reunirnos 
NS: Sí. 
JD: siento que todo el mundo se fue al diablo. entraron en mi casa 
NS: ¡¿Qué?! 
JD: si 
JD: pero pude pasar por la estacion 
JD: agarrar algunas cosas 
JD: cosas como armas 
NS: No. 
JD: tengo una para vos 
NS: No. No. Sabes que no puedo… No voy a usarlas. 
JD: vas a morir 
NS: Me parece bien. 
JD: da igual. tambien agarre un arma de mano. eso también sirve. 
NS: Cielos. ¿Dónde estás? ¿Dónde podemos encontrarnos? 
JD: ya va a anochecer. juntemonos mañana 
NS: ¿Qué son…
NS: qué… qué paso? 
JD: son criaturas del demonio 
NS: ¿De que estas hablando? 
JD: esto es un castigo, nick 
NS: Jack, estás loco. 
JD: no, es obra del señor 
NS: No. 
JD: de dios. 
NS: ¡No! Estás loco. 
JD: idiota… 
JD: tnego que irme. 
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Y Jack se desconectó. 
Él y yo habíamos sido amigos por largo tiempo. Jack trabajaba en la estación de policía, y yo había servido junto a él; no había nadie en quien confiara más. Deseaba que el día siguiente llegara pronto para encontrarnos, aunque lo último que había dicho me preocupaba un poco. Ese día pasó sin más alarmas, sin que ningún desfigurado me encontrara. 
Me encontré con Jack al día siguiente. Resulto que el arma de mano a la que se había referido era un hacha; definitivamente no era lo que había esperado. 
Fue por esa tarde cuando dieron el anuncio: iban a organizar un rescate en dos días. Iban a llevarse a los ciudadanos en helicópteros; a todos los que llegaran a la zona norte de la ciudad. Ya sabíamos a donde debíamos ir. 
—Creo que entiendo a esas cosas —dijo Jack—. Te persiguen si te les acercas, pero si no, se quedan pastando o algo así. Creo que tienen que olerte. 
—Hum. Sobre lo que dijiste antes… —dije. 
—Estoy completamente seguro, amigo. Estas cosas vienen de ahí abajo, del infierno. 
Me quede mirándolo. 
—Creo que… —empecé a decir, pero Jack me interrumpió.
—Estoy completamente seguro. No son de la tierra. Hay una extraña sensación cuando estas cerca de ellos… como un zumbido… que se te mete en la cabeza y te revuelve los pensamientos… 
—Basta. Deja de hablar. No quiero que sigamos con este tema. 
Jack debía estar fuera de sí. No podía ser cierto. Traté de ignorar la idea, ignorar todo el tema. Era verdad que sentía un malestar en mi estómago desde que todo se había ido a la mierda, y podía ver que Jack también lo sentía. Esto me llenaba de terror, pero no podía entenderlo, y quería dejar de pensar en ello. Seguimos camino sin hablarnos. 
Por suerte, él era tan ágil como de costumbre. Comenzamos a movernos para arriba en la ciudad, cruzando los autos sin detenernos, saltando sobre la gente tirada sin mirarla, sin pensar en que eran cuerpos; avanzando como uno. Hacía tiempo que había dejado la fuerza, pero aun recordaba mis instintos. Cada uno entendía lo que el otro estaba pensando y actuaba acorde. 
Pero no pudimos evitar a las criaturas por completo. Estábamos cruzando una esquina cuando se nos apareció una, un hombre anciano. Se paró frente a nosotros y rugió con una boca que sobresalía desde lo que debía ser su cabeza, pero que no era más que un tumor encima de su cuello, una protuberancia sin ojos ni nariz ni orejas. Por lo demás, solo parecía un viejo, que usaba ropas de tela gastada que le quedaban grandes para su talla. Sin esperar a más, Jack le disparó, pero el viejo ni pareció darse cuenta que tenía dos agujeros más. Correteó hasta nosotros, y yo me corrí a un costado y clavé el hacha contra esa boca que tenía. El filo se hundió en su piel, como si se tratara de barro, y me invadió un hormigueo que me hizo temblar. Esa cosa soltaba un pequeño murmullo, como un aaa perezoso… y su mano huesuda se acercó a mí… Hasta que cayó al suelo, muerta, llena de agujeros de balas. 
Yo empecé a retroceder mientras Jack buscaba en su mochila para recargar sus tambores. 
—¿Todo bien? —me preguntó, sin levantar la mirada. Mi temblor estaba desapareciendo. Miré hacía el anciano. De su cuerpo fluía sangre que parecía negra.
—Sí… sí. Me asusté por un instante, eso fue todo. Vamos… 
Jack me miró directamente. 
—Ya te lo dije. —Declaró.
—Y yo dije que sigamos. 
Continuamos nuestra ruta, y solo la interrumpimos para buscar un lugar donde dormir. Veíamos bastantes personas por las calles, pero todas eran discretas y evitaban mirar al resto. Todo el mundo parecía en guardia o en shock; todos sabían que un movimiento en falso podía matarlos; una criatura podía aparecer en cualquier momento.
Nos metimos en una casa y reposamos ahí. Usamos la comida de adentro para cenar. Todo el mundo estaba moviéndose a la zona norte, y muchas casas estaban vacías.
Durante la cena Jack me conto una historia. 
—Todavía no te dije de esto —empezó—, pero yo estaba con un compañero de la fuerza cuando todo empezó. 
—¿…Murió? 
—Sí. Pero por su propia mano, Nick. “Puedo escucharlos…” 
—¿Eh? 
—“…Puedo escucharlos”, decía. “Puedo escucharlos arañar, escucharlos tratar de entrar en mi”. 
Dejé de masticar y apoyé el tenedor en el plato. ¿Qué estaba diciendo? 
—Cuando esa gente monstruosa empezó a aparecer, y la estación estaba llena de llamadas de emergencia, él empezó a hablar así. Y tras eso, cuando no pudo aguantar más, se pegó un tiro. 
Hubo un momento de silencio entre nosotros. 
—Esto, todo esto, es algo que iba a pasar tarde o temprano. Por voluntad de Él. Es todo lo que estoy diciendo. 
Fuimos a dormir en cuartos contiguos, sin hacer más comentarios. Salimos a la mañana siguiente, el último día hasta donde llegaría Jack.
Solo faltaba una hora para su muerte cuando encontramos otra de esas cosas. Saltaba sobre un cadáver, arrancando pedazos de carne de tanto en tanto, como bañándose en la sangre. Lleno de repulsión, Jack apunto hacia la mujer gorda y acabó con ella. 
En ese mismo momento, otro apareció por detrás. 
Era un hombre de pelo largo. Le faltaba camisa y su estómago se expandía anormalmente, como si fuera a explotar. Eran abominaciones, criaturas demasiado horribles para ser ciertas. Empezamos a correr, el monstruo jadeando como un maníaco tras nosotros, corriendo en cuatro patas. Sabiendo que no podíamos evitarlo por mucho más, crucé miradas con Jack y nos paramos a la vez, mientras tensaba mi brazo con el hacha extendida. La criatura se ensartó mi arma en el cuello y cayó hacia atrás, a lo que Jack abrió fuego. Dejando un charco de sangre bajo él, seguimos camino. 
Revisé mi reloj; eran la una de la tarde. Habíamos llegado a la zona alta de la ciudad; solo faltaba esperar. Encontramos una casa en una calle en subida. Tenía dos pisos y parecía sencilla, pero solo queríamos un lugar donde quedarnos. Nos paramos frente a la puerta. 
—¿Podes abrirla? —dije. 
—Solo hay una forma de saberlo. 
Asentí, entendiendo, y golpeé contra la puerta. Para mi sorpresa, la madera vieja crujió y se abrió al momento, haciendo que cayera al suelo del interior de la casa. 
—¡¿Quién mierda son?! —gritó una voz. 
Miré hacia arriba, al tiempo que escuchaba a Jack martillando sus armas. 
—¡No! —grité, y pude detener a mi amigo. 
No había porque disparar. En la casa solo había un hombre normal, agitado con razón. Era un tipo de mediana edad, con una chaqueta gris sobre un camisón blanco, y una nariz prominente. Se había agazapado contra una pared, y exhibía una navaja en posición amenazante… aunque no lograba inspirar ningún temor. 
—¿Quiénes son? ¿Qué… qué hacen acá? —Preguntó el hombre. 
Jack bajó las armas y me miró. Le indiqué con un gesto que todo estaba bien. 
—Me llamo Nick. Él es Jack —dije—. Nada más estábamos buscando refugio. Nosotros… 
—¿También escucharon el anuncio? ¿El de venir a la zona alta? —Preguntó el tipo.
—Así es —dijo Jack—. Mira, nada más queremos pasar el tiempo acá, eh… 
—Croft. Díganme Croft. 
—Solamente queremos esperar a que se haga mañana. Como seguramente vos también… vos también…
De repente, Jack cortó sus palabras. Se tomó la garganta, como si hablar le costara, y su voz se hizo un gruñido. Entonces dejó salir un grito. Soltó sus armas y se tiró al suelo, tomándose la cabeza. Empezó a revolcarse, como si estuviera sufriendo espasmos, mientras su boca dejaba salir gárgaras sin sentido. Croft y yo lo mirábamos impresionados. 
Jack se arqueó hacia abajo, y su espinazo se marcó en su espalda como si quisiera salir. Su codo izquierdo empezó a crecer, junto con la piel que lo acompañaba, resultando en un brazo deforme… Comprendí, lleno de horror, que Jack estaba convirtiéndose en una de esas cosas. 
—L…Las armas… —dije, casi en un susurro. 
—¿Qu…Qué? —Pregunto Croft. 
—¡Las armas! ¡Toma sus armas! ¡Tenemos que matarlo! ¡Ya mismo!
Croft me miró alarmado, pero hizo caso y se tiró al suelo por las pistolas. Las tomó, y mientras los balbuceos de Jack se convertían en un murmullo… un murmullo que ya había escuchado antes… Croft apuntó hacia él. 
—Es uno de los mutantes… Es uno, ¿cierto? 
—Tenes que disparar. Dispara, Croft —dije, jadeando. 
La mano de Croft temblaba, pero jaló el gatillo. Jack estaba incorporándose despacio, casi junto a Croft, y recibió el impacto de lleno. 
Jack cayó al suelo, y no volvió a moverse. Un charco de sangre empezó a salir de la herida y llenó el suelo. 
Ninguno dijo nada por un instante. 
—Jesús… —mascullé.
Se me cegó la vista, pero mantuve la compostura. Pude mantenerme en pie. Croft se acercó a mí. 
—¿Estas…? Eh… Uy, Dios… 
—Estaba equivocado. 
—¿Qué? 
—Jack estaba equivocado. No son demonios. Está en el aire… lo que esté haciendo esto tiene que estar en el aire. 
Croft me miro sin comprender, y estiro sus manos hacia mí. Tenía las pistolas en ellas. 
—Son tuyas. 
—No. No… no uso pistolas. 
—¿Qué? ¿Por qué no? 
—Es… es… No importa.       
Miré hacia el cadáver de Jack una vez más. No podía correr la mirada. 
—Dios mío… 
Lamenté la muerte de mi hermano, mientras me preguntaba si cualquiera de nosotros podía convertirse en cualquier momento. 
Y por encima de todo, sentí que ninguno iba a sobrevivir hasta el rescate. No había manera de vivir en ese infierno. Pero Croft parecía sensato. Apoyó su mano en mi hombro, y no agregó nada más.