Al
principio creí que era el único que lo estaba escuchando, aunque no era así.
Podía escuchar el aleteo de los helicópteros, y no estaba muy lejos; estaba
encima de nosotros. Justo encima de nosotros.
Empezamos
a correr por la calle. Esta seguía desierta, pero ahora el cielo era cruzado
por un helicóptero; el vehículo volando encima de nosotros, a poca altura.
Los
gritos no alcanzaban; ni siquiera podía escuchar a mi cabeza con ese ruido. Se
fue alejando y alejando, hasta que ya no fue más que un punto negro en el
cielo. Sin darnos cuenta habíamos corrido dos o tres cuadras.
No
tardamos en tirarnos miradas pesimistas. Todos empezaron a quejarse; hasta mi
subconsciente repetía su voz.
«Todos
se van a morir.»
Meneé
la cabeza, tratando de sacarme la idea de la cabeza. No era fácil. Claro que
no, estaba hablando de mi puto final.
Mientras
tratábamos de recuperar el aliento empezó a sonar otro ruido. No podía ver de
dónde venía, pero podía escucharlo; podía escuchar el latido otra vez. Un
latido sintético, un motor. Una hélice. De hecho, eran dos. Yo seguía
recuperando el aliento mientras buscaba el helicóptero entre alguno de los edificios.
El sonido se acercaba, haciéndose más claro y ruidoso. Llegué a escuchar una tercera
hélice, producto de mi imaginación.
El
ruido se acercaba más y más, pero no podíamos ubicarlo. Vi como Clara corría
hasta la siguiente esquina, Croft volvía a la anterior, y Nick seguía tirado en
el piso, rendido. Mi aliento no volvía. Quería correr y ver a los dos ángeles volando,
pero no podía, no podía dejar de respirar fuertemente. Todos mis sentidos se ralentizaron.
Buscaba cualquier cosa en el cielo, entre los centenares de edificios. Clara gritaba
fuerte, muy fuerte. Croft también lanzó un grito. Fue un tanto desgarrador, aunque
solo fue uno. Pude escuchar como los gritos de Clara se empezaban a mezclar con
gimoteos; como su voz se empezaba a quebrar.
Una
voz quebrándose es algo muy raro. Por mucho que alguien traté, es imposible de
interrumpir. Siempre había fallado, era simplemente imposible. Y Clara no era
la excepción.
El
ruido de las hélices se hacía más y más fuerte, ya cobrando el volumen que
había tenido la primera. El sonido se hizo tan envolvente y ensordecedor que
realmente pensé que habían visto gente y que estaban por aterrizar cerca. Pero
no pararon. Cuando los vi salieron por mi izquierda, pasando a toda velocidad en
la misma dirección que el otro helicóptero. Sentí sudor frío en mi frente y en
mi espalda. Mi cabeza estaba por explotar. Y entonces logré recuperar el
aliento.
No
podía quebrarme yo también. Le tendí la mano a Nick. No parecía querer levantarse nunca más,
pero lo hizo.
Después
volvió Clara. Se podían venir las lágrimas secas. Su mirada había cambiado; se
veía como yo cuando me había mirado al espejo. Totalmente igual, pero sus ojos
eran diferentes. Su mirada era más penetrante, fría. El sentimiento que me
hacía sentir capaz de matar a cualquiera sin que me temblase el pulso; saber
que ella también estaba en ese estado daba miedo.
Clara
se quedó callada, mirándonos. No era la primera vez que notaba lo linda que
era.
Croft
se acercó momentos después. Él no tenía esa mirada. Se veía algo desalentado,
pero sus palabras diferían.
—No
estamos suficientemente al Norte. Tenemos que movernos.-aseguré
Todos asintieron.
—Hay
más de una razón —dijo Clara, muy seca. Estaba moviendo su cabeza hacía atrás, como
señalando.
Giré
la cabeza, viendo que varios de los monstruos estaban acercándose o salían a la
calle. Habían sido atraídos por el ruido, supuse. Eran manchas negras en mi
visión periférica, pero sabía que eran ellos. No había que ser un genio para
deducir que estábamos jodidos.
De
pronto, escuché una campana sonando a través del aire. Inmediatamente pensé en Por
Quién Doblan Las Campanas, pero volví a escuchar esa voz. La voz de mis sueños.
—Por
ustedes—respondió aquella voz.
Me
quedé congelado. Sabía que había sido mi imaginación, hasta la campana. El
tirón de Clara me hizo reaccionar, insistiéndome para que corriera.
Apreté
mi fierro con fuerza y corrí hacia adelante. Corrí tan rápido como me era posible,
sin mirar atrás, sin mirar a los costados, solo al lugar a donde los
helicópteros se habían dirigido. Sentía mi respiración y mis pasos; el resto
era vació. Llegué a encontrar un ritmo entre mi movimiento y mi respiración. Solo
seguía corriendo hacia adelante, mirando al punto donde las máquinas habían
desaparecido. Empecé a escuchar una voz lejana, pero se acercaba muy rápido.
—¡Clay!
—gritó Croft.
Tropecé
y caí al piso con brusquedad. Mi tubo salió despedido hacía adelante. No llegué
a abrir los ojos antes de sentir la sangre corriendo por mi cara. Podía sentir
el ardor de las raspaduras; mis manos paspadas, mis rodillas.
Pero
era un dolor distinto. No era dolor. Sí, dolía, pero daba forma a otra cosa. Eran
esos momentos los que hacían que mi mirada cambiase; que apareciese el otro
Clay. El que podía ser mi verdadero yo, liberado por la Ciudad. Pero ese no era
un buen momento para preguntar qués o por qués o cómos, aunque la respuesta fuera
simple.
Me
levanté rápido, tomando mi tubo. Vi a los demás a media cuadra, esperándome. Atrás
había una decena de deformes. Entonces miré justo delante de mí; otra de las aberraciones
de varias personas a la vez.
Me miraba
fijamente, no se movía. Su respiración parecía complicada y quejosa. En su
pecho había algo parecido a un ojo gigante. Estaba situado donde iría el corazón
y latía, casualmente. A cada momento se llenaba de ese líquido negro para
después limpiarse. A su brazo derecho le faltaba una mano. Su hueso cúbito había
tomado una forma afilada de treinta centímetros.
Tomé
el lado que parecía más duro de la tubería y me acerqué un metro o dos. Usándola
como un arpón, la lancé directo al pecho de la aparición. El otro Clay hubiese
fallado, o el golpe hubiese rebotado. Pero esta bestia tenía un tejido muy blando,
y mi fierro le pasó de lado a lado.
No sabía
si había sido suficiente para matarlo, pero corrí hasta donde estaban los
demás. Al llegar a la esquina doblamos a la izquierda, desviándonos de nuestra
persecución.
—Un
último esfuerzo hasta la próxima esquina, y los vamos a perder —dijo Clara.
Realmente
tuve que usar mis últimas fuerzas, pero llegamos a la esquina y doblamos a la derecha.
Avanzamos por unos metros, y descansamos por unos momentos.
Utilicé
el trapo que tenía por camisa para secarme la sangre. Nick miró mis raspaduras,
un poco desconfiado.
—Estoy
bien —solté.
Sin
decir más, habiendo podido recuperar un poco de aliento, seguimos hasta la otra
esquina.
—Deberíamos
conseguir un coche —dijo Croft, mientras se acercaba a uno que había
estacionado en mitad de la calle—Hey, creo que no estamos lo suficientemente
lejos… —trató de hablar, pero se quedó helado.
Al llegar del otro lado del auto pudimos ver por
qué.
Había
dos cadáveres y una persona moribunda justo delante del auto. La sangre era fresca;
demasiado fresca. No tenía idea acerca de coagulación, pero eso no podía haber
pasado hacía más de quince minutos.
El
moribundo nos miró. Su respiración era débil y muy dificultosa. Estaba en sus
últimos momentos. Nos miró a cada uno. Llevó su mano a la cadera y sacó una
pistola. Entonces levantó el arma en dirección de Clara, y se la arrojó tan
cerca como pudo.
Señaló
para adelante, hacía el norte. Movió la cabeza: «vayan». Luego dejó que su
brazo cayera; y respiró sus últimos momentos. Unas palabras quisieron salir de
su boca, pero la sangre le prohibía hacerse entender. Al final, cesó de
respirar.
Clara
se quedó mirando la ofrenda, así que Croft tomó la pistola para sí y se puso a
inspeccionar los otros dos cuerpos. Al final encontró un cuchillo y otra pistola.
Ahí había pasado algo serio. El coche también estaba baleado, aunque funcional.
Nick y Clara se pusieron a hacerlo funcionar, y tomó
varios intentos. Al final, sin embargo, el motor rugió.