martes, 4 de junio de 2030

Introducción


Bienvenidos a Gwrol, el repositorio de historias fabricadas en el foro Gwrol. Lee la historia del grupo o pasa a nuestras obras:


Gamma
2018-hoy
En un mundo post-apocalíptico, bajo la luz de una luna roja se persiguen sueños de venganza y violencia.

Leer online


Dos Noches de Verano
2013-2015
Novela corta - Thriller de horror

Cuando personas desfiguradas desbordan la ciudad y las leyes de la naturaleza parecen quebrarse una tras otra, un grupo de supervivientes intentara llegar a la zona de evacuación con vida.

Descargar
Leer online



"9999"
2011
Novela corta - Comedia/Aventura
Un tipo común se encuentra metido entre un grupo de clones y un esqueleto parlante que se embarcan en una aventura bizarra que podría salvar al mundo o destruirlo.
Descargar

viernes, 7 de junio de 2019

Gamma — 22 — Kayla



La atmósfera de Gentium era distinta a todo lo que había conocido desde que había sido ungida por el último bastión. Una ciudad llena de luces y movimiento, dónde no se notaban las carencias del desierto. Solamente en el suelo resquebrajado por el calor y la pintura de los edificios, venida a menos por el viento y por el sol.
Desde que Jano me había dicho lo del inventor, las voces no hacían más que repetir frases viejas. Se aseguraban que cada vez al despertar, escuchara las instrucciones de siempre; con el alba en la venta del carruaje y ahora con el sol entre las construcciones.
—Kayla, las máquinas deben morir —me susurraban, incansables.
Les preguntaba sobre más detalles. Les preguntaba sobre el inventor, pero no respondían. Solo volvían a estar ahí cuando alguna máquina se acercaba lo suficiente. Su murmullo había dejado de cumplir la función de guía, ahora eran solo palabras que se perdían en la arena arremolinada del piso. Confiaba ciegamente en las palabras de Jano, y eso significaba empezar a escuchar otras voces distintas de las de ese laboratorio. No entendía como los que me crearon habían dejado pasar tal detalle. ¿Cuántos años había vagado en el desierto, matando de a una máquina? ¿Demoler una fábrica? Solo si tenía mucha suerte. La misión necesitaba de una cantidad de tiempo ilimitada y ciertamente lo que intentaba evitar iba a suceder antes del fin de los tiempos. ¿Cuánto faltaría? ¿Cien años? ¿Doscientos años?
No entendía la miopía de aquellos que me eligieron. ¿Por qué? ¿No era obvio que solo una persona no podía tener éxito en un objetivo como tal? Puse en jaque todo lo que conocía de ellos. Ellos tampoco respondían mis preguntas. Era raro, porque en el fondo todavía confiaba en que era mi error por no entender algo. Aunque desde lo de Jano, no podía dejar de estar enojado con su inutilidad. Empecé a pensar que la justicia y el equilibrio que tenía que traer iba a depender de mi criterio. Las voces parecían ser brebajes del pasado.
Todavía había una necesidad física impostergable de matar que no se había ido, solo se había subordinado a la meta final. Dos semanas junto al pedazo de metal parlante habían sido un desafío más que digno para mi autocontrol. Llegué a Gentium debilitada, derruida.  Y ahora, en retrospectiva, entendía lo importante que fue la presencia de la Jueza en el viaje. Solo estar a su lado, escuchar su voz, me daba un temple que no había conocido hasta encontrarme con ella.
Tan rápido como llegamos al hotel, en una escapada fugaz, busqué cualquier máquina para hacerle lo que quise hacer al bufón en esas dos semanas. Entre las sombras, con un manto de luz blanca y un chasquido, conjuré la magia. Esperé la quietud. En el momento adecuado apareció una de esas atrocidades caminando justo hacia mí. Sacié el hambre canina que tenía dentro de mis almas en un instante. Los pocos transeúntes que había alrededor se asustaron y se mostraron incrédulos de que la máquina estuviera liquidada.
Fragmentos de la memoria del aparato llegaron a mí. En particular, sentí cosas extrañas e indescifrables sobre las fundidoras de Gentium.
Al volver al hotel, me encontré con que el resto del grupo comentando aliviados que Morr había decidido entrar a bañarse. No tenía apetito y tampoco voluntad para verle la cara a aquél violador encubierto. La única razón porque la que no lo había matado en el viaje era porque estaba muy distraída intentando no matar al bufón. El grupo no se destacaba por la armonía. Decidí tomar un respiro de todo y dormir. Habían rentado tres habitaciones con dos camas individuales cada una. Al llegar a la cama y notar que estaba sola en la habitación sentí un súbito malestar. No iba a importar qué hiciera de ahora en más, siempre me iban a atar de manos y tirar en la habitación donde haya nadie más. Sentí el rechazo y las miradas desconfiadas de más de una quincena conglomerándose en mi pecho. Me sentí triste. Recordé soledad.
Me concentré en dormir para poder ir a aquel sitio. Los susurros de los que me crearon nunca me iban a abandonar; la playa de transición era mi hogar.
Al llegar el sueño, sentí el calor de la tarde eterna. El remanso del mar llevaba los hilos del tiempo. El cielo pulcro me daba sosiego. Las voces murmuraban y se tapaban una con la otra. Las palmeras se sacudían con el viento; sin turbulencias. Sentí olor a laurel mojado. Miré a mi derecha y vi como a unos cinco metros estaba Jano, inspeccionando los restos de la máquina que había matado en las cercanías del hotel. No decía nada y miraba asombrado como sus circuitos habían dejado de servir. No había reparación posible para esos seres de metal una vez que yo los tocaba.
Estaba contenta que él estuviera ahí. Pero creía que todavía no me había visto.
Él seguía recorriendo lo que quedaba de la hojalata, sin entender cómo había pasado. Él podría lograr lo mismo usando sus manos y pulverizando el interior de aquellos seres. Su mirada era idéntica a como me miró a mí, después de saber que tenía un alma ungida en mí. Era de sorpresa, incredulidad, pero había algo más.  ¿Me estaría recordando?
Quise hablar sin labios. En la playa, no era más que dos ojos conectados a sus nervios flotando en el aire. Aunque el verdugo me terminó viendo. Se empezó a acercar con pasos tibios hacia mí. Pero su esencia se deshizo. El vapor bordó que emitía Morr se apoderó de su respiración. Me miraba de la misma manera que el caballero me miró aquella noche. Me llené de odio e indignación. Volví a sentir el olor del laurel y el comando de las voces de cada mañana.}
—Kayla, las máquinas deben morir —me decían.
A la mañana desperté con muchísima hambre. Había despertado mucho antes que la mayoría. El hotel ofrecía servicio de desayuno por suerte. No había mozos, simplemente una mesa donde dejaban comida y cada quién tomaba lo que le parecía. Tomé algunas tostadas y un poco de manteca para untarlas. Me serví té y me senté en una mesa pegada a una pared del comedor. Me sorprendí un pensando en que todo esto parecía más que familiar, aunque nunca había estado en algún lugar con características parecidas. Digo, empezando por Gentium y en particular con un hotel que sirva desayunos.
No me quitó el aliento. No era un misterio, o tal vez sí, pero la respuesta era bastante simple. Yo era una persona como cualquier otra antes de esto. Y una virgen más puntualmente, según los ingredientes del conjuro. Recuerdo detalles estructurales como mi familia, la escuela y cosas por el estilo. Mucha memoria de cosas cotidianas, como hoteles, o cómo opera un ascensor. El resto, es una masa sin color. No estoy ni cerca de darle una cara a papá o mamá. Fue otra Kayla. Y está demasiado lejos para que tenga algún tipo de peso.
Quiero creer que, en parte, yo elegí esta nueva vida.
Intenté buscar una respuesta a ese barullo de recuerdos de aquella máquina. Era difícil dar con detalles que significaran algo. Quién sabe cuántos años de funcionamiento entraban a mi cabeza en un segundo. La mayoría de todo eso quedaba descartado de inmediato. Había algo, en las fábricas que quería significar algo. Destellos de imágenes que querían armar una fotografía más grande. Sin embargo, no hubo caso en todo el día. Caminar me facilitaba ese reflujo de la memoria de metal.
Cegué mi búsqueda en aquél recuerdo que insistía en tener algo distinto.
Me crucé con el resto del grupo ocasionalmente a lo largo de la jornada, y siempre parecían estar comentando sobre la higiene de Morr. Me divertía pensando en que la suciedad de su existencia no se iba a lavar con agua y jabón. Me divertía tanto de hecho que llegó a darme algo de lástima.
No hubo mayor productividad por mi parte. Algunos de los lugares que recorrí caminando ayudaron a vivenciar imágenes de distintos recuerdos. Encajar algunas piezas de un rompecabezas enorme era alentador. El problema era saber si estaba resolviendo el acertijo correcto.
Esa noche dormí bastante y de corrido. En la playa solo estuve yo, las voces y el viento.
El miércoles volví a desayunar y vagar por la ciudad, buscando reunir la memoria de la máquina. El tiempo pasaba volando y mi cabeza se perdía dentro de sí misma, intentando unir fragmentos que parecían intangibles e inflexibles.
Sobre el mediodía volví al hotel, para encontrarme con la Jueza en hall principal.
—Kayla, te estábamos buscando —dijo intranquila. En su mirada había algo raro. Verla así me alteró de inmediato.
—¡¿Qué pasó?! Morr no te habrá intentado hacer algo, ¿no? —dije, y ella se mostró confundida.
—¿Qué...?¿Morr? —preguntó y sacudió la cabeza—No, él está en prisión. Vení, tengo que ponerte al tanto.
Tomamos el ascensor y fuimos hasta su habitación. Allá estaba Crove sentado, parecía estar pensativo. Tuve la sensación de que la Jueza ya lo había puesto al tanto de parte de la historia.
Me apoyé contra la pared. Cristina se sentó en el borde de la otra cama, enfrente al noble.
Tomó aire y de contó la verdad de Morr en palabras claras y concisas. Detallando en el desastre que el caballero había traído a la gente inocente de Dornwich. ¿La marca de la luna? Mi percepción de Morr no había cambiado, pero ahora entendía un poco más qué había detrás de esa armadura.
—Hay que conseguir las evidencias de que Baal no tiene interés en que haya justicia, sino que busca beneficios propios.
—¿Por qué? ¿Por qué lo ayudaríamos? —la Jueza giró la cabeza como negando.
—Él como cualquier otro ser humano merece un juicio propio a las cosas que hizo.
—Él tenía de esclava a la chica del desierto y hacía lo que quería con ella, lo sabías, ¿no? Aunque a contraluz de todo lo que me contás es el menor de sus pecados.
Ella me miró, ahora con convicción.
—No, es un caso delicado —dijo y se puso de pie—. Hasta el último año de la sentencia debe ser calculado con la corte. Y si se prueba su inocente se va a ir caminando como un hombre libre. Ejemplos como Morr son los que ponen a prueba nuestra confianza en la Justicia. Y casos como este, no pueden ser tomados y manipulados por corruptos como Baal.
Levanté los hombros y las manos. Algo dentro de mí entendía a la Jueza. Creía que estaba en un punto medio la verdad. Luego de la historia de Morr, incluso después de saber de la matanza, entendí que él había sido usado. Duplicar el castigo no parecía apropiado, pero tampoco dejarlo ir sin una sentencia.
—Supongo que tiene sentido. Lo voy a ayudar.
—Tenemos tiempo hasta este viernes. Intentá seguirlo y conseguir algún dato. Cualquier cosa puede servir.
Cristina ahora dirigió su mirada al noble, que tenía los brazos cruzados y miraba para otro lado.
—¿Crove?
—Jueza... mire, no es que ponga en duda su palabra, pero creo que subestima la importancia que le da el Imperio a estos hechos.
—¿Cómo? —preguntó
—No tengo en interés en juzgar la labor de un funcionario trabajando en un caso tan particular como el de Dornwich. Entiendo que no todos los burócratas del Imperio sean santos, pero creo que sabemos muy bien que esto no es juego. ¿Cuánto puede dinero puede ganar el juez de todo esto? Lo siento Jueza, sabe que mi búsqueda de la Justicia es tan altruista como la suya, pero en este caso es su palabra contra la de Baal.
La cara de Cristina cambió radicalmente. La tensión se sintió de inmediato. Ella respiró varias veces antes de responder, conteniéndose.
—Si su búsqueda de la verdadera justicia es como la mía, entiende que lo que le están haciendo a Morr va en contra de las leyes, ¿no?
—Por supuesto que estoy dispuesto a ayudar a Morr. Siempre y cuando me muestren más que suposiciones. Desconfió de la desidia e irresponsabilidad del Imperio para un caso así. No para Dornwich, no para la Serpiente.
La jueza se mordió el labio y suspiró enojada.
—Crove, jurame por tu lanza y por tu título que estamos del mismo lado —dijo, con seriedad letal.
—No entiendo qué me estás pidiendo —dijo el noble.
—Un precio te estoy pidiendo. ¿Qué necesitás para realmente intervenir y cambiar el juicio?
Crove se llevó a la mano a su mentón y luego de unos segundos asintió varias veces.
—Una sola prueba contundente de que los intereses de Baal no están alineados con los del Imperio.
—Juralo—dijo, lento y con odio.

El príncipe se paró y fue hasta la puerta. La abrió y cuando estaba por irse, se dio vuelta.
—Espero que no estés jugando a nada, Cristina. Juro que voy a sacar a Morr —dijo y se fue, sin cerrar la puerta.
El rostro de ella era una maraña de emociones. Se quedó estática, parada, mirando la puerta.
—Es bastante gracioso ser la que ahora hace menos preguntas antes de colaborar—le dije.
—Nunca me deja de sorprender la lealtad y la fe ciega en el Imperio —dijo ella.
—No puedo compadecerte, tuve poco trato con esos.
—El problema no es el imperio, creo que es con los hombres más puntualmente.
Ella me miró fijo e intentó sonreír.
—Tu pelo... se está oscureciendo —dijo y la miré estrañada.
Fui hasta el espejo que había colgado en una pared. Era cierto, mi color rubio profundo empezaba a volverse de un marrón claro.
—El pelo se aclara con la exposición al sol. Las últimas dos semanas estuvimos encerradas en un carruaje, debe ser eso—dijo ella.
Pero yo siempre había sido rubia, desde hace mucho tiempo atrás. Me toqué, estiré y jugué con mi pelo. No parecía la respuesta correcta.
—Sí, debe ser eso—le sonreí.
Al mirar con más detalle vi que mis cejas también estaban mutando a ese color. No era lo que decía Cristina.
Pensé en Annie, su pelo era idéntico al mío. Haberla matado generó algo... ¿qué me hizo cambiar mi tono original? No sonaba del todo plausible. Al voltear vi que ella había notado mi incomodidad.
—Te queda bien, no te preocupes—dijo y me sonrojé. Sentí la sinceridad de sus palabras elogiándome.
—Gr-Gracias...
Se formó un pequeño silencio.
—Hay algo especial en vos, Kayla. Me siento cómoda al lado tuyo, aunque la lógica me diga que debería estar unos pasos más atrás. Hay algo que me hace querer confiar. Decime algo... ¿puedo realmente contar con que vas a ayudar a Morr?
—Si podés, Cristina —dije y ella suspiró
—Gracias. Es importante para mí, y sé que tu búsqueda no tiene nada que ver con ayudar a alguien tan retorcido como el caballero. Pero necesito toda la ayuda que pueda conseguir, dos días es la nada misma.
—¿Alguna sugerencia para empezar?
—No demasiadas. Él es bastante gordo, estatura promedio y con poco pelo. Las facciones de su rostro están bastante marcadas por las arrugas.
—Bueno, es algo imagino.
—Usa prendas idénticas a las mías, casi me olvido.
—¿Algo más particular sobre su personalidad, sus costumbres?
—No se me ocurre algún lugar en particular. No me extrañaría que lo encontraras, en alguna situación dudosa, pero eso está lejos de ser suficiente como prueba.
—¿Se te ocurrió emboscarlo y arrancarle la lengua para que no pueda testificar?
Cristina sonrió.
—Se supone que somos las chicas buenas, solamente ellos pueden jugar sucio. Cualquier irregularidad automáticamente hace que perdamos.
—Siempre hay excepciones—dije, segura.
Ella bajó la mirada para un costado. Parecía que se había dejado llevar por una reminiscencia.
—Eso es lo que solía pensar, pero heme aquí soltera, habiendo perdido un marido y una hija —dijo la Jueza mirando al piso. La desconocí por un momento. Estaba profundamente tocada por este Baal.
—No tenés que pedir perdón por nada, no sé por qué dije eso—dijo, haciéndose la desentendida y moviendo las manos.
Me paré sin decir más y busqué la salida para empezar.
A pesar de las pocas pistas que tenía, había una manera de empezar a descartar posibles caminos. Otra cacería, rápida y sin generar mayores disturbios.
Y sí no servía, todavía iba a sacar más conclusiones sobre las fundidoras.
Me alejé del centro lo necesario para mantenerme en lugares poco concurridos y tenga más chances que la memoria de la máquina retenga algún dato que sirva. En callejones sin luz, conjuraba la magia con un chasquido y un haz blanco de luz. Invisible esperaba el momento indicado para poner mis dedos sobre sus ojos y purgarlos. No fue nada fácil, requirió mucho más tiempo y paciencia de lo que pensaba. Aunque la sensación de matarlo era, sin lugar a duda, la recompensa más dulce. Los recuerdos que me llegaban eran vagos, inconclusos y divergentes.  Después de liquidar a más de 5, sentí que ya no era ninguna coincidencia respecto a las fábricas. Había algo extraño, inexplicable; una sensación sórdida e incómoda. El mismo rastro que confirmaba la teoría no me llevaba a nada. ¿Qué era eso y porqué nunca lo había sentido antes en tantos otros asesinatos?
Anocheció y todavía no había encontrado nada referido a Baal. Encontré otros dos más recuerdos de metal, antes de finalmente dar con algo que servía. Para ese momento ya sentía unas incontrolables ganas de dejar todo y poder ir a la fundidora para más detalles del inventor. Me contuve, porque las palabras de Jano me recorrían y me hacían dudar de cada enseñanza inculcada. Cada muerte era romper un velo delante de mis ojos y ver que había algo que escondido en la cotidianidad de las vidas de hojalata.
No fue así. Algo dentro de mí, con mucha fuerza de voluntad, me impedía dejar a la jueza a su buena suerte.
En las memorias que volvían a mí al cometer el ritual, vi a un tipo regordete con las prendas características de los jueces, metido en una cabina telefónica, en lo que parecía ser las altas horas de la noche. La imagen era clara, pero no el tiempo en cuando esto había trascurrido. Si me concentraba podía ver el contorno de los edificios, las sombras y las persianas cerradas de los edificios cercanos. Una cabina de un rojo consumido por el clima del desierto.
¿Qué estaría haciendo?
No había comido desde el mediodía, pero la energía vigorizante que me recorría cuando ejecutaba las máquinas actuaba como sustituto de la cena. Decidí quedarme en vela buscando esa localización. No conocía casi nada de Gentium, pero la imagen se había quedado bastante conmigo. Una calle un poco angosta, edificaciones de unos dos o tres pisos y al lado de una cortina de hierro, pegada contra la pared, el teléfono de Baal. Busqué, en cada rincón en las cercanías del centro de la ciudad, pero parecía no existir. Un ataque de somnolencia fatal me golpeó y decidí volver rápido al hotel y buscar.
No pude recordar la playa de esa noche.
Dormí poco tiempo. Desperté antes del alba, un poco alterada. De hecho, era tan temprano que el desayuno ni siquiera estaba servido. 
Tuve la corazonada de buscar ahora, apuntando al Oeste. Ya era viernes y era el último día para encontrar algo que sirviera. No había hablado con Cristina o Crove. Tampoco creía que cambiara algo, era más que improbable que hubieran descubierto algo. Me lo hubieran dicho.
A esa hora de la ciudad, solo los seres metálicos eran los que le daban movimiento. El resto de la vida dormía, esperando que aparezca el sol para aclarar las dudas. Las máquinas, con sus ojos de luz, no compartían los mismos miedos que los mortales. Vivimos a través de lo que vemos. La noche, la oscuridad, la muerte; esas cosas que nos quitan nuestra herramienta más útil. Ellos caminan a través de la tiniebla con el pecho inflado, porque no detrás de sus retinas, no existe el fuego de pánico que nos quemó y nos quema, obligando al cuerpo a moverse.
Basándome en las sensaciones que me venían al matarlas, sabía que el Inventor las había creado para descubrir que hay después de las sombras.
El día llegó. Y consigo un ciclo que se revindicaba cada día.
Divagué mezclándome en la multitud. Caminaba ausente entre el murmullo de la gente y el siseo de la arena en el viento. Perdí la noción del tiempo. No era demasiado distinto a soñar con la playa de transición y limitarme a ser una mera espectadora en un mundo de movimientos tibios.
De entre las personas promedio de Gentium se destacaron unas prendas pomposas que rompían con la homogeneidad de los colores deslucidos del desierto. Lo seguí unos pocos metros y vi cómo se metía en la cabina telefónica roja de las visiones.  Era Baal, la descripción de la Jueza era más que acertada.
Me quedé sin reacción. Lo vi apretar los botones, pero no supe qué hacer. Solo con verlo encovarse para marcar los números me daban la seguridad que esa llamada era importante. Me acerqué hasta él, a menos de dos metros. Pero seguí sin hilar una idea para escuchar la llamada. Intenté agudizar el oído, pero la puerta del cubículo estaba cerrada y el murmullo de la ciudad era total.
De repente, la llamada terminó. Él salió a paso ligero y cruzamos miradas por un largo segundo. Sentí un profundo escalofrío y que alguien me estaba mirando. Volteé y me encontré con mi propio reflejo. Traté de entender qué pasaba. Mi imagen tomó aire y con voz perfectamente articulada habló.
—Su sangre es la única prueba que necesitas—me dijo.
Y así la imagen desapareció en el aire. Me quedé boquiabierta por un rato. Cuando volví en sí, intenté buscar las prendas de Baal entre la multitud sin resultados. Antes de volver a pensar en qué hacer respecto a Baal, se me abalanzó la idea de compartir lo que acababa de pasar con el grupo. Podía sentir las miradas de desconfianza y rechazo. La confirmación en sus cabezas de que dentro de mí no corría sangre, sino violencia.
Volví para el hotel, a mí cuarto y busqué la cama. Me sentía ofuscada y sola. Me metí en las sábanas y busqué encontrar el sueño para poder ver a alguien.
Justo antes de dormir, un golpe de ansiedad me sacudió. Mañana era el juicio a Morr. Y sentía un incómodo apego a él. No quería que las cosas salieran mal aun después de ser víctima de sus impulsos. Se me vino a la cabeza Annie. Ahora éramos más parecidas. Pensé en su cabello rubio. Algo empezó a molestarme y me obligó a pararme e ir al baño a mirarme en el espejo.
Mi pelo ahora era de un castaño claro. Igual al del espejismo de hoy.

Continuara...

Gamma — 21 — Morr



—¿Cuánto tiempo lleva ahí? —preguntó el Bufón, al cual podía escuchar a través de la puerta.
—Más de media hora —dijo Crove, desganado—. Creo que se duchó cada seis horas desde que llegamos ayer.
—Ey. Todos nos sentimos sucios después de semejante viaje —dijo Kayla.
—Con él es diferente —acotó el noble—. No creo que pueda llegar a sentirse limpio.
Eso fue demasiado. Salí del baño, terminando de ponerme el casco. Las tres voces que escuché estaban reunidas en la mesa del hotel que habíamos alquilado.
—¿Qué haces acá? —pregunté.
—Epa, qué modales —dijo el Bufón.
—Respondé. ¿Hay noticias? ¿La jueza te envió a decirnos algo?
—No, ¡para nada! Vine a averiguar que planeaban ustedes.
—La Ciudad ya tiene una orden de búsqueda contra la Serpiente —dijo Crove—. Lleva una armadura igual a la de nuestro caballero, así que si él saliera a las calles ocasionaría problemas.
—¿Y por qué no se saca la armadura? —el Bufón hablaba como si no estuviera ahí, pero me miraba directo a los ojos.
—No —lo corté, terminante.
—¿Por qué?
Al Bufón no parecía importarle mi tono; simplemente pensaba en voz alta sin importarle nada. Deje que su pregunta flotara en el aire, en el silencio. Al final volvió a hablar.
—Te limpiaste, pero tu espada sigue sucia, ¿no?
—La sangre es muy vieja.
—Eras herrero, ¿no? ¿Vos te la fabricaste?
—Sí… no.
—¿Sí o no?
—Eh… —me di cuenta de que había respondido al instante, sin miramientos. Me había hecho recordar el pasado—. Es que… la hice con otro herrero, uno mucho más hábil que yo.
—¿Tenía nombre?
—Anton… Elopoulos.
El noble cambió su postura y pareció prestar atención.
—¿Trabajaban juntos? —preguntó.
—Compartíamos fragua…
—Entonces era de Dornwich.
—…Dormíamos bajo el mismo techo.
 —Vaya, ¿eran amantes? —metió el Bufón. Mi cuerpo se tensó al instante.
Di un paso hacia él, tomando el mango de mi arma.
—¿Qué pasa? ¿Por qué esa reacción? —rió—. ¿Acaso di en el clavo?
—Silencio…
—¿Alguna vez estuviste con una mujer, Morr?
—¡Sí! —mascullé, apretando al robot contra la pared. —Poseí una mujer.
—Ah, ¿en serio? ¿Hiciste lo que quisiste con ella?
—Sí… es verdad.
—¿Aunque ella no quisiera?
—Porque soy un hombre… Disfruté de su cuerpo como quise. Sí. Eso me hizo un verdadero hombre. —Cada vez ponía más presión contra la máquina, pero esta solo parecía sonreír más.
—¡Qué macho! Decime, ¿se resistió? ¿Gritó?
—Sí. Es verdad.
El Bufón me empujó, haciéndose a un lado. Empezó a corregirse la ropa.
—Bueno… No soy un hombre, así que no sé cómo es uno de verdad. Pero sí sé que lo que hiciste es un crimen. Un crimen muy malo. Y mi señora jueza seguro va a querer enterarse.
No dije nada. Me costaba respirar de nuevo. Apenas podía escucharlo. El Bufón salió de la casa, caminando despacio, sin apuro. No me digne en verlo salir. En cambio, mire a Kayla. Su mirada mostraba tristeza. El silencio me aturdía, y parecía insoportable, una criatura que iba a devorarme.
 —Morr —oí de pronto. Era Crove—. No me importa lo que hayas hecho en el pasado. Podes prevenir futuros crímenes ahora. Por favor, si me decís todo lo que paso en Dornwich podes ayudar a que atrapen a la Serpiente. Te lo estoy pidiendo directamente.
—Te… Te dije que no era asunto… —me costaba terminar la frase. Por primera vez dudaba de mantenerme cerrado. En ese momento quería que alguien me conociese plenamente y me dijera que a pesar de todo podía ser yo. Pero no podía confiar en Crove. Abrirme iba a herirme de nuevo. Iba a atacarme con su juicio.
Me fui del pasillo, encaminado a las habitaciones. Buscaba soledad, refugio, pero no pensé en Jakoppi. Él estaba en los cuartos. Pero estaba en una posición que nunca había visto antes. Arrodillado contra una ventana, con las manos unidas contra su pecho. Por la ventana se veía un cielo gris y grueso.
—¿Jakoppi? —susurré.
—¿Sí?
—Qué… ¿De dónde salieron las nubes? Ayer, ayer estaba bien, pero… estamos junto al desierto.
—Nadie las esperaba. El clima parece estar actuando según le place.
—¿Qué estabas haciendo? —pregunté al fin.
—Rezando. Le agradecía a Dios por todo lo bueno que me dio y por el sufrimiento que me considera digno de recibir. Rezaba para que caiga una lluvia que purifique.
Me senté junto a él, fascinado.
—Nunca te vi hacerlo en el viaje.
—No se necesita hablar en voz alta para hablar con Él.
—¿Es una tradición de Banshala?
—No. Era considerado un impropio incluso entre mi gente.
—Parecía que hacía tiempo que pensabas en abandonar esa ciudad.
Sonó un trueno a la lejanía, relajando mi cuerpo.
—Nunca pertenecí —dijo Jakoppi.
—¿Los odiabas? —pregunté, pero adiviné su respuesta. Él nunca juzgaba—. ¿Nunca odiaste a alguien?
—No es cosa mía odiar. No es cosa mía juzgar. Solo soy un testigo de mi señor.
—Hasta los Dioses enseñan valores. Delimitan lo que está bien y lo que está mal.
—Pero nosotros no tenemos derecho de ejercer esos juicios, solo Él.
—Nuestra Jueza no está de acuerdo, ¿no?
—Por eso vive conflictuada.
Pensé en esas palabras.
—¿Qué… qué hacés cuando le rezas?
—Hablo con Él. Le pido clemencia y misericordia.
Pensé en mis acciones, en mis pecados. Acepté el miedo de sus consecuencias.
—¿Podes enseñarme? —pregunté al fin—. Decime cuales son las palabras.
—No hay palabras específicas. Lo importante es que lo que le digas sea verdad.
La lluvia había empezado a caer. Me arrodillé junto a Jakoppi, poniéndome en la misma posición. Uní las manos, cerré los ojos e intenté aclarar mi mente.
Por unos minutos no pude lograr nada. Los recuerdos de los meses anteriores me asaltaban todos al mismo tiempo. Luego me concentré en el sonido de la lluvia, y al final pude formular palabras específicas. No sabía a quién hablarle, no sabía si creía en alguien. Pero empecé por el principio, por Dornwich, y listé cada uno de mis pecados. Me abrí, listo para aceptar cualquier juicio. De a poco empecé a sentir un dolor sutil, oculto dentro de mí. Con cada palabra se extendía por mi cuerpo, dominándome. Pronto se hizo insoportable. Me di cuenta de que todas mis heridas se habían abierto y estaban sangrando; todos los cortes que me causó el Arlequín, todos mis meses de viaje… Nunca las había cuidado, pero se habían mantenido cerradas hasta ese momento. La sangre empezó a filtrarse por los recovecos de mi armadura y machar el suelo, y yo temblaba, pero invitaba al dolor, las consecuencias de mis actos que parecía sentir por primera vez.
Pronto caí a un lado, incapaz de moverme, herido hasta el punto de perder la consciencia.

Cuando quise darme cuenta estaba en otro lugar. La madera del hotel, reemplazada por paredes blancas. Estaba en una cama, vendado. Y no tenía mi armadura puesta. Esto fue lo que me hizo despertar; en un instante me puse en guardia. Intente salir de la cama, pero una mano me empujo contra ella. Reconocí el uniforme: era un guardia de la ciudad. Tras él había todo un pelotón.
—Ciudadano del imperio Morr —saludó—. Gentium encontró que es una amenaza para la ciudad, y debemos escoltarlo hasta las celdas de espera.
—¿De espera?
—Para el juicio.
—Esperen. No soy la Serpiente.
—Estamos al tanto. El oficial Crove nos informó de todos los detalles cuando lo internaron.
—No entiendo. ¿Por qué están haciendo esto?
Los guardias no respondieron nada más. Hice muchas más preguntas, pero no se dignaron a responderme. Me puse de pie y pensé en atacarlos, pero no tenía mi espada. Pensé lento. Enseguida dos guardias me agarraron, atando mis manos por detrás y haciéndome caminar.
A medida que dejábamos el edificio entendí que era un hospital. Al salir vi que ya había caído la noche, aunque continuaba la lluvia. Los guardias me llevaron a una carreta, donde entraron los dos que me llevaban. El carruaje no tenía ventanas, así que no pude orientarme durante el transcurso del viaje; calculé una media hora hasta que paramos. Los guardias me sacaron bruscamente, y me arrastraron dentro de una construcción de piedra. Bajamos unas escaleras hasta unas celdas repletas de hombres. Pero seguimos de largo, atravesando todo el cuarto con suelo de heno hasta una puerta de piedra. Era una única celda apartada. Desatándome, me tiraron adentro y cerraron con un estruendo.
Los guardias no dijeron una palabra durante el viaje, y tampoco al final. Solo se fueron, dejándome ahí. Cada movimiento me hacía sentir la fricción de mis cortes, así que permanecí tirado, escuchando el caer de la lluvia. Jadeaba. No me visitó nadie esa noche; ni siquiera me trajeron comida. No tenía más ropa que mis vendas y unos pantalones, pero no noté el frio. Quería descansar. El sueño fue una bendición.

Por la mañana pude ver al sol filtrándose entre hendiduras del techo, pero la celda no se iluminó. Me encontraba en una oscuridad indisoluble.
Conté varias horas, pero podía aguantar el hambre. Había racionado muy bien las provisiones durante el viaje, entrenándome.
Con un rechinar oxidado, la puerta de piedra se abrió. Entró un hombre bajito, cabizbajo, con ropas que reconocí. Eran iguales a las de nuestra Jueza.
—Saludos —dijo el Juez, sin una sonrisa. Su voz era grave y opresiva. Cada uno de sus pasos hacia eco y me aturdía; cada paso lo alejaba de la puerta y lo cubría en sombras, hasta que su ropa se volvió negra—. Yo voy a encargarme de tu caso.
—¿Qué caso? —pregunté.
—Todos en la ciudad están avisados de mí; yo soy al que llaman cuando encuentran cualquier rastro de ese símbolo. El símbolo que encontramos en tu armadura.
Entonces entendí. Habían examinado mi armadura cuando me desvistieron en el hospital.
—Claro, todos tienen pedazos sueltos de la información, de mi rol; nadie conoce mi título entero. Nadie sabe qué significa ese símbolo, solo que tienen que reportarlo. Pero nosotros sí, ¿no? El símbolo de la luna roja.
Me pregunté si había encontrado alguien más que entendía lo que era la serpiente.
—No soy un monstruo —dije, sentándome correctamente—. ¿No revisaron mi cuerpo? No tengo la marca en mi piel.
—Pero está en tu armadura.
—Como símbolo de protección. Para alejar al mal de la luna. En serio; yo la forjé.
—Entonces…
Antes de que pudiera seguir, la puerta volvió a abrirse. Volví a ver las mismas ropas; era nuestra Jueza, entrando con furia. Parecía indignada.
Parecía a punto de insultar al Juez, pero en cambio se contuvo e hizo una reverencia. El Juez se la devolvió.
—Baal —dijo ella.
—Cristina —dijo él.
—No esperaba que volviéramos a vernos tan pronto… Escuchá, tenés que liberar a este hombre. Yo estaba examinando su caso, y el código que usaste en su arresto no es reconocido oficialmente.
—Es un código confidencial. No sos de esta ciudad, Cristina; todos los casos de la luna roja son dirigidos acá, a mí. No es algo que pudieras saber.
—¿Pensás explicarme algo? ¿Cuál es su crimen?
—Conocía la marca de la luna.
—¿Y qué? No sufre la locura. Podemos verlo claramente.
—¿Podrías dibujar vos la marca, Cristina?
—¿Podría…? no… supongo que no.
—Eso es porque todos los cuerpos encontrados con ella son entregados a mí. Nadie debería saber su forma; no debería esparcirse. La enfermedad de la luna roja no es una simple locura, Cristina. Cuando aparece esta marca aparecen monstruos.
—Dioses —susurré—. Sí lo sabés.
Cristina no estaba afectada.
—Conozco monstruos. He visto mucha gente mutada por la radiación.
—No como estos. Monstruos que pueden disfrazarse como la gente, que entran y salen de las ciudades cumpliendo sus designios. Criaturas imposibles nacidas de la luna.
Cristina me miraba a los ojos con gravedad. Me di cuenta de que era la primera vez que podía ver mi cara.
—Solo la gente marcada con el símbolo de la luna puede invocarlos —dijo Baal—. Si cometen un sacrificio lo suficientemente grande, durante un ciclo de luna roja pueden hacer nacer a un demonio. No bestias ferales, sino seres inteligentes e ignominiosos que nacen con el instinto de sacarle todo a la humanidad. Soy un Juez, Cristina, pero mi trabajo principal es identificar a los miembros de esta Orden de la Luna e impedir que se propaguen.
—¿Hablas en serio? —dijo la Jueza—. ¿Cómo es que el Imperio nunca les informó a las otras ramas de la ley?
—Siempre había sido una amenaza durmiente. Episodios aislados. No teníamos confirmación de que los nacidos de la luna actuasen coordinadamente, o de que fueran capaces de hacer daño de verdad. Pero el último miembro fue más público que ningún otro.
—La Serpiente.
—Sí. Pude conseguir mucha más información.
—Baal, ¿qué es?
—No sé. Solo se lo ha visto con su cuerpo humano. Pero esta persona… este prisionero… puede saber. Cristina, mi trabajo es encontrar a cualquier simpatizante de esta orden y eliminarlos. Si esta persona tenía el símbolo de la luna tengo que considerarlo un sospechoso.
—Llegamos a la ciudad en el mismo carruaje. Yo puedo dar fe de él.
—Los Jueces sabemos que la ley no funciona así. Pero sos libre de testificar a su favor en el juicio.
—Carajo. ¿Un cargo confidencial va a tener juicio?
—Con un jurado confidencial.
—¿Dentro de cuánto?
—Dentro de dos días.
Se hizo un silencio. Los dos habían compartido la información que necesitaban.
—¿Algo más, Cristina? —dijo Baal, incitándola a irse.
—No. ¿Vos? —respondió la Jueza, decidida a quedarse. Baal sonrió.
—Muy bien. Como quieras. —Y se fue, dejándonos a solas.
Cristina me miro, haciendo tiempo para que Baal se alejase.
—¿Por qué viniste? —pregunté entonces.
—A ayudarte.
—¿No te… enteraste?
—Sí. Mi Bufón me dijo lo que le hiciste… a esa mujer. Pero los juicios que yo pueda entregar ya no tienen importancia. Estas a merced de Baal, y eso es un problema. Vine en cuanto me enteré; tenía que intentar disuadirlo.
—No es tan grave. No tengo nada que ver con ninguna orden.
—No creo que eso importe. Baal es infame entre los jueces; todos saben que es corrupto. Todos saben que soborna a la corte. Por eso trate de detenerlo. Para mí la Justicia verdadera va primero. Por eso…
Se veía realmente preocupada, aunque nunca había perdido la calma antes.
—Baal nunca pierde un juicio; va a intentar darte de culpable a cualquier costo. Si no consigue evidencia que te conecte con la luna, entonces va a obligar a todos tus compañeros de viaje a testificar hasta hallar un crimen. El resto podrá mentir, pero yo… mi oficio conlleva una responsabilidad; no puedo mentir frente a un jurado. Voy a tener que relatar tu violación. Y eso va a condenarte. 
Me mantuve estoico. Estaba explicando que iba a entregarme, ¿y quería que simpatizara con ella? No iba a darle el lujo de reaccionar.
—Esto debe complacerte —dije.
—Que digas eso es prueba de que no me entendes para nada.
—No sería verdadera justicia. Vos dijiste eso.
—¡Ya lo sé! —exclamó de pronto—. Voy a intentar todo lo posible para que cancelen el juicio. Si pudiera probar que Baal es un corrupto…
—Dijiste que todos lo saben.
—Todos a los que los beneficia. Para el resto, solo es un rumor que no podemos probar. Pero si pudiera encontrar evidencia y llevarla a los altos estratos de la Corte… O a un oficial noble…
—Un noble… ¿Cómo Crove?
Cristina sonrió.
—Sí.
Yo no. Me recosté contra una pared, con la mirada perdida. Todo esto estaba pasando luego de que había rezado. ¿Acaso era lo que merecía? Condenado por un cargo del que era inocente. Acusado de ser aliado de la Serpiente. Que irónico. Quizá era el destino que me tocaba.
—Pero solo tenemos dos días —continuó Cristina—. Hay que prepararnos para la posibilidad de ir a juicio.
—Que sea como sea —balbuceé.
Que sea como sea…
Cristina apretó un puño, pero no perdió la compostura.
Como sea…
—Morr, puedo ayudarte a armar una defensa. Pero solo si me ayudas a mí. Baal va a… bueno, él va a obligarte a contar todo lo que paso en tu pueblo. Todo lo que sepas de la Serpiente.
La Serpiente.
Me erguí.
—Si no testificas, vas a ser declarado culpable de inmediato. El resultado más afortunado sería encierro.
—No. La Serpiente.                              
—Sí. Querés cazarla, ¿no? Esa es tu única meta. —Cristina era más perspicaz de lo que parecía—. Si no me ayudas, no vas a poder continuar.
No podía arrodillarme y aceptar el veredicto del destino sin más. Tenía mi propio destino por cumplir.
—Así que… necesito que me ayudes.
Cristina camino hasta la celda, sujetando las barras con ambas manos.
Calmé mi respiración.
—¿Qué necesitas? —dije.
—Poder armar una defensa. Para eso necesito saber todo lo que vayas a testificar frente a Baal. Necesito escucharlo antes que él para hacer planes. Solo voy a poder participar como testigo, pero puedo aconsejarte… ¿Morr? ¿Me estas escuchando?
Había vuelto a retroceder contra el rincón de la celda.
—Ya te entendí. Querés que te diga lo que paso en Dornwich.
Cristina suspiró.
—Es necesario. Van a obligarte a contarlo, aunque no quieras.
No tenía sentido resistirme. Tenía que actuar como un guerrero ante la situación en la que me encontraba. Dornwich había sido decisión mía; no podía dejar que un jurado me quitase el recuerdo de las manos y lo juzgaran según ellos. El día anterior Crove me había rogado que contase la historia y yo lo había ignorado. Pero luego de eso había rezado. No sabía si eso había sido real o no, pero me hizo enfrentar algo; que no quería que nadie decidiera por mí.
—El septiembre pasado hubo un ciclo de luna roja —dije. Empecé a hablar a tientas, inseguro, decidiéndome sobre la marcha—. Este duro más de la cuenta. Seguro recordas; paso un mes y el rojo seguía ahí, permeando todo, contaminando. La gente en mi pueblo tenía pesadillas, no podía dormir, se enfermaba. Ahora entiendo que esos son de los efectos más suaves que pueden aparecer…
—Un pueblo chiquito como el tuyo no habría oído hablar de la locura de la luna.
—No entiendo… no entiendo por qué el gobierno no nos advertiría sobre ella.
—Yo tampoco lo entendía —dijo Cristina—. Hasta la charla que acabo de tener con Baal. Una orden… Morr, lo que viste… ¿es verdad todo esto?
Cerré los ojos y ordené mis pensamientos, mis recuerdos.
—La primera mujer a la que le salió la marca fue Laura Dern, una panadera. Paso varios días en el hospital, delirando y sufriendo. Éramos un pueblo chico, tan chico que todos comentaban sobre ella. Todos estaban al tanto de su marca… Así que cuando empezó a aparecer en más personas muchas familias entraron en pánico. Todos estábamos confundidos, asustados. A duras penas entendíamos que tenía que ver con la luna, pero poco más. Más gente fue al hospital. Creíamos que los afectados no podían levantarse de la cama… hasta que Laura lo hizo. Ella fue la primera en matar. Ahorcó a todos en su cuarto del hospital antes de que la encontraran. Ella tardó tres días en volverse agresiva, pero los marcados más nuevos lo hicieron al mismo tiempo. Fueron los que habían sido al hospital, los que estaban cerca de ella. ¿Entendes? Fue como si su matanza hubiera contagiado al resto. Y cada muerto ganaba la marca de la luna.
Cristina me escuchaba, solemne. Imaginé que esa expresión firme debía haberla usado en muchos casos donde escuchaba tragedias como la mía.
—Pronto salieron del hospital, contagiando a otros. La gente se mataba en las calles, Cristina. Nenes, mujeres, hombres a los que les había vendido piezas, armas. Yo quería que nos encerremos y nos ocultemos, pero Anton… Anton…
—Anton… ¿era tu amigo?
—Sí. Forjábamos juntos. Juntos. Estábamos forjando una armadura ese mismo día. Anton no quiso quedarse escondido. Él quería salir y ayudar a la gente, proteger a los que no tenían la marca. Había que parar a nuestros vecinos. Alguien tenía que interrumpir su sufrimiento. Anton tenía razón. Accedimos a ir juntos. Terminamos de forjar la armadura, y… la sellamos con el símbolo de la luna. Como protección. Fue idea de Anton, pero él se negó a usarla. Insistió en que fuera yo. Dioses. No me resistí lo suficiente, tendría que haber…
—Morr, entonces… ¿salieron?
—Sí. Sí. Salimos, nos separamos y matamos. Tuvimos que matar a todos los que tenían la marca. Éramos doscientos en el pueblo, ¿sabés? Y la mitad debía tener la marca. No quedaban muchos que no la tuvieran y no los hubieran atacado. Por eso no me di cuenta. Yo solo mataba a los que tuvieran la marca, ¡solo a los que la tuvieran! Pero no veía a nadie sano. No los encontraba. Hasta que encontré a Anton. Él había reunido a todos los sanos mientras yo cazaba a los enfermos. Los reunió y los mató. Matar, matar, matar era como la infección, ¿entendes? Mientras más matábamos más gente ganaba la marca. Anton me lo explicó. Me explicó que los sanos que quedaban también iban a infectarse. Por eso había que ocuparse de ellos antes. Era para que murieran sanos, con sus propias mentes, sin haber cometido pecado. Anton me lo explicó. Los había reunido a todos… formó una pila. Solo quedábamos nosotros dos. La locura no debía esparcirse, no debía dejar el pueblo. Solo faltábamos nosotros dos. Anton se arrodilló frente a la pila y me pidió que lo haga. Y. Y…
—Morr. Termina.
—No vas a creerme. Todavía no sé qué paso, qué fue lo que vi. No sé si lo vi.
—Contamelo.
—Solo quedábamos nosotros dos, y cuando lo apuñalé a él… La luna roja pareció iluminarse como un reflector, como un sol. Toda la ciudad se tiñó de rojo. No podía distinguir el color de los cuerpos con el de la sangre. Todo era el mismo rojo puro. Me di cuenta de que escuchaba tambores. Y campanas. Sonaban a la distancia, lejanas, pero se acercaban más y más y más. Fue lo que Baal dijo, ¿entendes? Un sacrificio para la luna. Y la luna respondió. El cadáver de Anton abrió la boca y le salió… le empezó a salir una serpiente. La serpiente zigzagueaba y mientras iba saliendo iba creciendo. Cuando terminó de salir era tan alta como yo, y tan ancha como para dar vuelta la pila de cuerpos. “Gracias”, me dijo. “Gracias por el llamado.” Para entonces yo estaba de rodillas, y las lágrimas no me dejaban ver. Pero la Serpiente volvió a cambiar, y se convirtió en… se paró en dos piernas, ganó la misma armadura que yo. Se volvió un hombre. Y se sacó el casco y era mi cara. Era yo. Caminó hasta mí, me sacó mi casco y me tocó la frente. Entonces… no sé. Fue como un desmayo. Pero más como dormir. Y más como si estuviera abandonando un sueño, en vez de entrando en uno.
—Dioses.
—Cuando me desperté la Serpiente se había ido. Esa noche… la luna no fue roja.
—El ciclo había terminado.
—11 de octubre.