jueves, 6 de junio de 2019

Gamma — 1 — Morr


Gamma
Morr escrito por Zeh Roh/Martín
Crove escrito por Croft/Miguel
Kayla escrita por Bake/Agustín
Cristina y El Bufón escritos por Fabian

Iniciado el 11 de junio de 2018

1 - Morr


Las únicas nubes estaban sobre el horizonte, pero todo el resto del cielo rojo estaba despejado. Taloneé al caballo y aceleré. Me era difícil respirar. El cielo parecía caer sobre mi cabeza e inundar al mundo con su rojo; el desierto estaba teñido. Avancé por las planicies sin detenerme a mirar el paisaje. Era monótono y concentrarme en él podía confundirme… marearme, hacerme perder la razón.
Cabalgue hasta que se hizo de noche. Tome poca comida de los bolsos del caballo; debía provisionar. Me senté frente a la fogata y miré el fuego, el rojo de las flamas. Eran hipnotizantes. Se reflejaban en la armadura. Representaban caos, desorden. Mirar hacia las llamas era mirarme en el espejo, convertirme en la hoguera. La luna roja nos hacía compañía.
Al día siguiente partí por la mañana. El caballo no había tenido mucho tiempo para descansar, pero no importaba. Siempre podía reemplazarlo. No duraban lo suficiente como para nombrarlos. Solo me preocupaba que no veía ningún pueblo en la distancia, y no podía recordar cuando había dejado el ultimo. Parecía que había vagado en la desolación por meses. La tierra reseca reflejaba el cielo al igual que mi armadura. Todo se fundía en el rojo. El rojo era yo.
A medida que avanzaba, un punto negro se acercó desde el horizonte. Algo que quebraba el rojo, un elemento invasor. Cuando me acerque pude ver que se trataba de un arlequín. Un espejismo. Me baje del caballo, frente a esa figura oscurecida por estar en contra del sol. Su figura difusa era una sombra que se sacudía con el viento. Que iba y venía como una flama.
     —¡Ooh! ¡Hola! ¡Caballero esqueleto! ¡Hola! —me saludó.
—¿Traés novedades, espejismo? —dije—. ¿Traes noticias del desierto?
—Puede ser… ¿Querés hablar? ¿Querés jugar conmigo?
—No tengo tiempo para juegos.
Desenvaine mi espada. A todos los espejismos les gustaban los juegos y no estaba de humor para eso. Apunté mi arma hacia él.
—¿Conocés a la Serpiente? ¿La viste pasar por acá?
—Ooh. Buscás a la Serpiente, ¿eh? ¿Es una cacería?
—Habla, arlequín.
—No está bien hablar sin compartir. Juguemos… Mientras más tomas, más dejas atrás. ¿Qué soy?
Lo pensé un momento y solo me confundí. Fastidiado, alcé las manos y bajé la espada contra el arlequín. Cuando el filo toco su hombro, un dolor agudo me recorrió el cuerpo. Miré hacia abajo y vi que mi armadura empezó a gotear sangre. Mi hombro se había cortado.
Bufé y volví a levantar el arma. Golpeé contra sus caderas, pero mis caderas sufrieron el corte. Caí al suelo y me retorcí por unos momentos. Mi caballo relinchó ante el olor de la sangre.
Tras un momento pude volver a ponerme de pie. No podía atisbar su expresión, contra el sol. No tenía caso atacarlo. Pensé el acertijo por unos momentos. Creía haber escuchado la solución durante mi niñez, pero no llegaba a recordarla. Probablemente no serviría, de todas maneras. Los espejismos nunca hablaban sin un segundo significado.
Al mirar atrás y ver las huellas que dejamos en la tierra lo entendí. La respuesta era pasos. Pero eso no era lo que el arlequín quería escuchar. En realidad estaba hablando de mí.
—Vidas. Al tomarlas se pierden —dije.
—¡Bravo! —dijo él—. Ahora estamos compartiendo la charla.
—Entonces es mi turno de preguntar —dije. Pensé un poco. Los espejismos se movían por todo el desierto; debían saber todo tipo de cosas. Quería encontrar a la Serpiente, pero todavía no había jugado lo suficiente para merecer una respuesta importante—. ¿Qué cuentan las capitales? —pregunté al fin.
—Algunas ciudades están dándole la bienvenida a los dioses de las maquinas, aceptando sus cambios. Otras quieren seguir como siempre, pero van a cambiar de todas maneras. Todo cambia. Incluso lo prohibido.
—¿Ciudades prohibidas? ¿Querés decir las ciudades ocultas?
—¡Sí! Sé que muy pronto vas a encontrarte con una ciudad oculta. Una ciudad oculta que no va a permanecer oculta más.
Una predicción. Ese espejismo me estaba sirviendo.
—Entonces, ¿qué hay de…?
—¡Ah! Ta-ta-ta. Es mi turno de servir. Veamos… ¿Qué ríe cuando reís, que llora cuando lloras, que dice tu nombre cuando le preguntas quién es?
Guardé mi espada. Podía recordar la respuesta de este. La solución era espejo, pero debía decir otra cosa. Pensé en la entidad que intentaba encontrar; en lo que me había hecho hacer, y lo supe.
—La Serpiente —dije. El arlequín pareció satisfecho—. Ahora decime qué sabés de ella. ¿Dónde puedo encontrarla?
—Ni siquiera yo se eso —dijo—. Pero puedo ver el camino que te espera. Vas a cruzarte con otros caminos, con otros destinos; tenes que unirte a otros viajeros si querés triunfar. Aunque ni siquiera así vas a evitar encontrarte con la muerte.
Evite mostrar ninguna reacción. Los espejismos siempre hablaban con un segundo significado; la muerte no tenía por qué ser la mía. No le temía a su encuentro.
—Ahora es mi turno otra vez… —dijo el arlequín, pero no quería seguir escuchándolo. Podía actuar si evitaba que formulase otro acertijo. En un solo movimiento, desenvainé y hundí mi espada junto a su cuello. Esta vez no hubo rebote; corte hacia abajo y partí su cuerpo en dos. El sentir como atravesaba su interior me hizo estremecer. Desafiar a los espejismos nunca era bueno. Me subí al caballo y me puse a trotar tan pronto como pude.
Casi en cuanto le di la espalda empecé a escuchar su voz. ¡Caballero esqueleto! Gritaba. No me atrevía a mirar atrás, a mirar qué pudiera emitir sonido entre esos restos. ¡Caballero esqueleto! ¡Quitate ese disfraz! ¡Mostra tu verdadero yo! El desierto es tu piel y vos sos el desierto. No podés borrar la sangre que te cubre. La sangre te rodea. La sangre me rodea. Te cubre… me cubre durante el día, con su cielo rojo, y durante la noche, con su luna roja. No puedo escapar de ella. El arlequín insistía en hablarme… o ¿me estaba hablando yo? No podés escapar persiguiendo a la Serpiente. Le temo. En realidad, le temo…
¡No! Me aferré al caballo y lo impulsé a ir más rápido. Pronto el espejismo quedo atrás y las voces desaparecieron. Anduve sin levantar la cabeza por un largo tiempo.
Cuando me decidí a mirar hacia adelante, me di cuenta de que había un pueblo a la distancia. Por fin iba a llegar a algún lugar. Aún estaba en la distancia; pasaron varias horas hasta que pude leer el cartel de la entrada. Norton. Hice que el caballo fuera a paso lento y me adentré en el pueblo. No podía ver a nadie. No escuchaba ningún movimiento dentro de las casas, ninguna conversación. Eso no me gustaba. Aferré la vaina de mi espada para darme seguridad.
Estaba por el centro del pueblo cuando escuché un grito resonando por el aire. En seguida bajé del caballo y seguí el sonido. Llevaba a una casa; la puerta había sido tirada abajo. En cuanto entré pude distinguir el silbido que hacían los insectos; atravesé dos cuartos y los pude ver. Dos bestias langosta. Estaban acercándose hacía una mujer hecha un ovillo.
Tomé mi espada y le corté un brazo a la más cercana. Cayó al piso, retorciéndose. La segunda se giró hacia mí y me lanzó su zarpa, pero me cubrí con el brazo y la armadura resistió. Antes de que bajara su pata ya le había atravesado la cabeza.
Me disponía a acabar la que se estaba retorciendo cuando noté una sombra acercándose por atrás. La noté muy tarde. Una tercera langosta se me tiró encima, aplastándome con su peso y tirándome contra el piso. Sus patas no paraban de chocar contra mi espalda, lo que se sentía como un millón de agujas clavándose. Soltando un rugido, estiré mi mano y logré alcanzar mi espada. La apunté hacia arriba, y atravesó el cuello de la langosta. La bestia se volvió un peso muerto. Me la saque de encima.
La mujer me estaba mirando. Nos miramos mutuamente en silencio, mientras recuperaba el aliento.  Era rubia, vestida con harapos. Se veía aterrada.
—¿Estás bien? —dije.
—Sí… gracias… gracias —dijo ella.
—¿Qué paso en este pueblo? ¿Dónde está la gente?
Ella hizo un gesto de dolor.
—Intentar recordar… duele… no sé nada de lo qué me pasó antes… no se qué es este lugar…
—Puede que el dolor te haya hecho olvidar. Es casi seguro que las bestias arrasaron el pueblo.
—Me desperté y no había nadie y me escondí acá… Necesitaba esconderme… que ese cielo no me vea. Dioses, ese cielo rojo… ¿Dónde estamos?
—El cartel de la entrada dice Norton —dije.
—No, eso no. Este reino… ¿Dónde estamos?
—Ah. Ese nombre quedo olvidado hace mucho. Tranquila. —Me saqué el yelmo, mostrándole mi rostro. La mujer pareció calmarse.
—Ah… era un yelmo… Por un momento temí que fueses un esqueleto, que… que no fueses humano.
Gruñí.
—Humano… quizá ese termino sea demasiado para mí.
Se hizo un silencio.
—¿Sabés… cual es mi nombre? —dijo ella.
—No. Pero no debe haber un ser sin bautismo —dije—. Por el momento, podría llamarte… Annie.
La mujer sonrió.
—Nombrar a alguien es un acto sagrado. Ahora estoy enlazada a vos; tenes que dejarme viajar con vos.
Retrocedí.
—No. Sé que voy a encontrar viajeros, pero una mujer como vos… sería una carga.
—Por favor… señor caballero. —Annie caminó hasta mí, tocándome el brazo. Al sentir el contacto me estremecí y perdí la capacidad de discutir. Sentir a una mujer era tan…
—Annie… ¿sabés cocinar? ¿Recordas al menos eso? —pregunté.
—Sí, estuve cocinándome mientras me escondía del pueblo y los días pasaban.
—Bien. Quizá… esté bien.
Salí de la casa y me dirigí a mi caballo. Annie fue tras de mí. Ambos nos montamos y dejamos Norton atrás.

Cuando cayó la noche apareció una luna menguante roja. La luna llena se acercaba. Annie miraba el cielo con temor.
Cada vez que me movía podía sentir los cortes y mis heridas, pero habían dejado de sangrar. Quería sacarme la armadura y limpiarme… pero no me atrevía a hacerlo frente a la mujer. Me senté y permanecí inmóvil. Las horas pasaron y Annie se acostó contra el fuego. Pronto reinó el silencio.
Cuando abrí los ojos, vi a Annie con una mano sobre mi yelmo. Debía haberse acercado mientras dormía. Sobresaltado, la empuje para atrás y me puse de pie.
—¡¿Qué hacés?! —bramé.
—Solo… Solo quería revisar si estabas durmiendo, me parecía extraño que durmieses con la armadura… —balbuceó Annie.
—¡No me toques! No vuelvas a tocarme… Vos…
Estaba temblando. Respiraba agitado. Annie no se intimidó; más bien parecía confundida. Vi su mirada, sus ojos juiciosos. Debía estar sacando conclusiones sobre mí… No podía soportarlo.
—¡Basta! —exclamé, tomándole las muñecas. Annie hizo una mueca, pero no chilló. La tire contra el piso, poniéndome sobre ella. Empecé a quitarme la armadura por abajo—. ¿Querés tocarme? ¿Querés viajar conmigo…? Tenes que valer de algo… Servir de algo… Al menos podés compartir tu calor…
Empecé a forzarme dentro de ella, y ella se retorcía, pero no se quejaba. En la oscuridad de la noche no podía distinguir su expresión… solo podía sentir mi propio pánico, mis propias nauseas. No tenía expresión, al igual que el arlequín. Por un momento sentí estar encima del arlequín, penetrando su cuerpo sangrante. Mi traspiración caía por las hendiduras de mi yelmo. Pero seguí.
Cuando me incorporé ninguno dijo nada. Volví a mi posición inicial y descansé. Annie se dio vuelta y reinó el silencio. Mañana saldríamos cuando se levanté el sol.

 

Continuar

No hay comentarios :

Publicar un comentario