Hacía apenas unos minutos,
había despertado en una casa ajena, con el noble frente a mí. Media hora antes,
el noble frente a mí había sido lo último que había visto antes de que perdiera
la consciencia. Esa imagen estaba clara en mi mente y me hizo reaccionar con
furia al despertar, lanzándome contra el noble y chocando nuestras armas.
Esto no duro demasiado.
Toda mi vida había realizado trabajos físicos que habían ejercitado mis
músculos, pero no podía compararse a la educación formal de un noble. Lo que él
no tenía en fuerza lo compensaba con habilidad. Además, decían que una espada
debía ser el doble de buena para tener una chance contra una lanza.
Cuando me di cuenta de que
no iba a poder abrumarlo, retrocedí. En lugar de contraatacar, el noble dio
media vuelta y salió corriendo de la casa.
Iba a ir tras él, pero
solo atiné a dejarme caer al suelo, teniendo que recuperarme. El noble me había
hecho desmayar con un polvo extraño… me preocupaba si había sido magia o
químicos. Los químicos podían tardar más en dejar mi cuerpo.
Tras unos minutos, escuche
que alguien golpeaba la puerta abierta. Levanté la cabeza para encontrarme con
Jakoppi, mi primer anfitrión. Su mirada no reflejaba nada, como de costumbre.
—¿Qué haces acá?
—pregunté.
—Pues… Cuando la señorita
Kayla despertó me pidió que la guie hacia el Gran Mausoleo, pero a medio camino
dijo oler una máquina y terminamos en esta casa. Decidí mantenerme oculto hasta
que terminaran los gritos y los estruendos.
—¿Kayla estuvo acá?
—suspiré—. Dijiste que querías viajar con nosotros, ¿no? Pero cuando tuvimos
problemas solo te escondiste en lugar de ayudar.
Jakoppi no se inmutó.
—Ya se lo dije; solo soy
un testigo en este mundo. No elijo bandos.
—La lealtad es la base de
la supervivencia —dije—. No lo entendes porque viviste refugiado en este
agujero toda tu vida, y…
—Ah, pero el peligro
termino llegando a mi ciudad de todas maneras —me interrumpió—. Ustedes son sus
mensajeros… Heraldos de la aventura.
Me puse de pie.
—¿Esto te divierte? La
Serpiente paso por acá… La ciudad probablemente nunca vuelva a ser lo que era
antes.
Por unos momentos solo
pude escuchar la respiración filtrada del respirador de Jakoppi, y solo vi su
mirada inescrutable.
—¿Le gustaría ir hacia el
peligro? —dijo al fin, señalando—. Los demás extranjeros salieron corriendo por
acá.
A los pocos pasos afuera
de la casa el rastro se hacía evidente. Kayla y sus perseguidores habían dejado
un camino de destrucción; conociéndola, era lo que me esperaba. Tras unos
minutos los vi a la distancia, en medio de un mercado en ruinas: Kayla yacía
inconsciente, y era custodiada por el noble y otro hombre, más bajo, con
atuendo de bufón. La tensión en el aire ya se había disipado, y me observaron
acercarme con miradas serenas.
—Caballero —me saludó el
noble.
—¿Por qué nos están
cazando? —dije. El noble gruñó exasperado.
—No es así, ella nos atacó
primero, pero… vos cometiste un crimen, y luego ella mato a una mujer… No
podemos dejarlos ir a sus anchas.
Al recordar a Annie mi
brazo izquierdo empezó a temblar, pero no lo note hasta mucho después.
—Putos imperialistas… ¿qué importan esas leyes
ahora? —rugí—. Solo tienen ojos para lo inmediato. ¿No entienden que tengo que
alcanzar a la Serpiente…? Es su culpa, suya… Ella me empuja a estos límites.
El bufón soltó una
exclamación.
—“La Serpiente…” Te
referís al caballero que pasó por esta ciudad, ¿no?
—Yo también lo estoy
buscando —dijo el noble—. Me llamo Crove. El imperio me mando a hacer que
responda por la tragedia de Dornwich. No esperaba encontrarme con el único
sobreviviente. ¿Te importaría explicarme? ¿Cómo fue…?
—¡Suficiente! —exclamé—.
No puedo seguir perdiendo tiempo con esto. El imperio no hizo nada cuando la
Serpiente masacró todo el pueblo… Ustedes dejaron que la Serpiente nazca.
—Por favor… Morr, ¿no? Ese
era tu nombre, si recuerdo bien el expediente. Sos el único que vio al hombre
culpable… El imperio necesita cualquier información. Según todos los testigos,
lleva una armadura con forma de esqueleto como la tuya. ¿Cómo es eso?
—Ese monstruo… No lo
llamen hombre, no es un hombre, no… —ahora todo mi cuerpo temblaba. Había
intentado evitar estas memorias—. Es un demonio. Y el demonio tomo forma humana
para despistarnos. ¡Por favor! Dejemos de perder tiempo… Si el imperio quiere
compensar lo que paso en Dornwich entonces tienen que salvar lo que aún puede
ser salvado. Podemos evitar que esta ciudad termine de la misma manera.
—El Verdugo —resumió el
noble, Crove.
—Crove, él es del imperio
como vos. Tenes que hablar con él e impedir que abra el Gran Mausoleo.
—Ay, ay —dijo Jakoppi—.
Dentro del Mausoleo hay fuerzas que no están hechas para ser reveladas…
—El núcleo demonio y la
Brahmastra —dijo el Bufón.
—Oh, dioses. El Verdugo
debe estar queriendo recuperar lo que Banshala robó hace doscientos años —dijo
Crove.
—¿Doscientos años? Ese fue
el momento en que la ciudad se ocultó bajo las dunas de arena —dijo Jakoppi.
Todo estaba empezando a
encajar. La serpiente había llevado la ciudad a la superficie, y las ruedas de
la historia habían empezado a girar. Todo era su culpa.
Cuando volví a girarme
hacia el noble, estaba en el suelo, frotando unos polvos frente a Kayla.
—Tranquilo —me dijo—. Esto
debería hacerla despertar. —Tras eso, se puso de pie. Kayla empezó a moverse—.
Voy a ser franco… El imperio siempre vio el robo de las armas como una mancha
en nuestro historial. Fue un crimen de guerra. El imperio nunca lo olvido, ni
dejo de buscar a Banshala. No creo que pueda convencer al Verdugo de que se
detenga.
—No, no, ¡no! —grité—.
¡Esto es exactamente lo que quiere la Serpiente! ¡Que las armas salgan al
mundo, que los hombres actúen como hombres y se destruyan!
Corrí hasta Crove y empecé
a agitarle los hombros.
—¡Tenes que poder hacer
algo!
—Quizá podríamos…
Podríamos… —me alejó de un empujón—. Quizá podríamos detenerlo a la fuerza. Pero
un Verdugo nunca fue derrotado en combate. Esto me preocupa.
—Lo que a mí me preocupa
es que hace demasiado que no veo a mi ama —dijo el Bufón, y bostezo—. Ustedes
gritan mucho y hablan de cosas muy serias, así que creo que voy a ir a
buscarla.
—Quieto ahí —dijo una voz
familiar. Me giré, y vi que Kayla ya estaba de pie—. Morr, ¿ahora estas
fraternizando con los que te secuestraron?
—Creo que todos queremos
lo mismo… Kayla —dije, tratando de hablar con suavidad. Pero ya no veía
turbulencia en su mirada.
—Conque es así —dijo ella,
bajando la mirada—. No entiendo todo, pero quieren matar a ese verdugo, ¿no?
Corrió una ráfaga de
viento, por lo que ninguno pudo hablar; solo nos vimos los unos a los otros,
haciendo un acuerdo silencioso.
—Quiero ayudar —dijo
Kayla, entonces—. Vamos.
—Jakoppi, sabés el camino
al Mausoleo, ¿no? —pregunté.
—Puedo guiarlos —confirmó—.
Estamos muy cerca.
—Vaya —dijo el noble—.
Está bien. Tenemos que matar al verdugo. —Y nos pusimos en marcha.
Anduvimos hasta el final
de una calle estrecha. Atrás de las casas había un camino de tierra que llevaba
a una puerta de madera. Contra ella estaba recostado el hombre gris y una
ciudadana de Banshala, igualmente gris.
—Vos —gruñó Kayla—. ¿Qué
mierda querés? Nos estuviste diciendo verdades a media todo el tiempo.
—Les juro que nunca les
mentí, extranjeros… —dijo el hombre, haciendo una ovación, mientras que la
mujer no paraba de asentir—. Simplemente quise reunir a tantos justicieros como
fuera posible para que nos ayudaran contra la opresión del mundo exterior. Con
solo verlos supe que ustedes serían los indicados, sí, sí…
—Jakoppi, ¿quién es este?
—pregunté.
—Este es nuestro líder,
Al-Hamid. Señor.
—Saludos, ciudadano,
saludos —dijo el hombre gris, sonriente—. No me equivoque, ¿verdad? Vienen a
expulsar a ese soldado malvado, que no deja de intentar perforar las puertas al
Mausoleo, que no deja de intentar penetrar.
—A un lado —dijo Kayla,
corriéndolo de un empujón. Abrió la puerta y todos nos metimos adentro; los
ciudadanos de Banshala fueron últimos. Pasamos por un túnel húmedo que llevaba
a otra puerta de madera. Tras ella, salimos a una gran plaza oculta en ese
túnel dentro de la montaña. Habíamos alcanzado la entrada al Gran Mausoleo: una
serie de puertas enormes llenaban mi campo de visión.
Y sentado en medio de la
plaza estaba el Verdugo. No podía ser ningún otro; habían armas en la hierba
junto a él. A su lado había una mujer en ropas extravagantes.
—¡Mi Jueza! —gritó el
bufón.
—Oh, no —dijo ella,
palideciendo.
—Así que por fin se animaron
—dijo el Verdugo, con voz grave—. No, no te escondas, Al-Hamid; puedo verte
detrás del grupo. Sabía que ibas a atentar contra mí tarde o temprano… Solo no
esperaba que usases a extranjeros como tus peones.
El Verdugo hizo el más
sutil de los movimientos, fue apenas un amague de empezar a levantarse, pero el
tiempo pareció detenerse. Pude notar que Crove dejaba de respirar y todo su
cuerpo se tensaba, aferrando su lanza. Pude notar que la llamada jueza tenía
una expresión de horror. Pude notar que Kayla se lanzaba hacía adelante, y que
el hombre gris gritó algo.
—¡Ahora! ¡Ahora! ¡Es un
Verdugo! ¡No le den ni un segundo para reaccionar!
Kayla estiro las manos y
las movió en un semicírculo. Acorde con la curva que dibujaba, el viento se
doblego, levantando al Verdugo y la jueza en el aire. Todo el resto caímos al
suelo y tuvimos que aferrarnos a la hierba para no salir volando, excepto por
Crove, que podía permanecer parado si se sostenía a su lanza. Kayla señalo las
paredes de esa plaza, lanzando a sus objetivos contra ellas, quebrándolas y
hundiéndolos bajo escombros. El hechizo terminó.
Antes de que pudiéramos
recuperar el aliento, el hombre gris corrió hacia las puertas, llevando a su
mujer gris de la mano. Ella mostraba una sonrisa, pero lagrimas caían por sus
mejillas. Había algo perturbador en ese panorama.
Demasiado tarde, note que
las puertas del Mausoleo llevaban el mismo símbolo rojo que había en la entrada
de la ciudad. El símbolo del sacrificio. Revelando un cuchillo, el hombre gris
cortó el cuello de la mujer, haciendo brotar un torrente de sangre. El cuerpo
inerte de la mujer cayó al suelo, y las puertas del centro de la plaza
empezaron a abrirse, respondiendo al precio pagado.
Miré alrededor mío, y
comprobé que los demás parecían tan perplejos como yo. Todo pasaba demasiado
rápido. El hombre gris corrió adentro del Mausoleo, perdiéndose en la
oscuridad. Acto seguido, el Verdugo se levantó de entre los escombros,
aparentemente ileso. Moviéndose como el viento, tomo su bolsa de armas y entro
al mausoleo también.
—¿Qué pasó…? —dije, pero
Kayla no dudó.
—¡Vamos! ¡Vamos! ¡Vamos!
Tomando su bastón, Kayla
se puso de pie. Junto con el Bufón y Crove, los tres entraron al Mausoleo. En
cuanto perdí vista de ellos, las puertas se cerraron.
Se hizo un silencio
absoluto. Logre ponerme de pie. Con la tranquilidad, pude escuchar unos
quejidos muy tenues. Venían de la Jueza; camine hasta el agujero en la pared y
la levante de entre los escombros. Cuando la tuve entre brazos miro alrededor y
entendió todo lo que había pasado.
—No… No… no —dijo.
—No teníamos opción
—dije—. No podíamos dejar que el Verdugo entré al Mausoleo.
—¡Idiota! ¿No entendes? No
estaba intentando entrar… Estaba custodiando la entrada para impedir que
ninguno entré.
—¿Qué?
Bajándose de mis brazos,
la Jueza intento ponerse de pie, pero sus piernas estaban débiles. Tuvo que
apoyarse contra un árbol.
—Fueron manipulados… Desde
el instante en que salieron a la superficie Banshala solo quiso recuperar sus
armas para poder declararle la guerra al mundo.
—¿Querían usar un núcleo
demonio? Eso… los hubiera destruido a ellos también.
La jueza rio.
—Ojalá. Banshala solo robó
esas armas para disuadir al imperio de atacarlos… Su verdadera arma fue parte
de la ciudad todo el tiempo. La razón por la que se la llama la Ciudad de los
Muertos… Su ejército de cadáveres. Todos los fallecidos en Banshala están
obligados a responder el llamado del líder de la ciudad si este alguna vez
necesita emplear su ejército. Un ejército que pudieron agrandar por doscientos
años, en preparación para el momento en que volverían a salir a la superficie.
—Y la Serpiente se los
otorgo —susurré, para mí mismo.
La Jueza se tambaleó hasta
la puerta cerrada.
—Tenemos que ayudar.
Tenemos que entrar ahí…
Miré el símbolo del
sacrificio, pintado con rojo.
—Eso podría ser un
problema —dije.
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