viernes, 7 de junio de 2019

Gamma — 16 — Morr

 —Está bien. Tenemos que matar al Verdugo —dijo el noble.
Hacía apenas unos minutos, había despertado en una casa ajena, con el noble frente a mí. Media hora antes, el noble frente a mí había sido lo último que había visto antes de que perdiera la consciencia. Esa imagen estaba clara en mi mente y me hizo reaccionar con furia al despertar, lanzándome contra el noble y chocando nuestras armas.
Esto no duro demasiado. Toda mi vida había realizado trabajos físicos que habían ejercitado mis músculos, pero no podía compararse a la educación formal de un noble. Lo que él no tenía en fuerza lo compensaba con habilidad. Además, decían que una espada debía ser el doble de buena para tener una chance contra una lanza.
Cuando me di cuenta de que no iba a poder abrumarlo, retrocedí. En lugar de contraatacar, el noble dio media vuelta y salió corriendo de la casa.
Iba a ir tras él, pero solo atiné a dejarme caer al suelo, teniendo que recuperarme. El noble me había hecho desmayar con un polvo extraño… me preocupaba si había sido magia o químicos. Los químicos podían tardar más en dejar mi cuerpo.
Tras unos minutos, escuche que alguien golpeaba la puerta abierta. Levanté la cabeza para encontrarme con Jakoppi, mi primer anfitrión. Su mirada no reflejaba nada, como de costumbre.
—¿Qué haces acá? —pregunté.
—Pues… Cuando la señorita Kayla despertó me pidió que la guie hacia el Gran Mausoleo, pero a medio camino dijo oler una máquina y terminamos en esta casa. Decidí mantenerme oculto hasta que terminaran los gritos y los estruendos.
—¿Kayla estuvo acá? —suspiré—. Dijiste que querías viajar con nosotros, ¿no? Pero cuando tuvimos problemas solo te escondiste en lugar de ayudar.
Jakoppi no se inmutó.
—Ya se lo dije; solo soy un testigo en este mundo. No elijo bandos.
—La lealtad es la base de la supervivencia —dije—. No lo entendes porque viviste refugiado en este agujero toda tu vida, y…
—Ah, pero el peligro termino llegando a mi ciudad de todas maneras —me interrumpió—. Ustedes son sus mensajeros… Heraldos de la aventura.
Me puse de pie.
—¿Esto te divierte? La Serpiente paso por acá… La ciudad probablemente nunca vuelva a ser lo que era antes.
Por unos momentos solo pude escuchar la respiración filtrada del respirador de Jakoppi, y solo vi su mirada inescrutable.
—¿Le gustaría ir hacia el peligro? —dijo al fin, señalando—. Los demás extranjeros salieron corriendo por acá.

A los pocos pasos afuera de la casa el rastro se hacía evidente. Kayla y sus perseguidores habían dejado un camino de destrucción; conociéndola, era lo que me esperaba. Tras unos minutos los vi a la distancia, en medio de un mercado en ruinas: Kayla yacía inconsciente, y era custodiada por el noble y otro hombre, más bajo, con atuendo de bufón. La tensión en el aire ya se había disipado, y me observaron acercarme con miradas serenas.
—Caballero —me saludó el noble.
—¿Por qué nos están cazando? —dije. El noble gruñó exasperado.
—No es así, ella nos atacó primero, pero… vos cometiste un crimen, y luego ella mato a una mujer… No podemos dejarlos ir a sus anchas.
Al recordar a Annie mi brazo izquierdo empezó a temblar, pero no lo note hasta mucho después.
 —Putos imperialistas… ¿qué importan esas leyes ahora? —rugí—. Solo tienen ojos para lo inmediato. ¿No entienden que tengo que alcanzar a la Serpiente…? Es su culpa, suya… Ella me empuja a estos límites.
El bufón soltó una exclamación.
—“La Serpiente…” Te referís al caballero que pasó por esta ciudad, ¿no?
—Yo también lo estoy buscando —dijo el noble—. Me llamo Crove. El imperio me mando a hacer que responda por la tragedia de Dornwich. No esperaba encontrarme con el único sobreviviente. ¿Te importaría explicarme? ¿Cómo fue…?
—¡Suficiente! —exclamé—. No puedo seguir perdiendo tiempo con esto. El imperio no hizo nada cuando la Serpiente masacró todo el pueblo… Ustedes dejaron que la Serpiente nazca.
—Por favor… Morr, ¿no? Ese era tu nombre, si recuerdo bien el expediente. Sos el único que vio al hombre culpable… El imperio necesita cualquier información. Según todos los testigos, lleva una armadura con forma de esqueleto como la tuya. ¿Cómo es eso?
—Ese monstruo… No lo llamen hombre, no es un hombre, no… —ahora todo mi cuerpo temblaba. Había intentado evitar estas memorias—. Es un demonio. Y el demonio tomo forma humana para despistarnos. ¡Por favor! Dejemos de perder tiempo… Si el imperio quiere compensar lo que paso en Dornwich entonces tienen que salvar lo que aún puede ser salvado. Podemos evitar que esta ciudad termine de la misma manera.
—El Verdugo —resumió el noble, Crove.
—Crove, él es del imperio como vos. Tenes que hablar con él e impedir que abra el Gran Mausoleo.
—Ay, ay —dijo Jakoppi—. Dentro del Mausoleo hay fuerzas que no están hechas para ser reveladas…
—El núcleo demonio y la Brahmastra —dijo el Bufón.
—Oh, dioses. El Verdugo debe estar queriendo recuperar lo que Banshala robó hace doscientos años —dijo Crove.
—¿Doscientos años? Ese fue el momento en que la ciudad se ocultó bajo las dunas de arena —dijo Jakoppi.
Todo estaba empezando a encajar. La serpiente había llevado la ciudad a la superficie, y las ruedas de la historia habían empezado a girar. Todo era su culpa.
Cuando volví a girarme hacia el noble, estaba en el suelo, frotando unos polvos frente a Kayla.
—Tranquilo —me dijo—. Esto debería hacerla despertar. —Tras eso, se puso de pie. Kayla empezó a moverse—. Voy a ser franco… El imperio siempre vio el robo de las armas como una mancha en nuestro historial. Fue un crimen de guerra. El imperio nunca lo olvido, ni dejo de buscar a Banshala. No creo que pueda convencer al Verdugo de que se detenga.
—No, no, ¡no! —grité—. ¡Esto es exactamente lo que quiere la Serpiente! ¡Que las armas salgan al mundo, que los hombres actúen como hombres y se destruyan!
Corrí hasta Crove y empecé a agitarle los hombros.
—¡Tenes que poder hacer algo!
—Quizá podríamos… Podríamos… —me alejó de un empujón—. Quizá podríamos detenerlo a la fuerza. Pero un Verdugo nunca fue derrotado en combate. Esto me preocupa.
—Lo que a mí me preocupa es que hace demasiado que no veo a mi ama —dijo el Bufón, y bostezo—. Ustedes gritan mucho y hablan de cosas muy serias, así que creo que voy a ir a buscarla.
—Quieto ahí —dijo una voz familiar. Me giré, y vi que Kayla ya estaba de pie—. Morr, ¿ahora estas fraternizando con los que te secuestraron?
—Creo que todos queremos lo mismo… Kayla —dije, tratando de hablar con suavidad. Pero ya no veía turbulencia en su mirada.
—Conque es así —dijo ella, bajando la mirada—. No entiendo todo, pero quieren matar a ese verdugo, ¿no?
Corrió una ráfaga de viento, por lo que ninguno pudo hablar; solo nos vimos los unos a los otros, haciendo un acuerdo silencioso.
—Quiero ayudar —dijo Kayla, entonces—. Vamos.
—Jakoppi, sabés el camino al Mausoleo, ¿no? —pregunté.
—Puedo guiarlos —confirmó—. Estamos muy cerca.
—Vaya —dijo el noble—. Está bien. Tenemos que matar al verdugo. —Y nos pusimos en marcha.
Anduvimos hasta el final de una calle estrecha. Atrás de las casas había un camino de tierra que llevaba a una puerta de madera. Contra ella estaba recostado el hombre gris y una ciudadana de Banshala, igualmente gris.
—Vos —gruñó Kayla—. ¿Qué mierda querés? Nos estuviste diciendo verdades a media todo el tiempo.
—Les juro que nunca les mentí, extranjeros… —dijo el hombre, haciendo una ovación, mientras que la mujer no paraba de asentir—. Simplemente quise reunir a tantos justicieros como fuera posible para que nos ayudaran contra la opresión del mundo exterior. Con solo verlos supe que ustedes serían los indicados, sí, sí…
—Jakoppi, ¿quién es este? —pregunté.
—Este es nuestro líder, Al-Hamid. Señor.
—Saludos, ciudadano, saludos —dijo el hombre gris, sonriente—. No me equivoque, ¿verdad? Vienen a expulsar a ese soldado malvado, que no deja de intentar perforar las puertas al Mausoleo, que no deja de intentar penetrar.
—A un lado —dijo Kayla, corriéndolo de un empujón. Abrió la puerta y todos nos metimos adentro; los ciudadanos de Banshala fueron últimos. Pasamos por un túnel húmedo que llevaba a otra puerta de madera. Tras ella, salimos a una gran plaza oculta en ese túnel dentro de la montaña. Habíamos alcanzado la entrada al Gran Mausoleo: una serie de puertas enormes llenaban mi campo de visión.
Y sentado en medio de la plaza estaba el Verdugo. No podía ser ningún otro; habían armas en la hierba junto a él. A su lado había una mujer en ropas extravagantes.
—¡Mi Jueza! —gritó el bufón.
—Oh, no —dijo ella, palideciendo.
—Así que por fin se animaron —dijo el Verdugo, con voz grave—. No, no te escondas, Al-Hamid; puedo verte detrás del grupo. Sabía que ibas a atentar contra mí tarde o temprano… Solo no esperaba que usases a extranjeros como tus peones.
El Verdugo hizo el más sutil de los movimientos, fue apenas un amague de empezar a levantarse, pero el tiempo pareció detenerse. Pude notar que Crove dejaba de respirar y todo su cuerpo se tensaba, aferrando su lanza. Pude notar que la llamada jueza tenía una expresión de horror. Pude notar que Kayla se lanzaba hacía adelante, y que el hombre gris gritó algo.
—¡Ahora! ¡Ahora! ¡Es un Verdugo! ¡No le den ni un segundo para reaccionar!
Kayla estiro las manos y las movió en un semicírculo. Acorde con la curva que dibujaba, el viento se doblego, levantando al Verdugo y la jueza en el aire. Todo el resto caímos al suelo y tuvimos que aferrarnos a la hierba para no salir volando, excepto por Crove, que podía permanecer parado si se sostenía a su lanza. Kayla señalo las paredes de esa plaza, lanzando a sus objetivos contra ellas, quebrándolas y hundiéndolos bajo escombros. El hechizo terminó.
Antes de que pudiéramos recuperar el aliento, el hombre gris corrió hacia las puertas, llevando a su mujer gris de la mano. Ella mostraba una sonrisa, pero lagrimas caían por sus mejillas. Había algo perturbador en ese panorama.
Demasiado tarde, note que las puertas del Mausoleo llevaban el mismo símbolo rojo que había en la entrada de la ciudad. El símbolo del sacrificio. Revelando un cuchillo, el hombre gris cortó el cuello de la mujer, haciendo brotar un torrente de sangre. El cuerpo inerte de la mujer cayó al suelo, y las puertas del centro de la plaza empezaron a abrirse, respondiendo al precio pagado.
Miré alrededor mío, y comprobé que los demás parecían tan perplejos como yo. Todo pasaba demasiado rápido. El hombre gris corrió adentro del Mausoleo, perdiéndose en la oscuridad. Acto seguido, el Verdugo se levantó de entre los escombros, aparentemente ileso. Moviéndose como el viento, tomo su bolsa de armas y entro al mausoleo también.
—¿Qué pasó…? —dije, pero Kayla no dudó.
—¡Vamos! ¡Vamos! ¡Vamos!
Tomando su bastón, Kayla se puso de pie. Junto con el Bufón y Crove, los tres entraron al Mausoleo. En cuanto perdí vista de ellos, las puertas se cerraron.
Se hizo un silencio absoluto. Logre ponerme de pie. Con la tranquilidad, pude escuchar unos quejidos muy tenues. Venían de la Jueza; camine hasta el agujero en la pared y la levante de entre los escombros. Cuando la tuve entre brazos miro alrededor y entendió todo lo que había pasado.
—No… No… no —dijo.
—No teníamos opción —dije—. No podíamos dejar que el Verdugo entré al Mausoleo.
—¡Idiota! ¿No entendes? No estaba intentando entrar… Estaba custodiando la entrada para impedir que ninguno entré.
—¿Qué?
Bajándose de mis brazos, la Jueza intento ponerse de pie, pero sus piernas estaban débiles. Tuvo que apoyarse contra un árbol.
—Fueron manipulados… Desde el instante en que salieron a la superficie Banshala solo quiso recuperar sus armas para poder declararle la guerra al mundo.
—¿Querían usar un núcleo demonio? Eso… los hubiera destruido a ellos también.
La jueza rio.
—Ojalá. Banshala solo robó esas armas para disuadir al imperio de atacarlos… Su verdadera arma fue parte de la ciudad todo el tiempo. La razón por la que se la llama la Ciudad de los Muertos… Su ejército de cadáveres. Todos los fallecidos en Banshala están obligados a responder el llamado del líder de la ciudad si este alguna vez necesita emplear su ejército. Un ejército que pudieron agrandar por doscientos años, en preparación para el momento en que volverían a salir a la superficie.
—Y la Serpiente se los otorgo —susurré, para mí mismo.
La Jueza se tambaleó hasta la puerta cerrada.
—Tenemos que ayudar. Tenemos que entrar ahí…
Miré el símbolo del sacrificio, pintado con rojo.
—Eso podría ser un problema —dije.

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