Por el techo de la cúpula ya no entraban rayos de sol, y los
ciudadanos llevaban velas; esas eran las únicas señales que indicaban que había
caído la noche. Esa ciudad, muerta como sus habitantes, privada del exterior,
parecía en un estado constante de quietud. De purgatorio; entre dos estados.
—No poder ver el cielo, las estrellas… te afecta —dijo el
noble.
Medité sobre un silencio apacible mientras observábamos el
negro por fuera de la ventana. Hacía unas horas nos habíamos agredido en esa
misma casa, y la ciudad estaba cerca del punto de ebullición. En ese momento el
Imperio tenía las cosas bajo control, pero el ambiente no era menos tenso. Esa
ciudad siempre iba a sentirse al borde de un precipicio.
—Para algunos el cambio fue para mejor —murmuré.
—¿Hablás de tu compañera? Me sorprendió que volviera.
—A mí también. Cuando la conocí quiso lastimarme, igual que
vos. —El príncipe rió, pero yo no—. Digo que la juzgue mal.
—Lo nuestro fue un malentendido, pero ella sabía lo que hacía
cuando atacó a nuestro bufón. Tiene algo con las maquinas, esta loca. No creo
que podamos convivir.
—Ustedes nos atacaron primero.
Crove rió un poco más, pero su mirada era profunda.
—Decime… ¿la conociste durante este ciclo lunar?
—Ah, sí —dije.
—Durante el rojo.
—Sí, pero…
Crove corrigió su postura y me miro a través de la mesa.
—También hubo una luna roja durante Dornwich… ¿no?
No dije nada.
—¿Sabe tu compañera lo de Dornwich? ¿Se lo contaste?
—Creo que ya entendió casi todo: La Serpiente mató a todo el
pueblo. No es algo que tenga que hablar con nadie que no sea de Dornwich.
—Pues el imperio no cree lo mismo; fue un crimen serio. ¿De
dónde vino? ¿Por qué le pusiste ese apodo?
Empecé a sentirme mareado, a sentir que llegaba el vértigo
que venía con recordar lo que paso.
—Dije… Que no tengo porque hablarlo… con alguien al que no le
paso —jadeé.
—Morr, ese asesino sufrió la enfermedad de la luna, ¿no?
Levanté la mirada por primera vez, pero esperé que no pudiese
darse cuenta con mi yelmo encima.
—No es muy sabido, pero hay más casos de locura durante
ciclos de luna roja —continuó Crove—. Estas personas se vuelven violentas y
antisociales. No suelen durar más allá del ciclo; terminan matándose. Los
cadáveres que se examinaron tenían todos una marca en la piel; por la radiación,
seguro.
—Quizá… sí entendes más de lo que pensé. Sí. La Serpiente
apareció así.
El noble asintió en silencio, y me permití relajarme cuando
vi que aceptaba mi explicación y no iba a indagar más. Pero yo sabía que solo
le había dado una verdad a medias.
—Entonces, ¿no pensaste que eso le paso a la bruja?
—preguntó—. ¿Qué el ciclo rojo la afecto?
Sufrí un escalofrió.
—No.
—No hay otra explicación. Se calmó en cuanto estuvimos bajo
un techo que tapaba a la luna.
—Kayla no tiene nada que ver con la Serpiente.
—Tu pueblo era pequeño, ¿no? ¿De qué trabajabas?
—Era herrero —admití—. ¿Y qué?
—Lo único que digo es que no es culpa tuya. En un pueblo en
medio de la nada, con pocas personas, donde solo tuviste que aprender a golpear
con un martillo. En la capital es distinto. Recibí lecciones desde mi infancia,
educación, me enseñaron a tener una mente abierta. A buscar patrones. Es lo más
lógico que Kayla se haya intoxicado con radiación. Por lo menos estoy seguro de
que la luna es importante para ella.
—Podes haber leído muchos libros… Pero no significa que hayas
vivido la vida. Cualquiera puede adivinar cosas vagas.
Crove silbó.
—Como dije, no es culpa tuya. Pero no me hables de vivir la
vida. No sabés nada sobre mí.
—Y vos no sabés nada sobre Kayla.
Me levanté y dejé el cuarto. En la entrada estaban Kayla y la
Jueza, sentadas juntas. El robot no se veía. Las mujeres me miraron cuando
aparecí, pero no sabía si había interrumpido una conversación o si habían
estado calladas. La Jueza sonreía. Ella parecía la persona más segura en toda
esa casa.
—Vamos —dijo Kayla, poniéndose de pie, entendiendo de
inmediato. Pensé en lo que había dicho el noble, y me sentí desagradable.
—Nos vemos pronto —dijo la Jueza, justo antes de que
cerráramos la puerta.
Recorrimos el camino a casa de Jakoppi en silencio. No
entendía a Kayla, y ella no me entendía a mí, pero ahora que habíamos conocido
a nuevos desconocidos nos sentía más cercanos por comparación. No quería
sospechar de ella. No quería creer que podía ser una Serpiente en potencia.
Pero mientras caminábamos miré su piel, tan suave. Su pelo
ondulante. Su estatura más baja. Todo lo que la hacía una mujer, lo que
significaba que tenía que atraerme, aunque no fuera así. Me daba el derecho de tener
poder sobre ella, de hacer lo que quisiera con ella. Empecé a temblar. No
quería pensar estas cosas, pero así era como se había decidido que tenía que
actuar. La Serpiente había matado la parte de mí que estaría en desacuerdo. Me
había convertido en eso. Era todo su culpa. La Serpiente me obligaba. Y cuando
Kayla se acostó, y esperé el tiempo suficiente para que estuviese dormida, me
acerque a su cama, la observé en la oscuridad, y use mi cinturón para atarle
las manos por la espalda.
No tardó en despertarse. La Kayla de antes hubiera gritado,
pateado, atacado, pero ahora solo mostro confusión. Me habló, me preguntó qué
estaba haciendo, pero yo no respondí nada mientras le iba sacando la ropa.
Estaba sentado sobre sus piernas, impidiendo que se levantara. La mirada de
Kayla se fue trastornando, pronto mostro un odio incrédulo, pero nunca mostro
miedo.
—¿Vas a hacerme lo mismo que a Annie? ¿Es lo que le haces a
todas las mujeres?
Solo en ese momento respondí.
—No.
Postrado sobre su cuerpo desnudo, con mi armadura puesta,
debía estar lastimándola. Pero no era mi intención. En realidad, abriendo una
ventana junto a la cama, lo único que hice fue observarla. Examinar cada
centímetro de su cuerpo, buscando. Tenía que asegurarme que el noble estaba
equivocado, que Kayla no era un monstruo. Mis jadeos agitados casi se
convirtieron en gemidos. La revisé varías veces, pero cuando estuve satisfecho
me recorrió una sensación de bienestar. Me estremecí. Kayla estaba limpia.
—Gracias. Gracias —balbuceé.
No tenía ninguna marca de la luna roja.
Lentamente, salí de encima suyo y le desaté las manos. A
Kayla no le importo. Nunca le faltaron formas de defenderse si hubiera querido.
Nuestros ojos se cruzaron por un momento.
Antes de que pudiera encontrar las palabras que quería
decirme, sus ojos se corrieron para ver algo detrás mío. Su gesto empeoró. Me
di vuelta, y los dos vimos que Jakoppi había estado observando todo el tiempo,
parado en el cuarto.
—Morr —dijo ella, mientras lo mirábamos—. Ándate. Por favor.
Ándate de esta casa.
Trate de responder, pero mi voz salió reseca. Me aclaré la
voz mientras el sudor caía por mi rostro.
—S-Solo quise ver si estabas sana. Este es el hogar de
Jakoppi. No es tuyo.
—Decile, Jakoppi. Por favor.
La expresión de Jakoppi era inescrutable bajo su máscara con
respirador. La iluminación en sus ojos titilaba en la oscuridad.
—¿Por qué? —dijo al fin—. No entiendo estas cosas. Yo soy
Jakoppi. Solo observo. Observo y le dejo los juicios a los demás. Esta casa es
de quien quiera usarla.
—Está bien —dijo Kayla—. Entiendo. Hijos de puta. Están
locos.
Su mirada acongojada recupero la compostura, la dignidad. Sin
importarle nuestra presencia, Kayla volvió a vestirse. Cuando terminó, agarró
su bastón y se fue hacía la entrada. Nos miró, pero no dijo nada, y salió.
—Buenas noches, señor —dijo Jakoppi, como si nada hubiera
pasado. Se fue a su cuarto. Me mantuve de pie durante unos momentos; no podía
calmar mis palpitaciones. Al final me dejé caer sobre la cama de Kayla y abracé
mis piernas.
Todo estaba mal. Todo era desagradable. Todo dolía y ardía.
Lo único que me protegía era mi armadura. Banshala era una ciudad muy húmeda, y
había transpirado todo el día, pero no me atrevía a sacarme la armadura. Sentía
que era lo único que me mantenía entero. Era la Serpiente; la Serpiente me
había llevado hasta ese punto. Aún si Kayla me odiaba, valía la pena el
esfuerzo de evitar que lo de la Serpiente se repitiera. Podía recordar a toda
la gente del pueblo, a Anton, cruzando la calle de mi negocio todos los días.
Cómo los extrañaba. Anton. Necesitaba verlo de nuevo. ¿Por qué no podía ser él
el que estuviera en el mausoleo?
Ese día no pude conciliar el sueño. Cuando el sol volvió a
filtrarse a través del techo de la ciudad, Jakoppi me preparo una comida; su
presencia era calmante y pude quitarme el yelmo y alimentarme. El resto del día
transcurrió en silencio, lentamente, laboriosamente. Dejé que el calor me
quemara mientras permanecía tirado en la cama, porque lo merecía, porque era mi
flagelo. Pensé en ir a ver a Annie. Pero las puertas del Mausoleo demandaban un
sacrificio, una muerte. El único que podía abrirlas era el Verdugo, pero no
tenía el derecho de pedirle un favor a un agente de la ley. Atravesaría esas
puertas cuando fuera el momento adecuado. Cuando me lo ganara. Quizá… cuando
arrastrase a la Serpiente hasta ahí para que ella fuera mi sacrificio.
Pasaron dos días. Kayla no había vuelto. Me preguntaba si se
había refugiado con el dúo del Imperio, si ya habían partido hacia Gentium. No
tenía derecho a ir con ellos, pero iba a tener que ir a esa ciudad, aunque no
lo quisiera. No podía escapar de mi responsabilidad con la Serpiente. Iba a
partir… pero no sabía cuándo. Seguía esperando que Kayla volviera. Quizá en el
fondo quería que ella me salvara.
Al amanecer del tercer día abrieron la puerta de la casa. Era
Kayla, pero tras ella también entraron la Jueza, el noble y el robot.
La bruja me miró sin decir nada. Su mirada no transmitía
odio, sino lastima.
—¡De pie, caballero! —dijo el Bufón—. Hoy terminó el ciclo de
la luna roja, así que va a ser seguro hacer el viaje a Gentium. Creo que todos
en este cuarto creen que los demás están locos, ¡así que todos nos vamos a
llevar bien! Y por suerte hay mucho lugar en el carruaje que conseguimos, para
evitar los silencios incomodos.
—¿Puedo ir yo también? —preguntó Jakoppi. Yo me había
levantado y estaba recogiendo mis cosas, sintiéndome humilde.
—Con esa estatura no creo que los caballos ni noten tu peso…
—empezó a decir el Bufón.
—Cerrá la boca—dijo la Jueza—. Vos sos Jakoppi, ¿no? ¿Primero
le ordenas a Kayla que se vaya de tu casa, y ahora querés acompañarla?
Así que Kayla no les había dicho la verdadera razón por la
que se fue. Jakoppi no la corrigió.
—La juzgue mal —dijo—. El señor Morr me explico cómo era
ella.
—Ajá… —dijo la Jueza.
—Puede venir —dijo Kayla—. No puede hacernos nada.
—Está bien, como vos digas. Vamos, vamos. Quería llegar con
un mes de adelanto a mi juicio, pero este pequeño desvió me costó una semana…
—¿Eso es lo que te preocupa? —suspiró Crove—. Si mi asesino
de verdad se dirige a Gentium podría ordenar que se cancelen todos los juicios.
—Hacelo, y el siguiente juicio sería el asunto de tu
misterioso asesinato.
Todos empezaron a salir por la puerta, mientras la Jueza se
las mantenía abierta. Cuando estaba por ser el último en salir, la Jueza me
detuvo para susurrarme algo.
—Escucha: Puedo sentir el crimen en vos. No creas que no. No
se puede escapar de los juicios, solo mantenerse útil para que el imperio te
crea necesario. Cuando eso deje de ser así…
Y cerró la puerta de un portazo. La Jueza avanzó para
reunirse con el resto, que se estaba alejando.
—Ya lo sé —susurré—. Voy a la ciudad para encontrarme
justamente eso. Estoy persiguiendo mi castigo hace mucho tiempo.
Pronto llegamos a las escaleras que daban al mundo exterior.
En las ruinas de la superficie nos esperaba un carruaje llevado por dos
caballos. Las puertas del sacrificio estaban abiertas.
—¿Dónde está el gran Verdugo? —preguntó el Bufón, y proyectó
su voz—. ¿Acaso se creé muy bueno para despedirnos?
—Idiota, ¿quién creés que abrió la puerta? —dijo la Jueza—.
También nos proporcionó este transporte y provisiones. No sé por qué alguien
tan importante gastaría tiempo en ayudarnos.
—Supongo que los Verdugos no son como los imaginaba —dijo
Crove.
—No, es verdad —dijo Kayla, con una sonrisa.
—Debe estar ocupado manejando el mausoleo —continuó Crove—.
Estuve preguntando por la ciudad y quieren destruir las puertas del sacrificio
y construir una barrera que no pueda ser atravesada, para que nadie pueda usar
ese lugar. Pero esta es “la ciudad de los muertos”; va en contra de la religión
y la cultura de su gente que no puedan dejar a los muertos en el mausoleo. No
es tan sencillo. Además, el Imperio tiene que retirar el núcleo demonio y la
Brahmastra. Que la ciudad saliera a la luz fue una catástrofe, pero recuperamos
un gran botín.
Ya estábamos subidos al carruaje, y empezamos a alejarnos de
la ciudad. La miré mientras las puertas en forma de cuerno se hacían pequeñas.
Pensé en las palabras de Crove, que se sentían portentosas. Por lo que me
habían explicado, esas armas parecían demasiado poderosas para estar
circulando. Aunque no se había desatado ningún ejército, al exponer la ciudad
la Serpiente había cambiado el estado del mundo de todas maneras.
El viaje a Gentium duró dos semanas. Salimos del desierto de
Artemis en el quinto día, sin toparnos con ningún arlequín, sin que nada nos
obstaculizara. Pero ese no fue el fin de la arena. Los desiertos continuaban,
aunque ya no eran territorios prohibidos, inhóspitos. Habíamos entrado en
territorio sancionado del Imperio.
Podría no haber más arlequines, pero el mundo seguía siendo
el mismo lugar viejo y roto. El mismo lugar en estado de cambio; y lo
comprobamos el octavo día. El sol abrasador se hacía sentir a todo momento,
incluso con la sombra del vehículo; el paisaje siempre era igual, así que en
algún momento dejé de mirar por la ventana y todo se volvió monótono. Pero de
repente parecimos cubiertos por sombra. Mi sudor se volvió frio y empecé a
tiritar. Los demás también temblaban. Miré al exterior, y creí estar soñando
cuando vi los copos de nieve. Estaba nevando.
—Increíble —dijo Kayla.
El Bufón paró a los caballos, y salimos del carruaje para
sentir la nieve bajo nuestros pies. No tenía sentido; al mirar atrás todavía
podíamos ver el desierto naranja a la distancia. Los vientos helados habían
aparecido en mitad del camino.
Retomando la marcha, atravesamos ese ecosistema helado por
unos minutos. De pronto, el Bufón soltó un grito: “¡Ajá!”
—Ahora entiendo —dijo. Señalo hacia adelante, donde podía
verse una puerta destrozada. Una puerta de madera en medio del vacío de la
arena.
—¿Qué es eso? —murmuré.
—No tengo idea —dijo la Jueza, mirando a su Bufón con una
ceja levantada.
—Creí que ustedes los del Imperio tenían su educación especial
—gruñí. Crove se encogió de hombros.
—Bufón —dijo la Jueza—. ¿Cómo podés saber algo que yo no sé?
—Es una memoria lejana… del lugar del que nací, ¿sí? Mi
primer hogar… la fábrica de ensamblaje —rió.
—Dioses —susurró Kayla—… Háganlo callar. Cada palabra que
dice me… altera.
La mire, ocultando su cara entre sus brazos. Quería ponerle
una mano en el hombro, o decirle algo, pero no pude hacerlo. Sin importarle
esto, el bufón siguió hablando.
—Había una “puerta” en mi hogar. Una puerta mágica que
conectaba dos lugares separados por una gran distancia. Con solo abrir la
puerta, podías estar en el otro lugar. Así es como mis papas podían recibir
todas las partes para la fábrica. Eran gente muy hábil.
—Entiendo —dijo la Jueza—. ¿Y creés que esto es lo mismo?
—No sé, ¿Cuánto recordas vos de tu primer añito? No recuerdo
los rostros de nadie… No creo que fueran como ustedes.
—Me refiero a la puerta, idiota. ¿Creés que era una puerta
mágica?
—Bueno, tendría sentido. Una puerta que llevaba a algún lugar
nevado. La puerta se rompió, y el lazo quedo roto, pero el frio permaneció acá,
tapando todo con nieve y arena. Quién sabe que había bajo el camino que estamos
atravesando, ¿eh? Quizás otra fábrica.
—Quién sabe —escupió Kayla, llena de odio. El Bufón fue
amable y no habló más.
Continuamos avanzando, y la nieve se detuvo muy pronto.
Volvimos a sentir el calor del desierto.
Más allá de este episodio, el desierto se mantuvo igual hasta
el día catorce. Nuestras provisiones se estaban acabando, así como nuestra
tolerancia, pero pudimos verla a la distancia: Gentium. Una ciudad que estaba
sobre la superficie.
La Jueza y Crove se alegraron y animaron en cuanto la vimos,
pero algo me preocupaba.
—Tomamos el camino directo hasta la ciudad, ¿no? —pregunté.
—Eh… sí —dijo el Bufón—. En cuanto salimos de la zona
prohibida, pude tomar una ruta oficial; la más rápida.
—Entonces la Serpiente debe haber hecho lo mismo. Ese es el
problema.
—¿Eh?
—No avistamos a nadie en todo el camino. Ni una persona. Ósea
que la Serpiente… ya está en Gentium.
No hay comentarios :
Publicar un comentario