El hombre giro en un callejón
cuando la chica lanzo un hechizo, que fallo solo por unos pelos. La chica, el bufón,
y yo a duras penas seguimos el mismo camino, y al salir del otro lado la chica corrió
unos metros cuesta arriba hasta detenerse. El hombre se le había perdido, pero
vio al bufón y a mi acercándosele y lanzo una ráfaga. El bufón salto para
evitarlo, pero yo reaccione muy tarde. La ráfaga me dio de frente, y termine cayendo
sobre un grupo de personas mientras la chica gritaba maldiciones. El bufón había
desaparecido, y del callejón salió el príncipe con mi espada. Corrió a
esconderse tras los maceteros de un café, y yo me hice a un lado mientras otra ráfaga
corría hacia él y terminaba golpeando a la gente que me atrapo. Me escondí tras
unas sillas, y el bufón asomo la cabeza detrás de una puerta abierta.
-¡Señor Príncipe! ¡Tengo
su lanza! ¡Cambiemos!
El bufón salió y le tiro
la lanza al príncipe, y este apenas con tiempo para prepararse tiro torpemente
la espada al medio de la calle. El bufón salto a atraparla y rodo por el suelo,
mientras el príncipe esquivo la lanza por una oreja. Los adoquines explotaron.
El bufón escapo de alguna forma ileso y se devolvió a buscar refugio mientras
la chica le aventaba una mesa. La mesa golpeo la puerta y la cerro tras el bufón.
La hechicera jadeaba.
-Eres una puta máquina,
¡¿no es así?! ¡Vamos, muéstrate! -la hechicera movió las manos, y el edificio
se estremecieron de golpe, pero la casa y la puerta aguantaron en pie. El príncipe
apretaba con fuerza su lanza oculto detrás de las plantas, y el caballero no aparecía
por ningún lado. La hechicera movió una vez más las manos, pero luego me vio.-
¡Tu estas con el también, puta!
Trate de correr, pero una
fuerza me lanzo por sobre la mesa, y caí sobre las sillas. Antes que sucediera
algo más la puerta se abrió de una patada, y salió el bufón con los brazos
abiertos.
-¡Pero antes que eso,
quiero venderle esta fina funda metálica! ¡Ve, Hadnan!
El bufón le tiro a la
hechicera la funda de la espada, y ella con enojo lanzo otra ráfaga. La funda salió
volando por los aires, y el bufón no fue capaz de esquivar el golpe, pero el príncipe
tomo la oportunidad para atacar. Dio unos pasos para ganar velocidad y le tiro
la lanza a la hechicera, y esta apuntándole, respondió con otra ráfaga mas. El príncipe
cayó de espaldas, las plantas volaron, y los muebles a mi alrededor saltaron a
todos lados, pero la lanza siguió inmutable su trayectoria.
Sin impedimento alguno, la
lanza se enterró en la palma de la hechicera.
Los gritos resonaron por
la calle, mientras los habitantes observaban silenciosos. Me quité las sillas
de encima, y vi al príncipe corriendo hacia la bruja apretando ambas manos. La
bruja estaba de rodillas gritando de dolor, y luego se oyó un crujido desde el príncipe,
y cuando la bruja alcanzo a verlo y antes que pudiera hacer algo, él le tiro un
polvo blanco a la cara. El aire de la calle pareció calentarse por un momento,
pero la hechicera empezó a toser y de un momento a otro cayo inconsciente a un
lado. El príncipe se apoyó en sus rodillas para recuperar el aliento. La funda
de la espada aterrizo a unos metros de el luego de rebotar en un techo.
-Bufón... Idiota... -dijo
entre jadeos, y se giró a buscarlo con la vista, pero solo me encontró a mi.-
Jueza, venga... Acabe con ella mientras pueda.
-¿Q-Que?
El bufón apareció de entre
un carro volteado de frutas, aparentemente entero y con la espada en mano, pero
cubierto de jugo y pulpa.
-¡Cielos, príncipe! ¿Sabe cómo
se le llama a la fruta de Banshala? -dijo levantándose. El príncipe le hizo una
seña, y la expresión del bufón cambio. Me miro limpiándose el jugo de la cara.-
Jueza mía, si me da la orden...
Yo me levante entre las
sillas, y mire a la chica inconsciente. Una brisa fría bajo por la calle.
-No. Lo prohíbo, -dije quitándome
el polvo. El príncipe suspiro como si darle problemas fuera capricho mío.
-Vamos, es pura suerte que
no nos haya matado. ¿O es que cree que podrá usarla de rehén luego que
despierte?
-Jueza mía, debo admitir
que el príncipe por una vez parece estar actuando por el bien.
-No, no lo está. No van a
hacerle más daño.
El príncipe bufo.
-Que podría esperar de los
jueces. Es por no tener mano dura que el imperio está en decadencia. La matare
yo, -dijo el príncipe, y puso un pie en la muñeca de la hechicera. Cerré los
ojos al momento que saco la lanza.
-¡Príncipe! -le grite, deteniéndolo.-
No le hagas ni un rasguño más. Si la matas, te ejecutare a ti.
-Estás loca. Esta niña
casi te mata y ahora no quieres hacer justicia.
-¿Que sabes tú de
justicia? -dije acercándome cojeando.- Estas ciego, incapaz de ver más allá de
las apariencias, de saber porque terminamos aquí. No tienes idea de cómo es
esta chica, ni de como luce su aura... Ella es buena. Tiene el aura más pura
que he visto.
-¿Y qué hay de la mujer
que mato allá afuera?
-Claramente ella no lo
era. Aléjate.
El príncipe retrocedió un
paso mientras me acercaba. A pesar de haber aguantado bien los golpes en la
casa, me había golpeado la pierna con una de las patas metálicas de la mesa. El
bufón se acercó a ayudarme, pero le dije que estaba bien. El príncipe saco de
sus bolsillos una soga, y la tiro a un lado de la chica.
-Hagan lo que quieran, al
final no me importa. Solo espero que no los mate con la mirada apenas
despierte... No se puede detener a una bruja.
El príncipe se devolvió al
café, y a falta de pañuelos, empezó a limpiar la sangre de su lanza con un
mantel, dejando de ponernos atención. Me detuve a revisar el brazo del bufón
antes de acercarnos más.
-¿Como esta? -le pregunte
en voz baja. El tuttifrutti improvisado ocultaba un poco el daño, donde se veía
el metal bajo su piel.
-Daño cosmético, nada más.
Un cambio de ropa y no se va a notar. ¿Pero sabe? Me preocupa esa chica. No
dudo de su juicio, pero el príncipe tiene razón, deberíamos alejarnos mientras
podamos. No sé cómo me descubrió apenas me vio.
-Sí, fue extraño... -dije acomodándole
la manga para que no se viera nada. - Tenemos unas horas. Movámosla a un lugar
menos visible, y tratemos su herida. Ya pensaremos que hacer.
-Esperemos, -dijo el bufón,
y se dirigió a buscar la funda de la espada.
Yo me dirigí hacia la
chica, pero al momento de pasar frente al callejón por el que vinimos, sentí
una presencia. Me giré de inmediato, pero no vi al caballero, ni a nadie más
por ningún lado. Solo vi una puerta, en el lado de la montaña.
-Pensándolo bien, -le dije
al bufón, accidentalmente llamando la atención del príncipe.- Ehh, hazlo sin mí.
Volveré en un momento.
-¿A dónde vas? -pregunto
el príncipe.
-Voy a comprar un jugo más
abajo. Estoy sedienta, -le dije. El bufón miro confundo el callejón sin
entender, y el príncipe levanto una ceja.- Si el caballero aparece, que no se
acerque a la chica. Si es necesario... Mátenlo a él.
-Sí, Jueza mía.
-Ja, a ver como lo haces,
-rio el príncipe al oír al bufón, refregando con fuerza la punta.- Tu corta
mantequilla reboto en su armadura, mientras que la de el corto de un tajo la
pared de la cocina. Por accidente, -agrego, y el bufón reviso el filo de la
hoja mientras me iba.
-Guau, nunca más te presto
la espada...
Los deje atrás y,
volviendo a caminar bien, anduve hasta el final de la calle estrecha. Allí, en
la roca de la montaña, pasado un camino de tierra tras las casas, había una
puerta de madera con una ventanilla. Quizás el hombre de ayer no había girado
en esta calle por mera casualidad.
Me asegure de que nadie me
estuviera observando y entre rápidamente, cerrando silenciosamente la puerta
tras de mí. Un túnel recto que terminaba en una puerta similar por la que
entraba algo de luz era el único camino. Tenía olor a humedad y se oían
goteras, así que me cubrí la nariz para pasar. Al llegar al otro lado, vi por
la ventanilla una especie de plaza rodeada de pasto y árboles que se movían con
el viento, pero similar en forma a la del Pilar Cubista.
-Bienvenida al Mausoleo
-dijo la voz de un hombre en mi nuca. Grité y salí de inmediato. La puerta
reboto en la roca, pero por más que intente no pude ver que hubiera alguien en
el túnel. Solo estaba esa presencia, en algún lugar de por acá. Una música
grabada sonaba en el ambiente. Acercándome a la plaza, vi al otro lado unas
puertas enormes con rocas negras de adorno, una vez más hecha en la montaña.
No sé en qué momento había
decidido que sería buena idea venir sola, estas cosas nunca salían bien en las
novelas, pero ya estaba aquí, y si iba a cruzar ese túnel otra vez, que por lo
menos fuera con algo que justificara el paso. Me acerqué lentamente al pilar y
a aquella presencia, y con los arboles fuera de la vista, pude ver a una
persona sentada al lado de las puertas, de donde venía la música. Un joven con
barba leyendo tranquilamente un periódico, mientras una radio portátil sonaba a
su lado. A unos metros tras de él, en el pasto, se hallaba una carpa y un
espacio para hacer fuego, con una sarten y una tetera.
"Acabamos de oír 'La
Muerte y la Doncella', compuesta por el compositor Artemisianos Pancho Chuper,
e interpretada por la Orquesta Sinfónica de Carcosa, en la radio 106.6 FM.
Esta fue la Hora Clásica,
con su anfitriona de siempre Cristina Fontaine, y ahora damos paso las noticias
del día, para revelar un importante acontecimiento en el desierto que el
imperio ha mantenido oculto estos últimos días. Los espero a las 4 para la Hora
Moderna, pero por si acaso, les deseo igualmente a todos ustedes una muy buena
tarde. Gracias por su atención."
Me acerque hasta que el
hombre levanto la vista para verme. Me miro sorprendido sin moverse, y luego
miro con los ojos de un lado a otro buscando si había alguien más.
-Eeeh... ¿Si? -dijo
doblando el periódico.
Detrás de el había una
bolsa con armas, y en las puertas, marcas de golpes. Era inconfundible: él era
el Verdugo.
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