El sol se ocultaba de
nuevo. Había avanzado por el desierto todo el día. Podía sentir que estaba
cerca, pero seguir seria de idiotas; debía descansar. Aun me quedaba algo de
comida, pero luego de ese último día mis reservas de agua se agotaban por mucho
que la piedra tratara de reponerlas.
Sin más que hacer, busque
un lugar donde hacer campamento. Las noches eran frías, pero no tanto como para
temerlas, no con esa luna. No hubo fuego; el frio serviría después de ese día.
Con el sol oculto pude ver una luz a la distancia que indicaba una hoguera, tan
lejos que solo veía su reflejo en el aire. Podía ser un reflejo, podía ser él,
pero solo un tonto investigaría en la noche en ese desierto. Una roca enterrada
iba a servir para cubrirme mientras descansaba.
Aun así, me costó no
levantarme y avanzar, pero incluso si era él ya sabía que no andaba solo.
Seguro alguien estaría vigilando y aunque sería fácil acercarme sin ser visto,
lo mismo aplicaba para ellos. No podía hacerlo sin saber a qué me enfrentaba.
Me puse en marcha cuando
llegó el amanecer. Esperaba ver algún indicio de aquella hoguera, pero no había
rastros de ella al abandonar mi roca. No importaba; sabía que estaba cerca.
Con el sol asomándose me
tire al suelo ¿Me había visto? Un camello andaba a la distancia, un hombre de
rojo junto a él. ¿Sería él? No, no sin su armadura. Pero tal vez alguno de sus
seguidores. Arrastrándome avancé hacia el hombre, no, podía ver que era una
mujer. Una mula yacía tirada detrás del camello; la mujer estaba ocupada con un
bolso. Era difícil escabullirse en el desierto a plena luz del día, pero no
imposible. Tomé mi lanza y avance lentamente. La mujer de rojo seguía
acomodando algunas cosas, pero podía sentirlo, estaba sola. Igual debía ser precavido.
Acercándome más, pude notar que llevaba un vestido trabajado con trazas de oro.
Una noble, tal vez, pero, ¿por qué andaría en el desierto, sola? No importaba,
debía estar con él. Entonces, unas pisadas sonaron detrás de mí. Era imposible,
pero no había duda. Sentí una presión en mi espalda.
—¿Este el crimen que
buscamos, jueza mía? –dijo la persona detrás de mí. La mujer camino hacia mí
tranquilamente. Sus ojos oscuros me juzgaban sin emoción.
—No, no lo es. Pero podría
saber algo. Guardá eso, bufón.
¿Jueza? Era obvio ahora
que detallaba su vestimenta. Una jueza acá en el desierto… imposible. Pero más
importante, ¿qué sabía de mí? Un vistazo atrás me mostró mi captor; un hombre
con una espada, una espada de juicio. ¿Cómo no lo había sentido?
—Levantate, hombre, la
jueza tiene algunas preguntas —dijo el llamado bufón mientras retiraba la
espada.
No podía ser una gran
jueza si estaba en ese desierto, pero si era juzgado no iba a tener ninguna
opción más que obedecer. Arrodillado, con una mano sobre mi anillo empecé a
hablar.
—Jueza, mi nombre es
Crove, soy un fiel súbdito del impe…
—Sé lo que sos, príncipe.
No necesitás ser un juez para ver tu anillo. Y una mirada a esos ojos lo
confirma. Ahora decime, Crove, ¿a quién cazás?
No hay comentarios :
Publicar un comentario