viernes, 7 de junio de 2019

Gamma — 8 — Morr


La profecía decía que necesitaba compañeros de viaje. Quería llegar hasta mi destino, por lo que aceptaba a todas las personas con las que me encontraba; pero quizá necesitaba ejercer más criterio. La maga que habíamos encontrado no actuaba como una persona cuerda. Cuando la encontramos estaba llena de pasión, de furia, ansiosa por derramar sangre. Pero cuando nos pusimos en marcha se volvió callada, introspectiva, taciturna. Me pregunte si tenía la locura de la luna roja, pero ese ciclo no había comenzado hace tanto como para que se hubiese infectado.
—No se ve nada en la distancia —dijo Annie—. Nos estamos dirigiendo hacia la nada.
—Todos los seres vivos se dirigen a la nada —respondí.
—Si la ciudad esta oculta, ¿Cómo vamos a encontrarla?
—Solo vamos a poder si eligió revelarse. No es decisión nuestra.
—El viejo mundo está muriendo —dijo la maga, de pronto—. Todos los misterios están saliendo a la luz. Lo que era sagrado ya no lo es.
—Kayla, ¿no? —dije—. Tenes razón. Lo nuevo reemplaza a lo viejo. Los viejos dioses dejan su lugar a…
—…Las maquinas —dijo Kayla, despacio. Lentamente, como si las palabras le dolieran.
—¿Estabas perdida en el desierto, Kayla? —dijo Annie. Se había separado de mi lentamente, caminando del lado de Kayla. La maga no respondió.
—Nadie entra al desierto sin una razón —dije—. Todos tienen una cruzada, aunque no lo sepan. El desierto siempre revela el suplicio de la vida antes de que lo termines. Todos vamos a descubrirlo tarde o temprano.

Cuando cayó la noche hicimos una fogata. Esa noche no era negra; una aurora roja atravesaba el firmamento y pintaba a las estrellas de rojo. Parecía que el cielo estaba bailando sobre nuestras cabezas. Era una señal de cambio.
El cielo me atrapó en un trance, y me distraje observándolo. Cuando noté la mano sobre mi hombro no pude evitar sorprenderme. Se había acercado a nuestro campamento en silencio, en la oscuridad. Me alejé de un salto y lo observé; un hombre gris, desnutrido. Annie gritó y Kayla movió las manos; el hombre cayó al suelo, paralizado. Desenfundé mi espada y me acerqué.
—¿Quién sos?
El hombre intentó hablar, pero solo surgió un sonido reseco y rasposo.
—Agua —dije. Kayla se acercó con una cantimplora e hidrató al hombre.
El hombre empezó a toser, retorciéndose. De a poco abrió los ojos.
—Ban…shala… Tengo que llegar a Banshala…
Conteniendo una exclamación, apreté la punta de mi espada contra su cuello.
—¿Qué sabés de Banshala? ¿Qué sabes de la ciudad de los muertos?
El hombre tomó el filo de mi espada con ambas manos, sin importarle el dolor.
—Me enviaron de la ciudad… Tengo que buscar ayuda… No esperaba ver esto, una noche en la que el océano cruza el cielo… Otro esqueleto atravesando el desierto… ¿Son enviados de los dioses?
—¿¡Dijiste otro?! —grité.
—¿De verdad viene de la ciudad oculta? —dijo Kayla. Pero el hombre había perdido el conocimiento.
Guardamos distancia del hombre gris y nos dispusimos a dormir. Pero era imposible. No solo me molestaba esa súbita aparición; era demasiado conveniente… sino que no dejaba de oír a Annie tartamudeando. Parecía estar sufriendo pánico. De alguna manera, mi cuerpo se movió solo y me recosté junto a ella… la cubrí con mis brazos y compartimos nuestro calor.

Al día siguiente fui el primero en despertar. Observé al recién llegado en silencio. Finalmente, empezó a moverse. Me acerqué a Kayla y le sacudí el hombro, buscando despertarla. Creí que estaba profundamente dormida, pero al instante se dio vuelta con una expresión de furia.
Con un grito, se levantó y se abalanzó sobre mí. Me la quité de una patada, y le mostré mi espada. De pronto, mi espada salió disparada de mi mano y cayó a la distancia. Acto seguido caí yo también. Intenté levantarme, pero era como si un peso inmenso estuviera aplastándome. Lentamente, logré levantar uno de mis brazos… Pero Kayla se sentó sobre mí, lista para conjurar de nuevo. Estaba indefenso.
Hasta que Kayla miró hacia atrás. Ahí estaba Annie, usando mi espada contra la espalda de la maga. Annie apretó más. Kayla apretó los dientes.
—Ustedes… Ustedes trabajan con ese otro que está durmiendo, ¿no? Querían traerme hasta esta parte del desierto para emboscarme.
—No, Kayla… No —dijo Annie, temblando.
En ese momento ya hubiera podido quitarme a la maga de encima e inmovilizarla, pero eso no hubiera dado resultados a largo plazo.
—Kayla —dije—. Voy a decirte la verdad. Estoy en una cacería. Atravieso el desierto y buscó la ciudad oculta para matar.
Los ojos de la maga se suavizaron.
—Yo… Yo también —dijo.
Lentamente, se quitó de encima mío. Luego le sostuvo la mirada a Annie hasta que ella bajó la espada.
—P…Perdón —dijo Kayla, pero aún apretaba los dientes y transpiraba.
Annie me dio mi espada. Cuando me incorporé, noté que nuestro recién llegado nos estaba observando.
—Buen día —dije, y le apunté con la espada—. Ahora vas a hacer memoria, y recordar muy bien. ¿Estás seguro de que viste a otro caballero con una armadura como la mía?
—Sí, sí, sí… —dijo el hombre—. De alguna forma sabía la manera de entrar a la ciudad, y causó estragos… Forzó a la ciudad a salir a la superficie, a revelarse por primera vez en décadas… Ahora estamos atrapados en la superficie.
—La Serpiente… —susurré.
—¿Qué? —dijo Kayla—. ¿Ese es a quién buscas? ¿Es un demonio?
—Quizá lo sea.
—¡Por favor! ¡Tienen que ayudarnos! —exclamó el hombre desnutrido—. Banshala siempre subsistió por sí sola… Nunca quisimos formar parte del reino… Pero ahora el imperio nos notó y se involucró con nosotros… Banshala fue codiciada y buscada desde su creación. Ahora que es accesible, el imperio no tardó en enviar a uno de sus tres Verdugos…
Un Verdugo. Eso era malo. Kayla soltó una exclamación.
—¿Qué? ¿Qué es eso? —me preguntó Annie, angustiada.
—Asesinos —dijo Kayla.
—Los tres Verdugos son la mayor fuerza del imperio —expliqué—. Dicen que son indetenibles, como si no fueran humanos, y nunca perdieron un enfrentamiento.
—Por favor… —dijo el hombre—. Banshala debía estar oculta por una razón… Hay un arma en la ciudad. Si el Reino se apodera de ella podría ser el comienzo de una era de oscuridad.
Kayla y yo nos miramos.
—¿Podrían ir? —dijo el hombre—. ¿Podrían considerar… que los guíe hasta Banshala?
Casi quería reír. Ese hombre estaba ofreciéndonos justo lo que buscábamos.
—¿A cuanta distancia está? —dije.
—Cuatro días… Solo cuatro días de viaje.
—Vamos, Annie, en marcha. —Miré al hombre—. ¿Podés caminar?
—S-Sí… sí.
—Entonces vamos.
Así fue que retomamos la caminata. Mientras caminábamos miré a mis acompañantes. Annie no sabía nada de sí misma, yo no sabía nada de Kayla… Estaba apostando mucho y podía perderlo todo. Pero la Serpiente no me había dejado mucho que perder.

El sol rojo estaba abrasante, y teníamos que compartir el agua con una persona más, así que las porciones eran más pequeñas. Deseé tener a mi caballo en ese momento. Pero continuamos, aunque fuese lentamente. Caminamos por tres días. El agua no iba a durar mucho más. Durante el cuarto día, durante el crepúsculo finalmente pude ver algo en el horizonte; parecía dos pilares que se extendían hacia el cielo.
—Banshala —dijo el hombre, lleno de júbilo—. ¡Esa es la entrada de Banshala!
Entonces salió corriendo, dirigiéndose a su ciudad. Estábamos exhaustos; habíamos elegido no detenernos para descansar; llegar lo antes posible. Por esa razón pensé en perseguirlo, pero no tuve las energías para hacerlo. Íbamos en la misma dirección, de todas maneras. El hombre desapareció en la distancia.
A medida que nos acercamos y los pilares parecían crecer en tamaño, entendí que no eran pilares. Eran cuernos. Era una escultura gigante de dos cuernos surgiendo del suelo.
Se hizo la noche y la luna se vio eclipsada por los cuernos. Parecían una amenaza irguiéndose sobre nosotros. Al final estuvimos lo suficientemente cerca como para distinguir la entrada. Eran dos puertas enormes talladas en la base de los dos cuernos, donde se unían en una sola roca. El hombre gris no se podía ver por ningún lado.
Llegamos hasta la entrada, jadeando. En el suelo junto a las puertas había un extraño símbolo dibujado con rojo; era un circulo con letras en su interior. No era un lenguaje que pudiera leer.
Kayla caminó hasta las puertas y empujó, intentando abrirlas. No sucedió nada. Entonces dio un paso atrás y extendió las manos, intentando abrirlas sin tocarlas. Podía ver que estaba ejerciendo mucha fuerza; su rostro estaba compungido. Me le uní, tirando a la vez que ella hacía su magia. No sucedió nada.
—Disculpen, disculpen, amigos —dijo una voz del otro lado de la puerta. Era el hombre gris—. La entrada a Banshala tiene un precio, me temo.
—¿Nos engañaste? —rugí.
—No… Nada de eso… Pero tuve que adelantarme; Banshala permite entrar a los suyos, pero no a los extranjeros… Los extranjeros tienen que pagar el sacrificio.
—¡No jodas! —gritó Kayla. Extendió los brazos, y las puertas se sacudieron, levantando polvo. Pero no se abrieron.
—¿Caballero…? —dijo Annie, asustándose.
—La ciudad de los muertos… exige un sacrificio —dijo el hombre gris—. Para formar parte de ella se debe abandonar algo vivo. Se debe acabar con una vida y ofrecerla en el círculo del sacrificio. Entonces… ¡las puertas se van a abrir!

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