La profecía decía que necesitaba
compañeros de viaje. Quería llegar hasta mi destino, por lo que aceptaba a
todas las personas con las que me encontraba; pero quizá necesitaba ejercer más
criterio. La maga que habíamos encontrado no actuaba como una persona cuerda.
Cuando la encontramos estaba llena de pasión, de furia, ansiosa por derramar
sangre. Pero cuando nos pusimos en marcha se volvió callada, introspectiva,
taciturna. Me pregunte si tenía la locura de la luna roja, pero ese ciclo no
había comenzado hace tanto como para que se hubiese infectado.
—No se ve nada en la
distancia —dijo Annie—. Nos estamos dirigiendo hacia la nada.
—Todos los seres vivos se
dirigen a la nada —respondí.
—Si la ciudad esta oculta,
¿Cómo vamos a encontrarla?
—Solo vamos a poder si
eligió revelarse. No es decisión nuestra.
—El viejo mundo está
muriendo —dijo la maga, de pronto—. Todos los misterios están saliendo a la
luz. Lo que era sagrado ya no lo es.
—Kayla, ¿no? —dije—. Tenes
razón. Lo nuevo reemplaza a lo viejo. Los viejos dioses dejan su lugar a…
—…Las maquinas —dijo
Kayla, despacio. Lentamente, como si las palabras le dolieran.
—¿Estabas perdida en el
desierto, Kayla? —dijo Annie. Se había separado de mi lentamente, caminando del
lado de Kayla. La maga no respondió.
—Nadie entra al desierto
sin una razón —dije—. Todos tienen una cruzada, aunque no lo sepan. El desierto
siempre revela el suplicio de la vida antes de que lo termines. Todos vamos a
descubrirlo tarde o temprano.
Cuando cayó la noche
hicimos una fogata. Esa noche no era negra; una aurora roja atravesaba el
firmamento y pintaba a las estrellas de rojo. Parecía que el cielo estaba
bailando sobre nuestras cabezas. Era una señal de cambio.
El cielo me atrapó en un
trance, y me distraje observándolo. Cuando noté la mano sobre mi hombro no pude
evitar sorprenderme. Se había acercado a nuestro campamento en silencio, en la
oscuridad. Me alejé de un salto y lo observé; un hombre gris, desnutrido. Annie
gritó y Kayla movió las manos; el hombre cayó al suelo, paralizado. Desenfundé
mi espada y me acerqué.
—¿Quién sos?
El hombre intentó hablar,
pero solo surgió un sonido reseco y rasposo.
—Agua —dije. Kayla se
acercó con una cantimplora e hidrató al hombre.
El hombre empezó a toser,
retorciéndose. De a poco abrió los ojos.
—Ban…shala… Tengo que
llegar a Banshala…
Conteniendo una
exclamación, apreté la punta de mi espada contra su cuello.
—¿Qué sabés de Banshala?
¿Qué sabes de la ciudad de los muertos?
El hombre tomó el filo de
mi espada con ambas manos, sin importarle el dolor.
—Me enviaron de la ciudad…
Tengo que buscar ayuda… No esperaba ver esto, una noche en la que el océano
cruza el cielo… Otro esqueleto atravesando el desierto… ¿Son enviados de los
dioses?
—¿¡Dijiste otro?! —grité.
—¿De verdad viene de la
ciudad oculta? —dijo Kayla. Pero el hombre había perdido el conocimiento.
Guardamos distancia del
hombre gris y nos dispusimos a dormir. Pero era imposible. No solo me molestaba
esa súbita aparición; era demasiado conveniente… sino que no dejaba de oír a
Annie tartamudeando. Parecía estar sufriendo pánico. De alguna manera, mi
cuerpo se movió solo y me recosté junto a ella… la cubrí con mis brazos y
compartimos nuestro calor.
Al día siguiente fui el
primero en despertar. Observé al recién llegado en silencio. Finalmente, empezó
a moverse. Me acerqué a Kayla y le sacudí el hombro, buscando despertarla. Creí
que estaba profundamente dormida, pero al instante se dio vuelta con una
expresión de furia.
Con un grito, se levantó y
se abalanzó sobre mí. Me la quité de una patada, y le mostré mi espada. De
pronto, mi espada salió disparada de mi mano y cayó a la distancia. Acto
seguido caí yo también. Intenté levantarme, pero era como si un peso inmenso
estuviera aplastándome. Lentamente, logré levantar uno de mis brazos… Pero
Kayla se sentó sobre mí, lista para conjurar de nuevo. Estaba indefenso.
Hasta que Kayla miró hacia
atrás. Ahí estaba Annie, usando mi espada contra la espalda de la maga. Annie
apretó más. Kayla apretó los dientes.
—Ustedes… Ustedes trabajan
con ese otro que está durmiendo, ¿no? Querían traerme hasta esta parte del
desierto para emboscarme.
—No, Kayla… No —dijo
Annie, temblando.
En ese momento ya hubiera
podido quitarme a la maga de encima e inmovilizarla, pero eso no hubiera dado
resultados a largo plazo.
—Kayla —dije—. Voy a
decirte la verdad. Estoy en una cacería. Atravieso el desierto y buscó la
ciudad oculta para matar.
Los ojos de la maga se
suavizaron.
—Yo… Yo también —dijo.
Lentamente, se quitó de
encima mío. Luego le sostuvo la mirada a Annie hasta que ella bajó la espada.
—P…Perdón —dijo Kayla,
pero aún apretaba los dientes y transpiraba.
Annie me dio mi espada. Cuando
me incorporé, noté que nuestro recién llegado nos estaba observando.
—Buen día —dije, y le
apunté con la espada—. Ahora vas a hacer memoria, y recordar muy bien. ¿Estás seguro
de que viste a otro caballero con una armadura como la mía?
—Sí, sí, sí… —dijo el
hombre—. De alguna forma sabía la manera de entrar a la ciudad, y causó
estragos… Forzó a la ciudad a salir a la superficie, a revelarse por primera
vez en décadas… Ahora estamos atrapados en la superficie.
—La Serpiente… —susurré.
—¿Qué? —dijo Kayla—. ¿Ese
es a quién buscas? ¿Es un demonio?
—Quizá lo sea.
—¡Por favor! ¡Tienen que
ayudarnos! —exclamó el hombre desnutrido—. Banshala siempre subsistió por sí
sola… Nunca quisimos formar parte del reino… Pero ahora el imperio nos notó y
se involucró con nosotros… Banshala fue codiciada y buscada desde su creación.
Ahora que es accesible, el imperio no tardó en enviar a uno de sus tres
Verdugos…
Un Verdugo. Eso era malo.
Kayla soltó una exclamación.
—¿Qué? ¿Qué es eso? —me
preguntó Annie, angustiada.
—Asesinos —dijo Kayla.
—Los tres Verdugos son la
mayor fuerza del imperio —expliqué—. Dicen que son indetenibles, como si no
fueran humanos, y nunca perdieron un enfrentamiento.
—Por favor… —dijo el
hombre—. Banshala debía estar oculta por una razón… Hay un arma en la ciudad.
Si el Reino se apodera de ella podría ser el comienzo de una era de oscuridad.
Kayla y yo nos miramos.
—¿Podrían ir? —dijo el hombre—.
¿Podrían considerar… que los guíe hasta Banshala?
Casi quería reír. Ese
hombre estaba ofreciéndonos justo lo que buscábamos.
—¿A cuanta distancia está?
—dije.
—Cuatro días… Solo cuatro
días de viaje.
—Vamos, Annie, en marcha.
—Miré al hombre—. ¿Podés caminar?
—S-Sí… sí.
—Entonces vamos.
Así fue que retomamos la
caminata. Mientras caminábamos miré a mis acompañantes. Annie no sabía nada de
sí misma, yo no sabía nada de Kayla… Estaba apostando mucho y podía perderlo
todo. Pero la Serpiente no me había dejado mucho que perder.
El sol rojo estaba
abrasante, y teníamos que compartir el agua con una persona más, así que las
porciones eran más pequeñas. Deseé tener a mi caballo en ese momento. Pero
continuamos, aunque fuese lentamente. Caminamos por tres días. El agua no iba a
durar mucho más. Durante el cuarto día, durante el crepúsculo finalmente pude
ver algo en el horizonte; parecía dos pilares que se extendían hacia el cielo.
—Banshala —dijo el hombre,
lleno de júbilo—. ¡Esa es la entrada de Banshala!
Entonces salió corriendo,
dirigiéndose a su ciudad. Estábamos exhaustos; habíamos elegido no detenernos
para descansar; llegar lo antes posible. Por esa razón pensé en perseguirlo,
pero no tuve las energías para hacerlo. Íbamos en la misma dirección, de todas
maneras. El hombre desapareció en la distancia.
A medida que nos acercamos
y los pilares parecían crecer en tamaño, entendí que no eran pilares. Eran
cuernos. Era una escultura gigante de dos cuernos surgiendo del suelo.
Se hizo la noche y la luna
se vio eclipsada por los cuernos. Parecían una amenaza irguiéndose sobre
nosotros. Al final estuvimos lo suficientemente cerca como para distinguir la
entrada. Eran dos puertas enormes talladas en la base de los dos cuernos, donde
se unían en una sola roca. El hombre gris no se podía ver por ningún lado.
Llegamos hasta la entrada,
jadeando. En el suelo junto a las puertas había un extraño símbolo dibujado con
rojo; era un circulo con letras en su interior. No era un lenguaje que pudiera
leer.
Kayla caminó hasta las
puertas y empujó, intentando abrirlas. No sucedió nada. Entonces dio un paso
atrás y extendió las manos, intentando abrirlas sin tocarlas. Podía ver que
estaba ejerciendo mucha fuerza; su rostro estaba compungido. Me le uní, tirando
a la vez que ella hacía su magia. No sucedió nada.
—Disculpen, disculpen,
amigos —dijo una voz del otro lado de la puerta. Era el hombre gris—. La
entrada a Banshala tiene un precio, me temo.
—¿Nos engañaste? —rugí.
—No… Nada de eso… Pero
tuve que adelantarme; Banshala permite entrar a los suyos, pero no a los
extranjeros… Los extranjeros tienen que pagar el sacrificio.
—¡No jodas! —gritó Kayla.
Extendió los brazos, y las puertas se sacudieron, levantando polvo. Pero no se
abrieron.
—¿Caballero…? —dijo Annie,
asustándose.
—La ciudad de los muertos…
exige un sacrificio —dijo el hombre gris—. Para formar parte de ella se debe
abandonar algo vivo. Se debe acabar con una vida y ofrecerla en el círculo del
sacrificio. Entonces… ¡las puertas se van a abrir!
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