Esperamos un día entero
frente a la Ciudad de los Muertos, pero las puertas permanecieron cerradas. Aun
así, podía sentir que el objetivo de la Jueza se acercaba, así que esperamos. Cuando
volvió a anochecer los sentí cerca, así que aguardamos su llegada ocultos. Eran
un tipo grande en armadura y dos mujeres. Uno era el caballero que buscaba la
Jueza, eso era seguro. Las dudas crecieron cuando una de las mujeres saltó
sobre la otra y le partió el cuello mientras el caballero miraba. La jueza hizo
ademan de acercarse, pero se detuvo cuando las puertas a Banshala se abrieron. El
caballero y la mujer entraron, dejando el cuerpo de su compañera afuera.
—Vamos —dijo la jueza,
empezando la marcha hacia la ciudad perdida. El bufón corrió a buscar la mula.
Sin más opción que seguirlos entré a Banshala, dejando el cuerpo de la mujer en
el desierto. El bufón estaba por volver a buscar a su camello, pero las puertas
se cerraron frente a nosotros.
No le presté atención. Podía
ver los rastros del caballero y la mujer adelante. Avanzamos por la ciudad de
Banshala, entre paredes derruidas y caminos olvidados. De pronto, se
encendieron luces sobre las calles. La luz solo confirmaba lo que ya sentía;
ese lugar estaba abandonado.
—Esperaba algo más de vida
en la ciudad de los muertos —dijo el Bufón, mientras cruzábamos una plaza
solitaria.
—Príncipe, espero que aun
los estemos siguiendo —dijo la Jueza, ignorando al bufón—. A ambos.
—Están adelante… creo
—dije. Sus huellas se estaban haciendo menos claras, y me preocupaba el no
poder sentirlos. Algo estaba pasando en este lugar.
—¿Que pasa, príncipe?
—preguntó Cristina.
—Desaparecieron, no hay
rastro de ninguno de los dos. Kadere nunca me había fallado.
Antes de que la Jueza
pudiera decir algo, salió un hombre de piel gris de entre las ruinas.
—¡Oh! ¿Son del imperio? ¿El
imperio escuchó nuestro llamado? Por favor, necesitamos su ayuda. Banshala los
necesita.
La jueza me hecho una
mirada.
—No sé de qué llamado
hablás, pero soy una Jueza. ¿Qué pasó acá?
—Sí, sí; necesitamos su
ayuda. Vengan, rápido. Banshala fue alterada; está donde no debe estar —Sin
parar de hablar, el hombre empezó a marchar, adentrándose en la ciudad—. Vengan,
vengan.
—Esperá —dije—. ¿No viste
pasar a un caballero recién? Estoy buscando a otro como él. Tiene que haber
visitado la ciudad. —Pero el hombre siguió balbuceando, mencionando como Banshala
nos necesitaba.
—Jueza mía, parece que
Banshala nos necesita —dijo el Bufón, que llevaba a la mula.
Seguimos al hombre entre
sombras y ruinas, tratando de ignorar sus ruegos. Nos paseó por calles y casas
abandonadas hasta llegar a una escalera que se hundía en el suelo.
—Banshala está por acá; el
Verdugo esta por acá —Y empezó a bajar.
—¿Dijo Verdugo? —pregunté.
—No, no puede ser —dijo la
Jueza, anotando en su libreta—. Bufón, tratá de hablar con él; tratá de sacarle
algo útil.
El Bufón me tiró las riendas
de la mula y bajó las escaleras. Pronto fuimos tras él.
—Príncipe, ¿qué paso con
el caballero y la mujer?
—No sé… es esta ciudad.
—La mujer… ¿viste lo que
hizo?
—Un crimen —afirmé. La
jueza asintió y siguió caminando. Entonces noté algo—. Hay gente adelante.
La escalera terminó y salimos
a una calle donde una multitud marchaba portando velas. El Bufón y el hombre
gris se adentraron sin pensarlo. Siguiéndolos, nos abrimos paso entre la
multitud con mula en mano.
Había algo extraño en esas
personas grises. Ahora que me acercaba a ellas podía sentirlas, pero
débilmente. La gente apenas nos notaba, y aquellos que lo hacían no nos
dedicaban más que un vistazo.
La jueza me guiaba entre
la gente de la misma forma que yo guiaba a la mula. Salimos a una calle menos
transitada, pasando de calles vacías a calles repletas. Así recorrimos gran
parte de la ciudad. Luego de lo que se sintió como horas de dar vueltas, el
hombre gris se detuvo frente a un edificio.
—Deben estar cansados. Por
favor, entren, descansen —El hombre abrió la puerta y dejó las llaves con el Bufón—.
Por favor, descansen; voy a volver más tarde. Mañana vamos a poder hablar.
—Un momento. ¿Viste a un
hombre…? —empecé, pero ya se había ido de nuevo, perdido entre la multitud. Fastidiado,
me giré al Bufón—. ¿Qué mierda te dijo?
—Oh, muchas cosas. La
verdad no le presté mucha atención; hablaba demasiado. Pero mirá qué bonito
lugar; ¡tiene hasta un patio para la mula!
—Bufón, ¿qué dijo el
hombre? —preguntó la Jueza.
—Como dije, muchas cosas. Al
parecer un caballero enredo todo entrando a la ciudad, y ahora el lugar fue
revelado. Mencionó que lo llamaban Serpiente… Ah, y unas máquinas del estaban
en el Mausoleo. Eso también parece molestarle.
—Serpiente… —balbuceé. Ese
debía el asesino que buscaba. Encontrar esa ciudad no podía ser coincidencia y
eliminaba cualquier duda sobre el asesino de Dornwich; era una amenaza. De no
ser por la Jueza hubiera vuelto a Genshi a enviar un reporte de su ubicación,
pero si los dejaba solos probablemente enjuiciaran a toda la ciudad mientras mi
asesino pasaba a su lado.
—¿No menciono nada del dúo
que seguimos? —preguntó la Jueza.
—No, pero menciono un Verdugo,
uno del imperio.
La jueza suspiró.
—No puede ser un Verdugo;
acá no. No tiene sentido.
—Eso fue lo que dijo, que estaba
en el mausoleo que es un arma. Ahí lo podemos encontrar, pero claro, primero deberíamos
descansar.
El Bufón se fue a atar la
mula en el patio mientras entramos al edificio. Resulto ser una pequeña casa,
relativamente elegante; al entrar había un sillón junto a una chimenea. Tenía
dos dormitorios y una pequeña cocina a gas con algunas frutas de decorado.
La jueza se sentó en el
sillón, revisando su libreta. Era nuestra oportunidad de descansar, pero no
podía relajarme. ¿Qué hacia un verdugo ahí? Estaba claro que me había
equivocado con Banshala; no estaba para nada abandonada.
—Listo —dijo el Bufón,
volviendo—. A Molly le gusta su habitación y se puso cómoda. Entonces, Jueza
mía, ¿qué vamos a hacer?
Entré a una habitación
para no escucharlo más. El Bufón había puesto mis cosas sobre la cama; le
tocaría dormir en el sillón.
Cada vez estaba más cerca
del asesino de Dornwich. Un vistazo a mi mochila me recordó que tal vez fui muy
atrevido al seguirlo; no sabía si iba a llegar a salir del desierto con lo que
me restaba de comida.
Seguía sin saber cómo iba
a descansar. Pero me llegó la voz del Bufón a través de la puerta, y me
complació poder descansar de él.
Sin sol para despertarme
solo podía estimar la hora, pero sentía que era temprano. Tras un desayuno
rápido de mis últimas raciones, salí de mi habitación para encontrarme con la
Jueza de nuevo en el sillón.
—Oh, ¿descansó bien el
príncipe? —dijo el Bufón, desde la cocina—. Lamento decirle que llego tarde
para el servicio de desayuno. ¡De hecho, tengo que ir a buscar más suministros
para la cocina!
—¿Vas a salir, príncipe?
—preguntó la jueza, sin levantar la vista de su libreta.
—Voy a buscar ese
mausoleo, a investigar sobre el Verdugo —dije. La jueza asintió, anotando algo
en su libreta. Saqué uno de mis dos últimos frascos de aceite de mi mochila—.
Tomá, Bufón, andá y buscá comida. Debe haber algo cerca.
—¿Y esto? —dijo el Bufón—.
No tengo sed, gracias.
—Es aceite, Bufón. No sé
qué usan acá, pero el aceite es buscado en todos lados. Tratá de comprar algo
con eso.
—Oh —tomó la botella y se
fue a sentar cerca de la jueza—. La bebo después, entonces.
—Si ves a la mujer,
avisáme —dijo la Jueza cuando cerraba la puerta. ¿Qué importaba el crimen de
una sola mujer? Me pregunté. Si lo del Verdugo era cierto, ni el asesino de
Dornwich importaba. Debía averiguar dónde quedaba este mausoleo.
Pero decirlo era más fácil
que hacerlo. No tenía idea de dónde estaba, y la poca gente que me respondía se
negaba a ser de ayuda. Evadían las preguntas del mausoleo, desconfiados de los
extranjeros. Bueno, todo ese conflicto había sucedido debido a que un
extranjero reveló la ciudad.
—No sé nada del Verdugo…
pero ¿por qué no comprás algunos anillos? —decía un hombre gris gordo y alto.
Cargaba varias mochilas y carteras, rebosando de mercancía. A pesar de negarme,
decidió seguirme por la calle—. Revisa mis productos, viajero. ¡Sé que algo te va
a servir!
Negación tras negación no
disuadía al sujeto; decidí intentar con la rudeza.
—Tengo los mejores aceites
para mantener ese filo por siempre —dijo, con la punta de mi lanza en su
cuello.
—Ya tengo aceite, no
necesito nada.
—Oh, ¿traés aceite de
afuera? Dejáme ver, ¡te lo compro! Siempre hay buenos precios para aceites de
afuera.
Deseoso de quitármelo de
encima, saqué mi último frasco y se lo tiré. Mientras lo abría para olerlo
aproveche para escapar.
—¡Oh! Es aceite de Varoa,
viajero. ¡Volve, vale una fortuna! ¡Dejáme pagarte…! ¡Gracias, viajero!
Pasó una hora sin llegar a
ningún lado. Mencionar al Verdugo causaba silencios y respuestas rápidas.
—Alejáte de esa calle —dijo
un sujeto con mascara, escabulléndose entre la multitud antes de que pudiera
preguntarle algo.
Me encontraba camino a la
casa cuando lo vi, caminando distraídamente en plena calle. Era el caballero con
casco de esqueleto que había entrado a la ciudad. Sin pensarlo, prepare mi
lanza y me le acerque; este solo reacciono cuando estaba a unos cuantos pasos.
No negó quien era ni
esquivo ninguna pregunta, solo siguió caminando.
—No quiero perder tiempo
—dijo—. Voy a avanzar. Que esa lanza no esté en mi camino.
—No te lo recomiendo,
amigo. Los campesinos como vos deberían arrodillarse ante sus superiores. Si
das un paso más mi filo te va a perforar —El desierto debía haberlo vuelto
loco. ¿Qué estaba haciendo?
—Tengo que parar a la
Serpiente… Tengo que parar al Verdugo. Por favor; vení conmigo.
—Eh… —¿La serpiente? De
nuevo ese nombre.
—Por favor. Tomá la
decisión correcta. —Y con eso dio un paso adelante y no me dejo opción.
Me encontraba en el sillón
lubricando mi lanza cuando entró la Jueza. Cerró la
puerta completamente antes de hablar.
—Crove, ¿por qué hay un
cuerpo atado en la sala?
—Es el caballero que
buscabas, Cristina. —La jueza suspiró.
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