—En cuanto un tesoro se
deja ver los tigres saltan sobre él —dije—. Banshala va a ser exprimida.
—No creo que sea tan
simple —susurró Kayla—. Ese hombre gris no nos dijo toda la verdad. Mirálo;
hace los mismos gestos, les debe estar contando la misma historia que a
nosotros. Es… manipulativo.
—Así que incluso los que
están siendo explotados quieren explotar a los demás. La naturaleza humana cada
vez se oculta menos.
Kayla se mantuvo
pensativa.
—Como lo que hice yo, ¿no?
—dijo—. ¿Eso te molesta?
Pude sentir sus ojos sobre
mí, pero no me gire hacia ella. No le quité los ojos al hombre gris. Quería
mantenerme absorto en él; evitar pensar en el sacrificio que Kayla había hecho.
Lo que habíamos perdido. El arlequín había prometido muerte, y había llegado.
Todavía podía recordar la calidez del interior del cuerpo de Annie, cuando
fuimos uno.
—No —dije al fin. No me
molestaba. En mi interior podía sentir que, si no lo hubiera hecho Kayla, yo
hubiese terminado con la vida de Annie muy pronto. Apenas podía contenerme.
Quizá la maga tendría que sentir las consecuencias.
—Se están moviendo —dijo
ella, de pronto—. Rápido, sigámoslos.
El hombre gris parecía
estar guiando a las tres personas. Los seguimos a una distancia prudente, pero
no debíamos tomar demasiadas precauciones. Todo estaba lleno de niebla. Casi
parecía vapor emanando de las casas vacías, del suelo inerte; como si un
cadáver estuviese despidiéndose de su alma. Tampoco podíamos permanecer muy
lejos, porque la aurora roja de la noche parecía disminuida dentro de Banshala.
Todo era muy oscuro.
Tras diez minutos de
caminata ellos parecieron desaparecer. Kayla abandono la prudencia y corrió
hacia donde estaban, antes de que pudiese decir nada.
La maga llego hasta el
lugar y se quedó quieta. Cuando la alcancé entendí lo que estaba viendo: el
suelo se abría en un agujero colosal con unas escaleras que descendían hasta
fundirse en negro. No se podía ver el fondo. Ese hoyo negro debía ser tan
grande como varias manzanas, y en las escaleras podían entrar media docena de
hombres. El grupo que seguíamos había
descendido por ahí.
—¿Deberíamos bajar? —dijo
Kayla—. Caminamos por varios días… necesito descanso. Quizá deberíamos explorar
bajo la luz del sol.
Pensé un poco.
—Creo adivinar… que ahí
abajo se encuentra la verdadera Banshala; su pueblo debe ser subterráneo.
—¿Lo escuchas? Ese rumor…
Parecer venir un sonido de ahí abajo.
—Creo que va a ser mejor
que bajemos ahora. No queremos perder al hombre gris.
Nos pusimos en marcha, y
pronto pudimos escuchar el repiqueteo de los pasos de aquel grupo. Bajamos la
velocidad para evitar que nos escucharan.
En la oscuridad, creía
distinguir una extraña arquitectura tallada en las paredes; era gótica y
puntiaguda, amenazante, distinta a cualquier civilización que hubiera visto. Y
a medida que bajábamos parecía deformarse más y más, dando la bienvenida a la
verdadera Banshala.
Media hora después nos
acercamos al final, y comenzamos a ver luces. Cientos de luces que iban y
venían en el fondo. Pronto nos dimos cuenta de que estábamos mirando hacia una
calle en la que transitaba una multitud; y todos parecían llevar velas.
—Mierda —dijo Kayla.
Me di cuenta muy tarde; el
grupo que seguíamos había llegado al fondo de la escalera, y se había perdido
entre la multitud. Corrimos y salimos del túnel, metiéndonos entre las personas
que andaban por una calle. Todas eran grises y parecían no fijarse en nosotros;
parecían espectros que se balanceaban en su caminata.
—Parecen tener un pie en
el mundo de los sueños —dije.
—No… un pie en el más allá
—dijo la maga.
Continuamos corriendo,
pero no había ni vista de los nobles. Reparé en las calles por primera vez, y
me asombré ante la increíble ciudad que se extendía ante mí; completamente bajo
techo, bajo un techo gigantesco que cubría esa ciudad cavernosa. Los edificios
eran como la escalera de antes; retorcidos, negros, sin ninguna pared lisa,
llenos de caños y caminos que se extendían al azar. Tuve un escalofrió.
Del techo colgaban grandes
caños que terminaban en un foco de luz, iluminando las calles. Los habitantes
parecían hacerles caso omiso, llevando velas como en un trance. Kayla miró las
luces y frunció el ceño.
—Tecnología…
—¿Hm? —dije.
—Mirála. Caños que
recubren todo el dispositivo, que ocultan todo su interior hasta terminar en el
foco que da luz; es imposible saber cómo funciona. Nos convierte en meros
espectadores. Nos quita protagonismo.
—No te entiendo…
—No importa. Yo… tampoco
lo entiendo.
Kayla parecía enojada. Se
alejó de la calle principal, de la multitud, y entró a una calle adyacente. Caminó
hasta una casa, hasta el frente de una puerta. Estiró la mano, y tras un
momento la puerta se abrió como tras un soplido de viento.
—Necesito descansar —dijo la maga—. Este lugar
va a servir.
Entramos; el edificio
tenía varios pisos, pero ese hogar solo ocupaba una planta y parecía muy pobre;
apenas estaba amueblado. No parecía haber nadie. Nos sentamos en el suelo
metálico.
—Se siente bien… estar
ocultos de la luna roja —dije.
—No. No se siente bien.
Estamos… demasiado cerca de las maquinas.
—Kayla, ¿qué estas
cazando…?
—Caballero… Va a ser mejor
que montes guardia. —La maga estaba cambiando de tema.
—¿Por qué?
—Necesito dormir primero
para ser la primera en despertar. Ya abras notado que cuando despierto… No soy
yo misma. Va a ser mejor que durante la mañana nos separemos.
—Oh, no —dijo una voz.
Nos giramos hacia la
puerta. Una personita la había abierto: el dueño de la casa había vuelto a su
hogar. Desenvainé mi espada, pero entonces reparé en su rostro: cubierto por
una capucha, el hombrecito solo mostraba un punto luminoso como ojos y un
respiradero como toda boca.
—Una máquina —dijo Kayla,
desairada.
De pronto, saltó hacia el
invitado petizo; lo aplasto contra el suelo, y él exclamó con una voz que
parecía salir de un micrófono.
—¡Silencio, máquina!
¡MÁQUINA! —chillaba la maga.
—¡Kayla! —grité, sacándola
de encima de ese hombre.
—No soy una máquina —dijo
el hombre, en un susurro. Apenas parecía molestado por lo que acababa de pasar.
No se molestó en levantarse del suelo; miraba al techo—. Veo que han entrado a
mi hogar. ¿Van a usarlo a partir de ahora? Solo les pido que sean razonables;
no soy una máquina.
—Tu rostro… —mascullé.
—Discúlpenme, por favor.
Sufrí un accidente hace algunos años. Sacarme mi respirador me causaría muchos
problemas. Discúlpenme.
Exhalé y relajé mis
músculos. El hombre no parecía estar a punto de delatarnos. Kayla parecía
seguir agitada.
—¿Estás diciendo que no te
molesta… hospedarnos? —dije.
—Molestarme… ¿cómo sería
eso? Hace mucho que no siento algo así… molestia. Hace mucho que no me molesto
en tomar decisiones. El mundo se mueve hacia delante de todas formas. Me llamo
Jakoppi; soy un testigo. Atestiguo al mundo sin participar de él. Observo sin
ser observado.
—Observás… ¿eh? —dijo
Kayla—. Entonces vas a decirnos todo lo que sabés sobre esta ciudad. Vas a
decirnos dónde encontrar maquinas.
—Oh, sí, las maquinas
—dijo el hombre—. Esas grandes maquinas del mundo exterior llegaron hace
algunos días. Todas seguían a ese hombre gigante… El que dijo que era un… ¿qué
era? Un Verdugo.
—Mierda —susurré—.
Jakoppi, nos dijeron que existe un arma en la ciudad… Las maquinas que entraron
son del imperio, están buscando esa arma. Todo está sucediendo justo como la
Serpiente debía saber que sucedería. Toda esta… discordia.
—¿Serpiente? No vi ninguna
serpiente, pero un arma… Sí, hay un arma en el Gran Mausoleo. Ahí es donde el
Verdugo se asentó. Reunieron a toda la ciudad, y nos dijeron que no nos
acercáramos al callejón del Mausoleo… Dijeron que el Verdugo está intentando
abrirlo.
—¿Por qué habría un arma
ahí?
—Nosotros no conocemos la
forma de entrar. Solo los muertos conocen la manera… Cuando alguien muere en
esta ciudad puede seguir en la Tierra hasta terminar en el Mausoleo y poder
descansar. Ahí yacen las legiones de muertos de toda la historia de Banshala.
No es extraño que los extranjeros quieran hacerse con todo ese poder… Con todo
ese ejército.
“El pasado puede devorar el
presente,” pensé.
—¿Y sus máquinas? Hablanos
de sus máquinas —dijo la maga.
—Creo que se encargan de
recoger comida para el Verdugo mientras él intenta abrir la puerta. Dígame,
señorita, ¿odia a las máquinas?
—C-Creo que tienen que ser
destruidas.
—Eso es fascinante;
fascinante. Pero, ¿qué es la fascinación? Hace tanto que no la siento. Dígame,
¿le importaría discutirlo conmigo? Para mí sería un placer; quiero lograr
entender.
Kayla se mantuvo en
silencio por largos momentos. Parecía estar luchando contra sus propios
pensamientos. Al final, levantó la mirada.
—A mí… Me llegan
reflexiones que no puedo controlar. Lecciones que ni siquiera entiendo.
Creencias implantadas. Ciertas palabras… Poiesis, Aletehia, Gestell…
—Ah, sí, sí. Ya las
escuché antes; las estudié. Cuando la tecnología empezó a aparecer, ¿qué era?
—Un… Un medio para un fin,
para la actividad humana. La esencia de la tecnología debe ser el revelar… el
convertir el no-ser a ser.
—Precisamente. Llamemos a
esto Poiesis: el florecer de la flor, el salir de una mariposa de su capullo,
la caída de una cascada cuando la nieve comienza a derretirse. La tecnología
debe hacer que lo oculto vaya hacia la luz; debe ser Aletehia, verdad. La
verdad tiene todo que ver con la esencia de la tecnología, porque la tecnología
es un medio para revelar la verdad. Va por ahí, ¿no?
—P-Pero la tecnología
avanzó, y se crearon las máquinas, que difieren de la Poiesis. La tecnología
moderna se basa en la física moderna para ser una ciencia exacta; no busca
revelar, sino desafiar. La tecnología cambia el curso de los ríos, convierte
árboles en papel mientras el hombre no tiene más que hacer que esperar. El
hombre adopta una postura de reserva. El nuevo nombre de la tecnología es
Gestell; lo que enmarca. El hombre dejó de actualizarse, de buscar una verdad
más primal, porque la tecnología lo enmarca y cada vez le deja menos espacio.
Las maquinas cada vez se parecen más a los hombres y la diferencia cada vez es
menos nítida. El mundo está siendo fracturado entre lo real y lo artificial, y
lo artificial gana cada vez más territorio. A medida que la ciencia crece lo
divino declina; el mundo se desdeifica.
—Sí, había escuchado esa teoría —dijo
Jakoppi—. Pero me encantaría discutírtela. Solo le estas dando otro nombre a
ideas muy antiguas; en las eras de los antiguos dioses se creía en la idea del
dios engañoso o embustero; algunos lo llamaban el Diablo, pero la idea siempre
presente es que no tenemos total responsabilidad por nuestras acciones; que
siempre hay una fuerza negativa que nos influencia y contra la cual tenemos que
resistirnos. Se ve que llamas al dios embustero “tecnología”; le quitas
identidad, no tiene rostro, no tiene culpable. No existe tal cosa como una era
romántica donde los humanos coexistían con la tecnología con “mayor humanidad.”
Los primeros registros escritos que existen cuentan granos, deudas, impuestos.
La tecnología siempre cambia la forma en que se relacionan los humanos; es
inherente.
—¡NO! —rugió Kayla—. La
tecnología antigua no exasperaba la situación, pero la actual sí lo hace. El
momento en que las maquinas adquirieron consciencia dejaron de ser una entidad
sin rostro; ahora son un pueblo que puede hablar por sí mismo. Y deben ser
detenidas antes de que nos quiten todo el ímpetu de la vida. Al menos… Eso es
lo me dijeron… Alguna vez…
Los observé a los dos en
silencio. Quizá Jakoppi tenía razón; todos tenían un nombre distinto para su
Dios Embustero. Quizás el mío era Serpiente.
—Por cierto… —dijo
Jakoppi—. El pueblo había enviado a alguien para que buscara ayuda del
exterior… ¿Acaso son ustedes? ¿Van a ayudarnos?
Recordé al hombre gris
hablando con los nobles; no éramos los únicos.
—Es posible —dije—. Todo
esto fue causado por la Serpiente. Podría ser mi deber detenerlo.
—Si es así, ¿puedo ir con
ustedes? La vida en Banshala es una vida gris, pero ustedes son coloridos,
estimulantes, del exterior. Quiero presenciar muchas experiencias nuevas. Y en
vos, caballero, veo un color en especial… Una franja roja. Te veo manchado de
sangre.
Kayla suspiró.
—Mirá, vas a dejar que nos
quedemos acá, ¿no? Mientras no armes problemas vamos a estar bien. Podemos
arreglar los detalles después… Ahora solo necesito dormir.
—Sí, sí. Pueden usar mi
cama. Compartir las frazadas entre ustedes. No me importa usar el suelo.
Nos acomodamos alrededor
del pequeño cuarto, dividiéndonos las frazadas. Kayla se acostó en el colchón
sin preguntármelo. No tenía energías para discutir. Había sido una larga
caminata hasta Banshala… Pero por fin estábamos ahí.
Cuando volví a abrir los
ojos habían pasado muchas horas. El cuarto
era igual de oscuro que durante la noche, y no había nadie en él. Ni Kayla ni
Jakoppi estaban ahí. Abrí la puerta y miré la calle; se veía tan oscura como
antes. La única diferencia estaba en el techo de esa tumba; podía ver rayos de
luz solar entrando en ciertos lugares. Los caminantes grises ya no llevaban
velas.
Salí de la casa y empecé a
andar por esas calles siniestras. Los hombres grises no parecían notarme. Solté
un insulto; ¿por qué se había ido Kayla? No debíamos separarnos. Pero no podía
perder tiempo; tenía que intentar encontrar ese Gran Mausoleo. Kayla debía
haber pensado algo similar; no había tiempo que perder.
Continué andando por
varios minutos hasta que la multitud me hizo empezar a perder la orientación;
todos los ciudadanos se mesclaban, parecían arrastrarme en su corriente. Por el
borde del ojo me pareció ver un color distinto, una persona que destacaba entre
la muchedumbre, pero el mareo le quitó importancia. No caí en la cuenta hasta
que fue demasiado tarde. Me di vuelta y vi al noble acercándose hacia mí; ya
estaba muy cerca. Era uno de los hombres que había visto en la entrada de la
ciudad. Llevé una mano a mi espada, pero el noble ya había apuntado su lanza
contra mí.
—Vos. Sos el caballero de Dornwich,
¿no?
—Ay, mierda. ¿El imperio
ya está enterado? —dije.
—¿Cómo no íbamos a
hacerlo? No hubo sobrevivientes.
—Excepto yo.
—Voy a necesitar que me
digas todo lo que sabés. Vení conmigo.
—No… De hecho… Tengo un
deber que cumplir. Quizá vos debas venir conmigo. Estoy buscando el Mausoleo.
—Sí… escuche eso. —El
noble no quitaba la lanza de mi cara—. Mirá, nadie cree que sos responsable de
lo que paso en Dornwich. Todos queremos atrapar al responsable. ¿Fue un
asesino?
—N-No… No sé —balbuceé.
Era la primera vez que me permitía pensar en eso en mucho tiempo—. Creo… que
fue un demonio. Los mató a todos. Tengo que pararlo… A la Serpiente…
—¿De qué estás hablando…?
No podía soportar más ese
recuerdo. Di un paso adelante, y mi armadura chocó contra la lanza.
—No quiero perder tiempo.
Voy a avanzar. Que esa lanza no esté en mi camino.
—No te lo recomiendo,
amigo. Los campesinos como vos deberían arrodillarse ante sus superiores. Si
das un paso más mi filo te va a perforar.
Estaba transpirando; mi
mano temblaba.
—Tengo que parar a la
Serpiente… Tengo que parar al Verdugo. Por favor; vení conmigo.
—Eh…
—Por favor. Tomá la
decisión correcta.
Y di un paso hacia
adelante.
No hay comentarios :
Publicar un comentario