viernes, 7 de junio de 2019

Gamma — 11 — Morr

Observamos a los tres visitantes que habían aprovechado nuestro sacrificio para entrar detrás de nosotros. Parecían ser un par de nobles, quizá una pareja casada, con un sirviente. Un grupo de nobles en medio del desierto… debía ser el imperio. Entonces el hombre gris no había mentido; el imperio estaba detrás de Banshala ahora que había sido revelada.
—En cuanto un tesoro se deja ver los tigres saltan sobre él —dije—. Banshala va a ser exprimida.
—No creo que sea tan simple —susurró Kayla—. Ese hombre gris no nos dijo toda la verdad. Mirálo; hace los mismos gestos, les debe estar contando la misma historia que a nosotros. Es… manipulativo.
—Así que incluso los que están siendo explotados quieren explotar a los demás. La naturaleza humana cada vez se oculta menos.
Kayla se mantuvo pensativa.
—Como lo que hice yo, ¿no? —dijo—. ¿Eso te molesta?
Pude sentir sus ojos sobre mí, pero no me gire hacia ella. No le quité los ojos al hombre gris. Quería mantenerme absorto en él; evitar pensar en el sacrificio que Kayla había hecho. Lo que habíamos perdido. El arlequín había prometido muerte, y había llegado. Todavía podía recordar la calidez del interior del cuerpo de Annie, cuando fuimos uno.
—No —dije al fin. No me molestaba. En mi interior podía sentir que, si no lo hubiera hecho Kayla, yo hubiese terminado con la vida de Annie muy pronto. Apenas podía contenerme. Quizá la maga tendría que sentir las consecuencias.
—Se están moviendo —dijo ella, de pronto—. Rápido, sigámoslos.
El hombre gris parecía estar guiando a las tres personas. Los seguimos a una distancia prudente, pero no debíamos tomar demasiadas precauciones. Todo estaba lleno de niebla. Casi parecía vapor emanando de las casas vacías, del suelo inerte; como si un cadáver estuviese despidiéndose de su alma. Tampoco podíamos permanecer muy lejos, porque la aurora roja de la noche parecía disminuida dentro de Banshala. Todo era muy oscuro.
Tras diez minutos de caminata ellos parecieron desaparecer. Kayla abandono la prudencia y corrió hacia donde estaban, antes de que pudiese decir nada.
La maga llego hasta el lugar y se quedó quieta. Cuando la alcancé entendí lo que estaba viendo: el suelo se abría en un agujero colosal con unas escaleras que descendían hasta fundirse en negro. No se podía ver el fondo. Ese hoyo negro debía ser tan grande como varias manzanas, y en las escaleras podían entrar media docena de hombres.  El grupo que seguíamos había descendido por ahí.
—¿Deberíamos bajar? —dijo Kayla—. Caminamos por varios días… necesito descanso. Quizá deberíamos explorar bajo la luz del sol.
Pensé un poco.
—Creo adivinar… que ahí abajo se encuentra la verdadera Banshala; su pueblo debe ser subterráneo.
—¿Lo escuchas? Ese rumor… Parecer venir un sonido de ahí abajo.
—Creo que va a ser mejor que bajemos ahora. No queremos perder al hombre gris.
Nos pusimos en marcha, y pronto pudimos escuchar el repiqueteo de los pasos de aquel grupo. Bajamos la velocidad para evitar que nos escucharan.
En la oscuridad, creía distinguir una extraña arquitectura tallada en las paredes; era gótica y puntiaguda, amenazante, distinta a cualquier civilización que hubiera visto. Y a medida que bajábamos parecía deformarse más y más, dando la bienvenida a la verdadera Banshala.
Media hora después nos acercamos al final, y comenzamos a ver luces. Cientos de luces que iban y venían en el fondo. Pronto nos dimos cuenta de que estábamos mirando hacia una calle en la que transitaba una multitud; y todos parecían llevar velas.
—Mierda —dijo Kayla.
Me di cuenta muy tarde; el grupo que seguíamos había llegado al fondo de la escalera, y se había perdido entre la multitud. Corrimos y salimos del túnel, metiéndonos entre las personas que andaban por una calle. Todas eran grises y parecían no fijarse en nosotros; parecían espectros que se balanceaban en su caminata.
—Parecen tener un pie en el mundo de los sueños —dije.
—No… un pie en el más allá —dijo la maga.
Continuamos corriendo, pero no había ni vista de los nobles. Reparé en las calles por primera vez, y me asombré ante la increíble ciudad que se extendía ante mí; completamente bajo techo, bajo un techo gigantesco que cubría esa ciudad cavernosa. Los edificios eran como la escalera de antes; retorcidos, negros, sin ninguna pared lisa, llenos de caños y caminos que se extendían al azar. Tuve un escalofrió.
Del techo colgaban grandes caños que terminaban en un foco de luz, iluminando las calles. Los habitantes parecían hacerles caso omiso, llevando velas como en un trance. Kayla miró las luces y frunció el ceño.
—Tecnología…
—¿Hm? —dije.
—Mirála. Caños que recubren todo el dispositivo, que ocultan todo su interior hasta terminar en el foco que da luz; es imposible saber cómo funciona. Nos convierte en meros espectadores. Nos quita protagonismo.
—No te entiendo…
—No importa. Yo… tampoco lo entiendo.
Kayla parecía enojada. Se alejó de la calle principal, de la multitud, y entró a una calle adyacente. Caminó hasta una casa, hasta el frente de una puerta. Estiró la mano, y tras un momento la puerta se abrió como tras un soplido de viento.
 —Necesito descansar —dijo la maga—. Este lugar va a servir.
Entramos; el edificio tenía varios pisos, pero ese hogar solo ocupaba una planta y parecía muy pobre; apenas estaba amueblado. No parecía haber nadie. Nos sentamos en el suelo metálico.
—Se siente bien… estar ocultos de la luna roja —dije.
—No. No se siente bien. Estamos… demasiado cerca de las maquinas.
—Kayla, ¿qué estas cazando…?
—Caballero… Va a ser mejor que montes guardia. —La maga estaba cambiando de tema.
—¿Por qué?
—Necesito dormir primero para ser la primera en despertar. Ya abras notado que cuando despierto… No soy yo misma. Va a ser mejor que durante la mañana nos separemos.
—Oh, no —dijo una voz.
Nos giramos hacia la puerta. Una personita la había abierto: el dueño de la casa había vuelto a su hogar. Desenvainé mi espada, pero entonces reparé en su rostro: cubierto por una capucha, el hombrecito solo mostraba un punto luminoso como ojos y un respiradero como toda boca.
—Una máquina —dijo Kayla, desairada.
De pronto, saltó hacia el invitado petizo; lo aplasto contra el suelo, y él exclamó con una voz que parecía salir de un micrófono.
—¡Silencio, máquina! ¡MÁQUINA! —chillaba la maga.
—¡Kayla! —grité, sacándola de encima de ese hombre.
—No soy una máquina —dijo el hombre, en un susurro. Apenas parecía molestado por lo que acababa de pasar. No se molestó en levantarse del suelo; miraba al techo—. Veo que han entrado a mi hogar. ¿Van a usarlo a partir de ahora? Solo les pido que sean razonables; no soy una máquina.
—Tu rostro… —mascullé.
—Discúlpenme, por favor. Sufrí un accidente hace algunos años. Sacarme mi respirador me causaría muchos problemas. Discúlpenme.
Exhalé y relajé mis músculos. El hombre no parecía estar a punto de delatarnos. Kayla parecía seguir agitada.
—¿Estás diciendo que no te molesta… hospedarnos? —dije.
—Molestarme… ¿cómo sería eso? Hace mucho que no siento algo así… molestia. Hace mucho que no me molesto en tomar decisiones. El mundo se mueve hacia delante de todas formas. Me llamo Jakoppi; soy un testigo. Atestiguo al mundo sin participar de él. Observo sin ser observado.
—Observás… ¿eh? —dijo Kayla—. Entonces vas a decirnos todo lo que sabés sobre esta ciudad. Vas a decirnos dónde encontrar maquinas.
—Oh, sí, las maquinas —dijo el hombre—. Esas grandes maquinas del mundo exterior llegaron hace algunos días. Todas seguían a ese hombre gigante… El que dijo que era un… ¿qué era? Un Verdugo.
—Mierda —susurré—. Jakoppi, nos dijeron que existe un arma en la ciudad… Las maquinas que entraron son del imperio, están buscando esa arma. Todo está sucediendo justo como la Serpiente debía saber que sucedería. Toda esta… discordia.
—¿Serpiente? No vi ninguna serpiente, pero un arma… Sí, hay un arma en el Gran Mausoleo. Ahí es donde el Verdugo se asentó. Reunieron a toda la ciudad, y nos dijeron que no nos acercáramos al callejón del Mausoleo… Dijeron que el Verdugo está intentando abrirlo.
—¿Por qué habría un arma ahí?
—Nosotros no conocemos la forma de entrar. Solo los muertos conocen la manera… Cuando alguien muere en esta ciudad puede seguir en la Tierra hasta terminar en el Mausoleo y poder descansar. Ahí yacen las legiones de muertos de toda la historia de Banshala. No es extraño que los extranjeros quieran hacerse con todo ese poder… Con todo ese ejército.
“El pasado puede devorar el presente,” pensé.
—¿Y sus máquinas? Hablanos de sus máquinas —dijo la maga.
—Creo que se encargan de recoger comida para el Verdugo mientras él intenta abrir la puerta. Dígame, señorita, ¿odia a las máquinas?
—C-Creo que tienen que ser destruidas.
—Eso es fascinante; fascinante. Pero, ¿qué es la fascinación? Hace tanto que no la siento. Dígame, ¿le importaría discutirlo conmigo? Para mí sería un placer; quiero lograr entender.
Kayla se mantuvo en silencio por largos momentos. Parecía estar luchando contra sus propios pensamientos. Al final, levantó la mirada.
—A mí… Me llegan reflexiones que no puedo controlar. Lecciones que ni siquiera entiendo. Creencias implantadas. Ciertas palabras… Poiesis, Aletehia, Gestell…
—Ah, sí, sí. Ya las escuché antes; las estudié. Cuando la tecnología empezó a aparecer, ¿qué era?
—Un… Un medio para un fin, para la actividad humana. La esencia de la tecnología debe ser el revelar… el convertir el no-ser a ser.
—Precisamente. Llamemos a esto Poiesis: el florecer de la flor, el salir de una mariposa de su capullo, la caída de una cascada cuando la nieve comienza a derretirse. La tecnología debe hacer que lo oculto vaya hacia la luz; debe ser Aletehia, verdad. La verdad tiene todo que ver con la esencia de la tecnología, porque la tecnología es un medio para revelar la verdad. Va por ahí, ¿no?
—P-Pero la tecnología avanzó, y se crearon las máquinas, que difieren de la Poiesis. La tecnología moderna se basa en la física moderna para ser una ciencia exacta; no busca revelar, sino desafiar. La tecnología cambia el curso de los ríos, convierte árboles en papel mientras el hombre no tiene más que hacer que esperar. El hombre adopta una postura de reserva. El nuevo nombre de la tecnología es Gestell; lo que enmarca. El hombre dejó de actualizarse, de buscar una verdad más primal, porque la tecnología lo enmarca y cada vez le deja menos espacio. Las maquinas cada vez se parecen más a los hombres y la diferencia cada vez es menos nítida. El mundo está siendo fracturado entre lo real y lo artificial, y lo artificial gana cada vez más territorio. A medida que la ciencia crece lo divino declina; el mundo se desdeifica.
 —Sí, había escuchado esa teoría —dijo Jakoppi—. Pero me encantaría discutírtela. Solo le estas dando otro nombre a ideas muy antiguas; en las eras de los antiguos dioses se creía en la idea del dios engañoso o embustero; algunos lo llamaban el Diablo, pero la idea siempre presente es que no tenemos total responsabilidad por nuestras acciones; que siempre hay una fuerza negativa que nos influencia y contra la cual tenemos que resistirnos. Se ve que llamas al dios embustero “tecnología”; le quitas identidad, no tiene rostro, no tiene culpable. No existe tal cosa como una era romántica donde los humanos coexistían con la tecnología con “mayor humanidad.” Los primeros registros escritos que existen cuentan granos, deudas, impuestos. La tecnología siempre cambia la forma en que se relacionan los humanos; es inherente.
—¡NO! —rugió Kayla—. La tecnología antigua no exasperaba la situación, pero la actual sí lo hace. El momento en que las maquinas adquirieron consciencia dejaron de ser una entidad sin rostro; ahora son un pueblo que puede hablar por sí mismo. Y deben ser detenidas antes de que nos quiten todo el ímpetu de la vida. Al menos… Eso es lo me dijeron… Alguna vez…
Los observé a los dos en silencio. Quizá Jakoppi tenía razón; todos tenían un nombre distinto para su Dios Embustero. Quizás el mío era Serpiente.
—Por cierto… —dijo Jakoppi—. El pueblo había enviado a alguien para que buscara ayuda del exterior… ¿Acaso son ustedes? ¿Van a ayudarnos?
Recordé al hombre gris hablando con los nobles; no éramos los únicos.
—Es posible —dije—. Todo esto fue causado por la Serpiente. Podría ser mi deber detenerlo.
—Si es así, ¿puedo ir con ustedes? La vida en Banshala es una vida gris, pero ustedes son coloridos, estimulantes, del exterior. Quiero presenciar muchas experiencias nuevas. Y en vos, caballero, veo un color en especial… Una franja roja. Te veo manchado de sangre.
Kayla suspiró.
—Mirá, vas a dejar que nos quedemos acá, ¿no? Mientras no armes problemas vamos a estar bien. Podemos arreglar los detalles después… Ahora solo necesito dormir.
—Sí, sí. Pueden usar mi cama. Compartir las frazadas entre ustedes. No me importa usar el suelo.
Nos acomodamos alrededor del pequeño cuarto, dividiéndonos las frazadas. Kayla se acostó en el colchón sin preguntármelo. No tenía energías para discutir. Había sido una larga caminata hasta Banshala… Pero por fin estábamos ahí.

Cuando volví a abrir los ojos habían pasado muchas horas. El cuarto era igual de oscuro que durante la noche, y no había nadie en él. Ni Kayla ni Jakoppi estaban ahí. Abrí la puerta y miré la calle; se veía tan oscura como antes. La única diferencia estaba en el techo de esa tumba; podía ver rayos de luz solar entrando en ciertos lugares. Los caminantes grises ya no llevaban velas.
Salí de la casa y empecé a andar por esas calles siniestras. Los hombres grises no parecían notarme. Solté un insulto; ¿por qué se había ido Kayla? No debíamos separarnos. Pero no podía perder tiempo; tenía que intentar encontrar ese Gran Mausoleo. Kayla debía haber pensado algo similar; no había tiempo que perder.
Continué andando por varios minutos hasta que la multitud me hizo empezar a perder la orientación; todos los ciudadanos se mesclaban, parecían arrastrarme en su corriente. Por el borde del ojo me pareció ver un color distinto, una persona que destacaba entre la muchedumbre, pero el mareo le quitó importancia. No caí en la cuenta hasta que fue demasiado tarde. Me di vuelta y vi al noble acercándose hacia mí; ya estaba muy cerca. Era uno de los hombres que había visto en la entrada de la ciudad. Llevé una mano a mi espada, pero el noble ya había apuntado su lanza contra mí.
—Vos. Sos el caballero de Dornwich, ¿no?
—Ay, mierda. ¿El imperio ya está enterado? —dije.
—¿Cómo no íbamos a hacerlo? No hubo sobrevivientes.
—Excepto yo.
—Voy a necesitar que me digas todo lo que sabés. Vení conmigo.
—No… De hecho… Tengo un deber que cumplir. Quizá vos debas venir conmigo. Estoy buscando el Mausoleo.
—Sí… escuche eso. —El noble no quitaba la lanza de mi cara—. Mirá, nadie cree que sos responsable de lo que paso en Dornwich. Todos queremos atrapar al responsable. ¿Fue un asesino?
—N-No… No sé —balbuceé. Era la primera vez que me permitía pensar en eso en mucho tiempo—. Creo… que fue un demonio. Los mató a todos. Tengo que pararlo… A la Serpiente…
—¿De qué estás hablando…?
No podía soportar más ese recuerdo. Di un paso adelante, y mi armadura chocó contra la lanza.
—No quiero perder tiempo. Voy a avanzar. Que esa lanza no esté en mi camino.
—No te lo recomiendo, amigo. Los campesinos como vos deberían arrodillarse ante sus superiores. Si das un paso más mi filo te va a perforar.
Estaba transpirando; mi mano temblaba.
—Tengo que parar a la Serpiente… Tengo que parar al Verdugo. Por favor; vení conmigo.
—Eh…
—Por favor. Tomá la decisión correcta.
Y di un paso hacia adelante.

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