viernes, 7 de junio de 2019

Gamma — 6 — Kayla


Atada a un extremo de mi bastón llevaba plegada una bandera. Un pequeño estandarte derruido, como fiel reflejo del laboratorio donde había nacido.
Defendía la vida porque era sagrada. Pero en pos de defender la vida, ninguna vida era sagrada. Si había una vida a defender, era la mía.
Llevaba conmigo la marca para eliminar a las máquinas. Y cada vez que dormía, despertaba con férreas ganas de lograr mi cometido.
Sin somnolencia, me puse de pie cuando escuché pasos acercándose. A la luz del fuego vi su cabello rubio brillar. La tumbé contra el piso y comprimí su garganta como si se tratara de arcilla mojada. Ella se intentaba quejar, pero mi presión aplacaba tanto su cuello que apenas podía toser. Esa noche no había sentido el olor al laurel; aquella mujer había interrumpido mis horas de descanso. Como consecuencia de no haber cumplido el ciclo correctamente, todavía encontraba vestigios de la playa de transición en mi cabeza. La fuerza de mis brazos se resquebrajó cuando recordé la arena. Y terminó de flaquear cuando sentí la baba tibia de aquella voz al costado de mi oído.

El sonido del roce de una armadura se distinguió entre el viento del desierto. Me hizo volver en sí. Dejé a la mujer, y salté detrás de la fogata. La mujer empezó a respirar de a bocanadas mientras tosía y se incorporaba. Retrocedía hacia atrás, buscando hacer tope con el cuerpo del caballero que venía corriendo atrás. El caballero gritó. Su voz profunda me irritó bastante.
—No tengo misericordia, viajeros.
—¡Solo buscamos pasar, demente! Pensamos que necesitabas ayuda.
Atraje hacia mí el bastón, usando magia.
—No necesito ayuda de nadie como ustedes. ¿Quién es esa puta que te acompaña?
No esperé que respondiera. Lancé una ráfaga de viento que lo tomó por sorpresa y su espada se perdió entre la arena.
—Dejá a la chica y andate, pedazo de mierda. No me interesa saber sus intenciones —dije. La piel de la chica parecía tersa y tierna. El canibalismo no era mi favorito, pero hacía bastante que no comía carne.
—¡No! —se apresuró a gritar el caballero—. Ella viene conmigo. Vamos hacia la ciudad oculta.
Me descolocó por completo. Sabía muy bien qué significa el sol rojo. Llevaba dando vueltas en círculos por demasiado tiempo.
—Ahora sí podemos hablar —le dije, guardando el bastón—. ¿Sabés llegar hasta allá?
Él miró a la débil mujer y después giró la cabeza en mi dirección. Asintió muy despacio y después de unos segundos volvió a hablar:
—Sí, sé llegar.
Una brújula. ¿Cuánto tiempo había dado vueltas en círculos? Recorriendo desiertos, buscando el origen de las máquinas. A sus Dioses. Tenía que hacer que valiera la pena. El sol rojo marcaba el traspaso. Una transición, como la mía en la playa de blanco y negro.
Miré al cielo para encontrarme con que estaba amaneciendo. Odiaba que interrumpieran mi descanso, pero no iba a poder volver a dormir. Insistí en seguir con la caminata. Todavía no confiaba ni un poco en esos dos, pero no podía desperdiciar la chance.
El caballero marcó la dirección y caminamos. Me mantuve en silencio, mirando de a ratos cuanto se parecía mi pelo al de aquella chica.

No hay comentarios :

Publicar un comentario