jueves, 6 de junio de 2019

Gamma — 2 — Crove


—¿Estás seguro que continuó al desierto? —le pregunte al vendedor mientras terminaba de llenar mi bolsa con la carne seca.
Su respuesta no fue más que un gruñido afirmativo mientras me tiraba la bolsa llena.
—¿Algo más? —preguntó toscamente.
No me diría más, ya había sido un reto sacarle lo poco que había dicho, pero no necesitaba más, era el tercero en mencionarlo, confirmaban mis sospechas, el caballero continuaba su búsqueda.
—No —dije, poniendo el frasco en la mesa. Tome la bolsa mientras el abría el frasco, no sé qué usarían de moneda por acá en estos momentos, pero el aceite siempre era buscado.
—Gracias, señor, vuelva cuando lo desee. —Ahora una sonrisa en su rostro, luego de haber olido el contenido del frasco; cualquier tipo de aceite lo era.
Guardé la bolsa en la mochila que colgaba del caballo y tomé sus riendas. “Golpes” era su nombre; me había servido bien, pero no sobreviviría el desierto. El sol llegaba a la mitad de su recorrido, aun rojo. Si salía de una vez podría alcanzarlo antes de una semana. Menos tal vez.
Genshi, el ultimo pueblo antes del desierto lo llamaban; más bien el primero dentro de él. Apenas y podía llamarse un pueblo; un par de decenas de edificaciones de barro suponían su centro. Con el sol arriba y el calor aumentando, el pueblo estaba prácticamente desolado, con cualquier persona cuerda ocultándose en la sombra. Si podías llamar cuerdo a alguien que viviera en este lugar.
Terminaba el camino cuando de pronto un hombre se arrodilló frente a mí, arrodillado ante el imperio.
—Mi señor, soy un fiel siervo de la torre, fiel al imperio, fiel a los príncipes, vivo para obedecerlo, sigo su palabra. —Tropezaba con las palabras, pero había fervor en su voz. Debí quitarme el anillo.
—Levantate, siervo. Decime tu nombre. —El hombre se congelo a medio pararse antes de responder.
—T-Tord, mi señor.
—¿Qué haces en este lugar, siervo? —No esperaba encontrar a un hermano, no tan lejos del imperio.
—V-Vivo acá mi señor, este es mi hogar, ahora. —¿Desterrado, tal vez? No importaba ahora.
De pronto el hombre volvió al suelo, su voz un lamento.
—Oh, mi señor, lamento no tener nada que ofrecer, solo mi cuerpo y mente puedo dar.
Podría ser útil, pero no a la vista de todos. Tal vez la discreción ya no sería posible pero no debía actuar como un idiota.
—Levantate, siervo, no me hagas decirlo de nuevo. —Como un resorte el hombre se levantó, su rostro rojo—. ¿Cómo sabés qué soy?
—F-fui parte de la torre. Antes de morir —Lo último un susurro, sú, había sido desterrado ¿Era este lugar parte de su castigo o elección propia? No importaba, podía usarlo.
—Necesito información siervo, en privado.
—S-Si mi señor desea guiarme, vivo cerca, hacia allá.
Con el hombre a mis espaldas y siguiendo sus instrucciones empecé a caminar.
—¿Qué podés decirme del lugar?
—Genshi es un pequeño asentamiento sin líder mi señor, no hay cohesión entre la gente, no hay ninguna semblanza de orden, lo más parecido que hay es…
—No estoy interesado en asuntos de política, siervo. ¿Qué me podés decir del desierto?
—No sé mucho sobre él, mi señor. Muy pocos entran y menos salen. Los que entran lo hacen por las maquinas. A veces llegan grupos de más allá del horizonte, traen algunas cosas y compran otras, no comentan mucho antes de partir. ¿M-mi señor desea entrar a él?
—¿Qué hay de los reflejos?
—Los arlequines no nos molestan, no se acercan a tanta gente. Ellos… evitaran a alguien como usted.
Hubo silencio por unos minutos.
—¿Qué hay del sol? ¿Cuándo cambiara?
—N-no sé, nadie lo sabe. A veces dura unos días, otras veces dura unas semanas… lo siento, mi señor —El ciclo era diferente en este lugar.
Unos minutos después me encontraba frente a una pequeña casa de barro. Un taller techado se extendía a un lado.
—Necesito papel, siervo. —El hombre asintió y retrocedió hasta entrar a su casa, la mirada en el suelo en todo momento. Serviría. Dejé a Golpes, y saqué mi piedra de la mochila. La sombra dentro del taller se veía acogedora.
Una guadaña se encontraba recostada en la entrada del pequeño taller. ¿Trabajaba la tierra? Tonto, no en ese lugar. Adentro la sombra poco hacía para disminuir el calor. Un bloque de metal se encontraba a un lado, junto a un martillo y una hoz. Tal vez era herrero. No, un herrero no terminaría en ese lugar. Además del bloque un estante estaba lleno de diversas herramientas de metal ¿Tal vez un aprendiz?
El hombre salió de su casa, asustado al no encontrarme afuera.
—El p-papel mi señor. —Volvió al suelo, sus manos extendidas con un trozo de papel en ellas. Ahora que el sol no me cegaba pude ver su rostro. Joven, muy joven. Sí, un aprendiz de herrero, eso tenía sentido.
Con mi piedra en mano y el bloque como mesa, empecé a escribir, unos cuantos trazos y estaba listo, simple, ella siempre le gustaba simple.
—Necesito que hagas algo, siervo. —El hombre seguía arrollado—. Y levantate de una buena vez.
—Lo que mi señor quiera. —El temor, visible en su voz.
—Necesito que entregues esto. —Puse la carta doblada sobre sus manos.
—¿A dónde mi señor? —Sus piernas temblaban cuando le respondí—. S-Sí, mi señor, voy a partir de una vez —Rápidamente entro de nuevo a su casa.
Salí a tomar mis cosas de Golpes: mi mochila y mi lanza, Kadere. Unos minutos después salió el hombre de nuevo. Una bolsa colgaba de sus hombros. Ocultaba su temor de manera resignada.
—Siervo, tomá, lo necesitaras.
Al ver las riendas en mi mano se volvió a echar al suelo.
—Oh, mi señor, gracias, mi señor es muy generoso, gracias, gracias. —El temor completamente desaparecido de su rostro. Se levantó rápidamente, esperaba que fuera la última vez.
—Recuerda, solo para ella esa carta, nadie más. —Puse las riendas en su mano.
—Sí, mi señor —La protegería con su vida, probablemente protegería al caballo con su vida.
—Su nombre era Golpes —dije mientras se montaba sobre el caballo—. Regresa a casa, Tord.
Con una sonrisa oculta en el rostro, Tord partió de Genshi. Nadie merecía vivir en este lugar.
Con mi mochila al hombro y Kadere en mi mano salí de Genshi y entré al desierto. Ninguna persona normal trataría de atravesarlo, pero sé que él lo haría. Con un trapo cubierto de aceite en mi cabeza empecé a recorrer el desierto; el aceite evitaba que mi cerebro se cocinara, pero no hacía nada para el resto de mi cuerpo. De pronto una sonrisa apareció en mi rostro. Él lo haría con la armadura puesta.
Los reflejos no tardaron en aparecer. Al primer día uno apareció frente a mí, con una sonrisa en su rostro, un arlequín. Camino hacia mi hasta que sintió lo que llevaba. Su sonrisa se tornó en una muesca de repulsión y se detuvo, rodeando para no acercarse más a mí.
—¡El que buscas ya se fue! —gritó el arlequín. Eso no podía ser. Me voltee y lo mire fijamente—. El que buscas ya se fue de este lugar —dijo, antes de voltearse y correr. Eso era mejor.
Otros aparecieron después, pero se conformaban con mirar.
En el tercer día encontré su rastro. Iba a caballo, pero estaba seguro que era él. Las huellas eran viejas, pero se podían seguir. No debía tener un día de antigüedad. Esa misma noche vi un pueblo a la distancia. Estaba abandonado, pero él había entrado.
Había encontrado a alguien, su rastro entraba a una casa —ahora estaba seguro, era él—, pero dos salían. ¿Venía a buscar a alguien, tal vez? Dentro de la casa no había ninguna pista. Tres cuerpos se encontraban dentro, no eran humanos. Podía ver los rastros de una pelea. Salí rápidamente. Volví a seguir sus huellas; ahora no podía parar a descansar. Continué bajo la luz roja de la luna; esos cuerpos no tendrían más de un par de días. Ahora seguía dos rastros, él y la mujer. Estaba seguro que era una mujer.
Al día siguiente encontré el caballo muerto.
Al sexto día había tres rastros.


Continuar

No hay comentarios :

Publicar un comentario