domingo, 18 de mayo de 2014

Dos Noches de Verano — 28 — Nick: Subir al techo

>Nick: Subir al techo.


—Tenemos que subir.
Todos nos miramos.
Clay, Clara, Croft y yo. Solo éramos nosotros; la habitación estaba a oscuras, y frente a nosotros estaba la escalera que indicaba nuestro camino.
—Todo esto es inevitable. Caemos en lo que se predijo una y otra vez —murmuró Clara, agazapada en ella misma—. No quiero seguir avanzando.
Pensé en acercarme a ella, pero miré la escalera y luego a ella. Agarrándose las piernas, bajando la cabeza. ¿Qué podía decirle? Yo, también, me había rendido al destino. El abrelatas de Henry refulgía en la distancia, brillante, agarrado con desesperada firmeza.
Me giré hacia el resto, que me miraban en silencio. Sus rostros, manchas negras, no me trasmitían nada. Nada estaba trasmitiéndome algo.
En ecos, como difusos, llegaban sonidos del caos de afuera. Los pájaros cazando a la multitud; sonidos de muerte y siega bajo la lluvia. Vaya juego les era todo.
Para ellos todo estaba a su disposición. Mire hacia arriba, hacia el monstruo ahí subido… Hacia los monstruos que estaban conduciéndolo todo… Actuando solo con tal de destruir.
Y quise llorar; llorar por lo que nos había pasado y lo que nos tocaba experimentar. Por esa vida en la que estábamos. Pero no pude. Adelante. El único camino que quedaba ahora era el adelante.
Decidí acercarme a Clara, mientras Clay sacaba su pistola; él ya estaba decidido.
Solo me paré frente a ella. Sin decir nada, sin hacer nada más. Como habiéndonos comunicado, ella también se paró, eventualmente. Nuestras actitudes cambiaban de un momento a otro, arrastradas. Yo me había resignado a este hecho también. Apenas éramos un puñado de personas atrapadas en el gran esquema. No podían esperarse más de nosotros. No éramos más que carne para el matadero.
Pero huir no era una opción en ese momento. No había nada para nosotros afuera; la salvación que tanto anhelábamos estaba siendo reducida a una mera idea por los pájaros. Pero estábamos unidos tras haber pasado por la muerte juntos, más unidos que el resto de la gente a la que podíamos acompañar afuera; extraños.
Volví hasta a la entrada a la escalera, y empezamos la subida al techo.
No habíamos perdido la voluntad de vivir. Cuando eso pasara, solo cuando entregáramos eso, dejaríamos de ser personas y nos convertíamos en los números que esos animales creían que éramos.
«Dios va a pasar sobre la Tierra. Pero no va a ser un castigo ni el día del juicio. Solo porque a Él no le importan. No va a notar su presencia cuando aplaste el mundo; no va a oír sus gritos, ni sus llantos, ni sus rezos».
Solo números. Nada a lo que dedicarle un pensamiento.
(Faltaban tres pisos hasta la cúpula de la terraza.)
Pero no era así. Aun cuando no quedase nada más… Aunque el siguiente paso fuera a hacernos caer, debíamos darlo. No me vería reducido ni me vería degradado. No iba a ser un número. Moriría recordando quien fui, y todo lo que hice, y recordaría a quienes fueron conmigo. Sí, eso era… No iba a morir solo. La gente a mí alrededor me convertía en más que un número.
Las cosas cotidianas habían perdido su seguridad; ya no entendía donde estaba parada la humanidad, ni la tierra, ni el sol, ni las estrellas, ni la luna, ni el cielo ahí arriba. Todo era una confusa niebla negra, todos los valores se habían dado vuelta. El único refugio era mi alrededor inmediato. Pero estaba bien con eso. Ese alrededor, esa tierra material significaba más de lo que nunca lo había hecho. Nunca había apreciado vivir cuando las cosas eran normales.
Y miré a mis compañeros una vez más; miré a Clay, yendo primero en la fila con el arma. Miré a Clara, a quien sentía tan parecida. Mire a Croft, con quien me había encontrado primero. Recordé a Jack, aunque su memoria hubiese sufrido algunas manchas. Sí.
La cúpula estaba justo adelante. Habíamos subido sin pausa, ignorando lo que hubiera en cada piso.
—¿Vamos… vamos a usar el abrelatas de nuevo? Las balas no sirvieron la última vez —dijo Croft—. Dijo algo de que era una sombra de tres dimensiones…
Clara tomó aire, sabiendo que la responsabilidad caía en ella.
—Sí —dijo—. Sí. Supongo que es lo lógico.
Ella se adelantó a Clay y abrió el acceso a la cúpula en la terraza. La lluvia se había vuelto torrencial durante nuestra subida; impactaba en la cara a través de las aberturas que había en cada lado de la cúpula de vidrio.
La criatura estaba en el otro extremo del lugar, quieta; su figura negra, alta y delgada se recostaba contra un respaldo. Pareció girarse hacia nosotros, aunque el movimiento era tan leve que era una impresión más que otra cosa.
Y entonces comenzó. Fue muy rápido: En un segundo tuve que cerrar los ojos, donde veía un túnel de luces en vez de negro. Tuve que cerrarlos de dolor por todas las sensaciones que atacaban mi cabeza, asaltando como mil gritos y mil garras arañando mi cerebro a la vez; como un chirrido constante; y mis ojos parecían querer salir, querían un respiro frente a un continuo estallido de luces e imágenes imprecisas.
VACÍO VACÍO VACÍO VACÍO se repetía, VACÍO VACÍO VACÍO VACÍO.
Era como la comunicación que había tenido con el hombre de blanco… Pero las imágenes eran enviadas para lastimar.
Y cuando recuperé el entendimiento él estaba frente a nosotros, y acercaba su rostro, y yo me veía sobrecogido. Pero ninguno retrocedía.
Volvete hacia el vacío.
No —me quejaba.
vacío
No.
Y Clay soltó una exclamación, y apuntó su arma, desesperado. No podía ver adónde estaba cada uno, pero llegué a ver la punta del arma, extendida hacia adelante, y llegué a recordar que era inútil. Pensé en decirle a Clay que se detuviera, pero solo atine a pensarlo; y Clay disparó, entonces, y el disparo llegó y fue inútil.
Volvete hacia el vacío.
Se elevó otro grito entre la lluvia, que era como una cascada; vi fugazmente a Clara, y la vi saltar sobre el demonio. Esos demonios… Eldritch.
Así era como los había llamado el hombre de blanco… Sí.
Fue como si mi mente estuviera tirante y la dejaran ir. Entonces comprendí que Croft estaba justo a mi lado, quien había portado el abrelatas la última vez. Juntos vimos como Clara saltaba sobre el monstruo sin cesar, y cortaba sin cesar; cortaba y cada corte la sumía en vapor negro hasta que dio un paso atrás y vio que ya no estaba atacando nada. La cúpula se había limpiado.
—Santo y puto Dios —dejo escapar Clara; su voz era un hilo.

Mientras tanto, la lluvia caía, y caía…

>Clara: Revisar abajo.

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