domingo, 18 de mayo de 2014

Dos Noches de Verano — 31 — Nick: Conducir

>Nick: Conducir.

Esta vez teníamos que alcanzarlos. A los helicópteros, las hélices que se escuchaban a la distancia, la salvación que debía venir de un afuera en mejores condiciones. Esta vez no podíamos dejarlos ir, esta vez no podíamos dejar que algo pasara y volviéramos a estar encerrados en ese ambiente de la muerte.
Si aparecían bestias, Clara las quitaría de en medio, o incluso nosotros podríamos ayudar si nos atrevíamos a usar los otros abrelatas que habíamos encontrado. Sin embargo, temía que no fueran a funcionar, lo temía en el fondo de mí ser. Pensé en todo por lo que habíamos pasado hasta entonces. En Henry, que había traído ese abrelatas; en su diario, en el hombre de blanco, en los Eldritch. Pero Clay, Croft… ellos no habían visto al hombre de blanco y estos pensamientos no debían pasar por sus cabezas. De hecho, Clay todavía no debía saber del agua negra y, aunque habíamos pasado por muchas cosas extrañas, él podía seguir desconfiando en las visiones al futuro de Henry.
Era necesario que todos habláramos, y habláramos con la verdad. Pero urgencias más inmediatas estaban frente a nosotros. Los helicópteros se mostraban ante nosotros, como anzuelos casi, una vez más. Había decidido vivir, así que iba a seguir adelante. Solo podía confiar en que las divergencias entre nuestro grupo no nos costaran alto cuando llegase el momento.
Sumido en estos pensamientos, mientras conducía, no me di cuenta de que todos estaban en silencio; ninguno había dicho una palabra desde que Clara anuncio que eran las diez de la noche. Había sido pronunciado que íbamos a morir ese día, y a dos horas de que este terminase y con los helicópteros apareciendo así… temí por un segundo que estuviéramos cometiendo un error.
Quizá debíamos seguir el ejemplo de Henry e ir en contra de lo que estaba dicho… revelarnos a este destino que aparecía arbitrariamente para que lo siguiéramos —y quizá termináramos salvando nuestra vida así. Este flaqueo en mi determinación me hizo girar la cabeza, buscando una señal que me guiase en los rostros de los demás. La imagen no fue animadora.
Croft, a mi lado, no mostraba ninguna emoción, con la mirada hacia la nada, hacia el vacío, distanciándose de forma preocupante. Parecía no tener una opinión sobre lo que estaba pasando… siguiendo adelante como resignado. No había hablado mucho con él desde que me había encontrado con el hombre de blanco, así que mis impresiones podían ser erradas. Pero yo sabía que el agua era negra, y que Croft había mentido respecto a eso. Cuando habláramos, no debía seguir ocultándolo.
Miré hacia Clay; él nunca había dejado de ser un extraño. Creí que habíamos llegado a estar más juntos, pero luego de lo de la municipalidad… Se sentaba en el auto como tratando de aislarse. Trate de convencerme de que solo estaba un poco ido luego de haberse expuesto a la aparición en la cocina. Yo había esperado algo así y había evitado mirarla fijamente mientras Clara se ocupaba de ella, nuevamente.
Y Clara, por su parte, parecía en shock, paralizada por todos los acontecimientos pero con una gran responsabilidad sobre ella que no le permitía dejar de moverse.
Ante todo esto, resistiendo el impulso de sentirme derrotado y simplemente reducirme en mi asiento, decidí que había que tomar una decisión... Y paré el auto.
—¿Qué haces? —exclamó Clara—. ¡Los helicópteros!
—¡Espera! —balbuceé—. No... Eh, no sé cómo decir esto, pero... —Todos estaban mirando hacia mí—. Creo... que no tenemos que seguirlos. Creo que vamos a morir si seguimos avanzando.
—¿De que estas hablando? —dijo Croft, con fastidio evidente.
—Bueno… —miré hacia Clara, buscando auxilio. Pero esta vez no podía saber lo que pensaba, por supuesto—. Bueno, los helicópteros van a atraer a otra gente, obviamente... Y Henry dijo que íbamos a morir en medio de una congregación de los monstruos… 
Eldritch, pensé para mí, así se llaman. Eldritch.
—¿Otra vez con eso? —Se quejó Clay—. ¿Cuándo fue que todos empezamos a creer en ese tipo, che…?
Parecía que iba a seguir hablando, pero decidí mostrar firmeza y salí del auto, dejando el espacio del conductor vacío. Esto era de vida o muerte… Seguir a los helicópteros podía ser el fin del camino y no iba a tomar ese riesgo. Clay bajo también, dispuesto a hacer que su palabra fuera escuchada.
Sabía lo que tenía que hacer. Permanecí en silencio, dejé que se acercara, y salté sobre él.
Ambos caímos al suelo, rodando por el asfalto, y aproveché el momento para tomar algo bajo sus ropas. Clay trató de evitar que me levantara con un tirón violento de mi camisa, pero solo tuve que mostrarle el arma para hacer que se quedase quieto.
Había tomado su pistola, y empecé a alejarme despacio sin dejar de apuntar. Tenía que hacerles entender que no estaba jodiendo…
Me di cuenta de que Clara y Croft también habían bajado del auto. ¿Pero dónde estaban...? Por detrás. Detrás, pensé, demasiado tarde, cuando Croft saltó para hacerme bajar las manos y Clara arremetió por detrás. Llevaba su abrelatas. Corto por debajo de mis costillas, a través de la ropa. Pero lo sentí, deje caer el arma y caí al suelo yo.
Seguía entero. El abrelatas no me había hecho nada. No era una sombra. No era una abominación. Pero pensar en este alivio no cambiaba el hecho de que podía ver confusión en el rostro de Croft y decepción en el de Clara.
Clay ya se había levantado. Lo había atacado... Pero no me sentía en falta. Si íbamos a seguir juntos, morir juntos, yo solo actuaba por lo que creía que era lo mejor para nosotros.
En ese instante habían logrado ver cuánto creía en mi opinión, y ellos tampoco miraban con tan buenos ojos a la promesa de los helicópteros con el nuevo día estando tan cerca. Era momento de que nos saliéramos del camino. Le di su arma a Clay.
Tomamos un nuevo camino, y encaminé el auto en dirección opuesta adonde estábamos yendo. El viaje fue corto, pero silencioso y cargado. Viajábamos bajo unas nubes más negras de lo normal; nubes que habían cesado de llover pero prometían reiniciar sus actividades en cualquier momento. Solo conduje un par de cuadras, hasta que vi una estación de servicio muy parecida a aquella donde me había refugiado cuando los Eldritch aparecieron por primera vez.
La sucursal estaba vacía, pero no fuimos allí. Nos dirigimos en cambio a una casa enfrente, otro hogar con dos plantas en el que podríamos pensar. Sin embargo, este no estuvo vacío. Oímos los movimientos desde la distancia, al acercarnos a la puerta, e intercambiamos miradas.
Decidimos entrar a la fuerza de todas maneras. Porque necesitábamos entrar, y porque podíamos dialogar con quien estuviera adentro. Después de todo, así nos habíamos conocido nosotros. Pero no fue como lo planeamos.
La mujer que estaba adentro nos estaba esperando. Giramos la perilla de la puerta, que estaba sin llave como invitándonos; la figura de pelo largo ya nos apuntaba cuando abrimos y nos encontramos con la dama y su ballesta. No hubo tiempo para sorprenderse, mientras su dedo se cerraba en torno al gatillo; Clay se cubrió hacia abajo, sacó su arma y disparo. La flecha voló sin lograr darle a nadie y la bala de Clay impacto justo en el blanco.
Ese no era un Eldritch, como las personas que habían intentado robarnos antes. La violencia parecía siempre más desgarradora en estos casos. La puntería de Clay había sido trágicamente certera, y ahora una mujer yacía muerta por su mano. Todos permanecimos paralizados unos momentos, intentando entender aquello que había pasado en apenas unos segundos. Pronto Clay dejo ir una gran bocanada de aire, y entró a la casa. Lo seguimos. Pasamos por sobre el cadáver y temí que pudiera convertirse en un monstruo de un momento a otro, pero no fue así.
La casa tenia al living cerca de la entrada, con un ventanal cubriendo la pared junto a la puerta. En el frente contaba con una cocina, a un lado estaba la salida a un patio y del otro había escaleras al segundo piso. De nuevo concentrado en la realidad, cerré las cortinas sobre los ventanales para que pudiéramos centrarnos y, antes de hacer nada más, le eché otro vistazo al cuerpo de aquella mujer con ballesta. No podíamos dejarlo ahí. Le pedí ayuda a Croft con una mirada rápida, y la sacamos de la casa. Pensamos en quedarnos con el arco, pero no había más flechas a la vista aparte de la que había disparado contra nosotros. Mientras volvíamos a entrar, Clara bajaba del segundo piso luego de una inspección rápida. Se detuvo en medio de las ruidosas, rechinantes escaleras. Se veía pálida. Se tomó la cara, mareada, y pareció amagar con vomitar, aunque lo soporto.
—¿Eh...? —Le pregunto Clay—. ¿Qué viste arriba?
—Era... Era una nena. —Clara miró hacia nosotros, parados junto a la puerta, por donde habíamos llevado a la mujer—. Debía ser su hija... Estaba tirada sobre una cama. Tenía la mitad del cuerpo brotado… tipo, deforme e inflamado con esa cosa negra. La madre debe haber tenido que matarla...
—¿Se habría infectado con el líquido negro? —Murmuró Clay, rascándose la nuca, indispuesto ante la imagen—. ¿Habrá entrado un deforme?
Croft parecía verse ansioso.
—Pudo haber sido eso… o el líquido pudo haber salido por la corriente de agua —dijo—. Lo negro no había llegado a la otra casa donde estuvimos, pero el agua de las canillas sí está saliendo negra. Justo... como dijo Henry que iba a pasar.

◘◘◘◘◘

Nos reunimos todos alrededor de la mesa de la cocina de la casa; la presencia del cuerpo de la nena estaba temporalmente fuera de nuestras mentes.
—“Como dijo Henry”… —susurró Clay—. Entonces, ¿él tenía razón? —Pareció pensar un momento—. ¿Vamos… a morir hoy?
Clara bajó la mirada ante esto.
—Confió en que podemos vivir —murmuré—. Confió en que podemos seguir por nuestros propios medios.
—¿Qué viste, Nick? —Me pregunto Clara, serena, aun con la cabeza baja—. Cuando tuviste que irte antes de llegar a ese edificio... Volviste creyendo en las palabras de Henry.
—Vi a Jack.
Mis palabras hicieron eco en la oscuridad silenciosa. Todos me escucharon con atención. Conté quién era Jack, pues solo Croft lo había conocido; conté cómo lo había seguido por las calles pero había resultado no ser él. Era ese hombre de blanco; ese hombre a quien no podía mirar de frente así como no podía mirar al círculo de la cocina.
—Esa… cosa me mostro imágenes, cosas horribles que pueden llegar a ser los Eldritch… Me dijo que se llamaban así, además… —Mi narración variaba de tono y velocidad, mientras racionalizaba y trataba de darle un orden por primera vez a los hechos que hasta entonces había tratado de ignorar en mi cabeza—. Me mostro a los Eldritch, me los mostro como un espejo. De nosotros. Creo que son invasores… Como un virus. No son de acá.
Todos me miraban en silencio.
Clay pareció intentar hablar, aunque su voz lo sorprendió siendo deshilvanada. Carraspeó, y lo intento de nuevo. 
—Em, entonces, este líquido negro... es malo. No es de acá. Guau, esa mierda ya era obvia.
Clara suspiró.
—Hablamos con las sombras. Nos comunicamos con esas cosas. Podemos no entender qué convierte a la gente en monstruos, Eldritch, o cómo sea, ni entendamos nada de ellas. Pero hablamos con los seres… les dejamos claro que no vamos a resignarnos.
—Así que no podemos hacer eso. —dije.
—Sí —dijo Clara. Entonces miró a Clay—. Hay algo que quería preguntarte. ¿Qué quiso decir esa sombra… la que llevaba el uniforme militar?
—¿Eh? —preguntó Clay—. ¿Cuándo? —Clara parecía algo incomoda.
—Cuando te hablo de cerca… Cuando dijo que en la ciudad era como una droga, o… o algo así.
—No estoy seguro. Es algo que empecé a pensar desde que llegué a la Ciudad; que todo era muy perfecto, como que era raro —dijo Clay—. Era… como si la sombra hubiera leído mi mente.
—A mí también me dijo algo raro —dije, haciendo memoria—. Solamente debía tratar de inquietarnos.
—Sí —dijo Clara—. Debió ser eso. Yo viví acá toda mi vida sin notar nada raro.
—Bueno, ¿qué hacemos ahora? —preguntó Croft—. ¿Qué nos queda por hacer?
—Salgamos de la ciudad —propuso Clara—. Llegamos a la zona norte, estamos cerca de la frontera —Pareció dudar, temer haber sido demasiado audaz—. Digo, supongo…
—¡Sí! —apoyó Clay—. Es buena idea. Yo llegue a La Ciudad hace poco. Las puertas no están lejos.
—Y más adelante, la carretera —dije.
—¿Y creen que eso sea mejor que estar en la Ciudad? —dijo Croft—. Por más que acá no haya rescate, bueno…
Lo miramos unos momentos.
Clara levantó la vista hacia el segundo piso, donde estaba esa nena.
—Croft, yo no puedo seguir acá —dijo Clara—. Es… algo que decidí, pero voy a irme de este lugar. Este lugar está podrido. —La fuerza en su voz pareció bajar en las últimas palabras.
Croft solo miraba, mudo. Yo rompí el silencio.
—Eh... Como hablamos en la otra casa, ¿vamos a pasar la noche acá? Digo, la nena, eh, bueno…
Clay parecía estar por opinar algo, pero un trueno interrumpió su línea de pensamiento. El viento había corrido las cortinas y todos podíamos mirar hacia afuera.
Negro. Llovía negro. La sustancia maldita caía como inocente, natural, sin pausa, en un leve murmullo. La lluvia levanto una espesa niebla negra que cubrió la casa, dejándonos en un oasis en medio de la oscuridad. Fue como si todas las ventanas se hubieran polarizado a la vez. Por las ventanas, un perfecto negro. Y el sonido del caer de las gotas.
Ninguno abrió la boca.
Viendo este espectáculo impío, pasó el día. Agujas cruzaron el doce, y por un momento nos sentimos solos en el mundo, sin nada más por lo que preocuparnos, perdidos en esa oscuridad perfecta y su murmullo tranquilo.

Fue un leve momento, de pronto fin. Ahora solo necesitábamos hacer un último trecho. Hasta las puertas de la ciudad. Las Puertas.

>Clara: Perder el abrelatas.

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